
Inició
una
nueva
etapa
como
actor
y
hay
dos
espectáculos
lo
demuestran.
Estrenó
Sansón
en
las
islas
de
Gonzalo
Demaría,
en
el
Teatro
San
Martín
y
durante
mayo
suma
el
unipersonal
Caer
y
levantarse
de
Patricio
Abadi
y
Nacho
Ciatti,
con
dirección
de
Mey
Scápola,
sólo
los
lunes
de
mayo
a
las
21
horas,
en
El
Picadero.
Llega
a
la
entrevista
muy
puntual
y
es
irreconocible
detrás
de
sus
anteojos:
“No
veo
nada”,
confesará
con
una
sonrisa.
Hoy
el
San
Martín
y
sus
compañeros
de
elenco
de
Sansón
en
las
islas:
Manuel
Vicente,
Vanesa
Maja,
Gonzalo
Gravano,
más
los
cantantes
Constanza
Díaz
Falú
y
Fernando
Ursino
forman
parte
de
su
vida.
Se
emociona
cuando
se
le
recuerda
a
su
maestro
de
actuación:
Raúl
Serrano
y
tiene
palabras
de
elogio
y
admiración
para
varios
colegas
como
Arnaldo
André,
Rodrigo
de
la
Serna
o
Fernán
Mirás.
—Debutaste
con
“Lo
que
habló
el
pescado”,
de
Gonzalo
Demaría
(2004)
y
arrasaste
con
todos
los
premios
como
revelación.
Sos
el
intérprete
que
más
textos
le
estrenaste
a
Demaría:
¿sos
consciente
de
eso?
Esto
no
les
gusta
a
los
autoritarios
El
ejercicio
del
periodismo
profesional
y
crítico
es
un
pilar
fundamental
de
la
democracia.
Por
eso
molesta
a
quienes
creen
ser
los
dueños
de
la
verdad.
—Sí,
después
llegaron
Rita,
la
salvaje,
Pequeño
circo
casero
de
los
hermanos
Suárez,
Juegos
de
amor
y
de
guerra
y
ahora
Sansón…
Con
Gonzalo
tenemos
una
gran
amistad,
él
escribe
a
mi
medida,
como
quien
te
hace
un
saco.
Muchas
veces
cuando
nos
juntamos
le
cuento
ideas
que
tengo
en
la
cabeza,
que
para
mí
son
hasta
poco
potables
o
ridículas,
pero
él
es
un
genio
y
lo
escribe.
Le
dije
quiero
volver
a
hacer
teatro
escrito
por
vos,
aprovechemos
este
momento,
que
hoy
somos
quienes
somos.
En
el
2004
tenía
veinte
y
pico
de
años,
estaba
haciendo
Los
Roldán
y
estaba
buscándome
un
lugar
como
actor.
En
este
país
que
no
es
fácil,
porque
hay
grandes
actores
y
actrices.
—¿Te
acordás
de
la
Guerra
de
las
Malvinas?
—Tenía
ocho
o
siete
años
cuando
pasó
y
todavía
tengo
sonidos
e
imágenes.
Me
pasa
cuando
escucho
en
la
obra
el
audio
con
las
voces
de
Fontana
y
Pinky.
Cuando
terminó
el
texto
creímos
que
lo
iba
a
dirigir
Gonzalo
y
proyectábamos
llevarla
a
un
teatro
independiente,
pero
surgió
el
llamado
de
Alberto
(Ligaluppi)
y
supimos
que
el
San
Martín
la
había
elegido.
Como
Demaría
está
en
el
Cervantes
no
podía
dirigirla
y
nos
propusieron
a
Emiliano,
comprobé
que
lo
bueno
viene
en
frasco
chico.
Es
un
ángel,
con
una
gran
sabiduría.
Tuve
un
proceso
de
ensayo
muy
físico
y
duro,
ya
tengo
cincuenta
años.
Tengo
las
articulaciones
muy
lastimadas,
por
las
lesiones
de
las
que
nunca
me
recuperé
bien.
—¿Cuál
fue
el
primer
proyecto?
—Sansón
tiene
un
proceso
muy
largo,
le
dije
avisé
a
Gonzalo
que
me
iba
a
juntar
con
Mey
(Scápola)
y
le
dije
que
quería
hacer
un
unipersonal.
Me
encontraba
en
un
lugar
que
no
me
iba
a
permitir
crecer
ni
artísticamente,
ni
económicamente.
Tampoco
quiero
ser
ingrato,
porque
trabajé
ocho
años
con
Javier
Faroni
armando
espectáculos
y
elencos.
Me
dio
un
lugar
de
privilegio
absoluto
y
nos
fue
muy
bien
en
lo
comercial,
con
Desnudos,
El
beso
y
El
divorcio.
Fue
un
ciclo
muy
bueno,
comercial
y
estaba
embarcado,
pero
me
di
cuenta
que
no
tenía
más
que
eso
e
iba
a
seguir
siendo
protagonista.
—”Sansón
en
las
islas”
es
una
propuesta
cuestionadora
de
la
última
dictadura.
—Nosotros
con
Gonzalo
tenemos
el
mismo
punto
de
vista
en
cuanto
a
lo
que
sucedió,
por
eso
hicimos
esta
obra,
que
él
escribió
y
yo
interpreto.
Lo
vimos
como
el
momento
de
hacerla,
porque
tenemos
las
cosas
claras
los
dos
de
lo
que
queremos
y
lo
que
pensamos.
En
definitiva,
es
lo
que
pasó
y
el
que
quiere
pensar
lo
contrario
que
lo
piense,
para
eso
está
la
libertad
y
la
democracia
que
tanto
nos
costó
recuperarla.
Nosotros
no
estamos
acá
para
ser
jueces
de
la
historia,
estamos
contando
una
parte
de
la
historia.
Ahora
no
hablar
y
hacer
que
no
pasa
nada
es
ser
un
careta
y
en
este
país
sobran.
Soy
hijo
de
docente,
escuché
un
montón
de
cosas
en
mi
infancia
que
me
marcaron
para
siempre.
Me
crié
con
una
abuela
peronista
y
con
otra
radical,
en
ese
cocoliche
crecí.
No
puedo
olvidarlo.
Quizás
le
dieron
más
o
menos
trascendencia,
pero
no
se
puede
dejar
de
tocar
estos
temas
porque
faltan
aparecer
todavía
un
montón
de
chicos,
buscamos
nietos.
Y
no
importa
el
número.
No
soy
tibio,
puedo
no
hablarte
más
porque
pensamos
distinto,
pero
no
por
eso
destratarte,
maltratarte
o
insultarte.
—¿Cuando
aparece
el
desafío
del
unipersonal?
—Le
cuento
lo
que
siento
a
Mey
(Scápola),
porque
es
mi
amiga,
mi
hermana
y
es
ella
quien
me
dice:
tenés
que
hacer
un
unipersonal.
Escribo,
pero
no
soy
dramaturgo,
pero
sé
lo
que
quiero
transmitir.
Había
algo
en
el
que
todos
coincidimos;
no
podíamos
tener
miedo
de
contar
miserias.
Ellas
no
le
son
ajenas
a
nadie
y
el
que
dice
que
le
son
ajenas
te
está
mintiendo.
Buscamos
una
profesión
y
como
conozco
tanto
a
los
boxeadores,
porque
me
formé
y
me
crié
en
el
boxeo,
Sé
que
el
boxeador
tiene
un
lado
animal
tan
tierno
y
humano
que
no
hay
mejor
persona
en
el
mundo,
sobre
todo
por
sus
orígenes.
La
mayoría
viene
de
lugares
muy
crudos.
Son
seres
nobles
a
tal
punto
que
es
un
deporte
que
se
dirime
a
puños,
suena
la
campana,
se
abrazan
y
se
besan.
La
gente
no
sabe,
pero
comparten
vestuario,
se
bañan
y
se
cambian
juntos.
La
rivalidad
es
sólo
en
el
deporte.
Estoy
seguro
que
cuando
suena
la
campana
los
dos
quieren
que
termine.
Por
eso
les
propuse
a
los
autores
(Patricio
Abadi
y
Nacho
Ciatti)
vamos
a
apostar
por
esa
nobleza.
—¿Y
el
título
“Caer
(y
levantarse”)?
—El
título
es
mío.
Tengo
fundamentos
de
sobra.
Todos
nos
hemos
caído
y
nos
hemos
levantado
en
la
vida.
El
que
dice
que
no,
es
un
privilegiado.
Desamores,
engaños,
frustraciones
y
cosas
que
salieron
mal.
Lo
que
vos
quieras.
Te
quedás
solo
siempre,
mano
a
mano,
en
algún
momento,
por
más
que
tengas
una
familia
e
hijos.
Estoy
convencido
que
caer
y
levantarse
tiene
que
ver
con
uno
mismo.
El
mensaje
final
me
parece
mucho
más
importante
que
cualquier
miseria
que
pueda
haber
contado.
Me
cuesta
hacer
la
obra,
porque
me
emociona
mucho,
me
interpela,
quizás
porque
fui
gestor
desde
el
vamos,
o
porque
le
metí
varios
condimentos
míos
como
Mar
del
Plata,
que
es
mi
ciudad.
Cuando
decido
hacer
un
unipersonal
voy
a
ver
todos
los
que
puedo,
así:
El
brote
con
Roberto
Peloni
y
Yo,
Encarnación
Ezcurra
con
Lorena
Vega
y
pensé
debo
dejar
la
profesión.
Me
asusté.
Gracias
a
Mey
comprendí
que
no
tenían
que
ver
con
mi
propuesta.
Es
la
primera
vez
que
trabajo
para
la
gente,
sin
cuarta
pared,
otro
desafío.
Como
decía
Ringo
Bonavena
aquí
te
sacan
el
banquito
y
estás
solo.
Estrené
directamente
en
Mar
Plata
con
noventa
personas
mirándome,
porque
era
la
capacidad
que
había
en
la
sala.
Este
unipersonal
me
hizo
muy
bien
y
Sansón
en
las
islas
me
dio
un
ejercicio
de
entrenamiento,
de
ensayo
que
no
tenía
hace
años.
—¿Te
esperabas
tantas
críticas
elogiosas?
—Cuando
cambié
todo
fue
porque
buscaba
las
críticas.
Pensé
que
un
actor
extremadamente
popular
como
soy,
con
treinta
y
cuatro
años
de
trabajos
debía
jugarse
con
un
unipersonal
y
venir
a
la
Sala
Casacuberta
con
una
obra
de
Gonzalo
Demaría,
pero
era
un
riesgo
enorme.
Nunca
fui
de
quedarme
y
me
estaba
quedando.
Me
perdía
un
montón
de
cosas
que
no
me
gustaban
y
veía
que
colegas
míos
crecían
y
avanzaban.
Era
el
estar
cómodo,
el
no
animarme
por
temor.
Decidí
hacer
todo
esto
para
las
críticas.
Busqué
que
me
critiquen
como
actor.
—¿En
algún
momento
te
sentiste
subestimado?
—Subestimado
no,
porque
el
respeto
de
mis
colegas
y
de
la
gente
siempre
lo
sentí.
Pero
estaba
seguro
que
necesitaba
hacer
algo
realmente
distinto,
un
pasito
más,
una
evolución
y
superación.
Fui
por
el
riesgo,
para
no
quedarme
en
la
comodidad.