Joaquín Furriel: “Gracias a la educación pública, pude trabajar dentro y fuera de mi país”

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Hacia
1591
o
1592,
William
Shakespeare
escribió
la
tragedia
Ricardo
III,
con
certeza
publicada,
en
1623,
en
el
First
Folio
con
la
totalidad
de
su
producción.
Se
trata
de
la
pieza
que
el
autor
de
Romeo
y
Julieta
hizo,
basada
en
un
recorte
parcial
de
la
existencia
del
monarca
Ricardo
III
de
York,
quien
viviera
entre
1452
y
1485.
Luego
de
una
secuencia
de
investigación
digna
del
género
policial,
en
2012
un
grupo
de
ricardianos
–así
se
llaman
quienes
tienen
fascinación
por
este
personaje
histórico–
encontró
el
esqueleto
de
este
rey,
oculto
debajo
de
una
playa
de
estacionamiento
de
Leicester.
La
exhumación
develó
cuestiones
fundamentales
y
exhibe
los
elementos
ficcionales
que
insertó
Shakespeare,
sobre
todo
en
relación
a
la
fealdad
y
deformaciones
físicas
de
este
miembro
de
la
dinastía
de
los
York,
transformando
los
hechos
históricos.

A
partir
de
este
entramado
de
realidad
y
creación
artística,
el
famoso
y
prestigioso
director
español
Calixto
Bieito
realizó,
junto
a
Adrià
Reixach,
su
versión,
a
la
que
tituló
La
verdadera
historia
de
Ricardo
III.
Se
estará
viendo
en
el
Teatro
San
Martín,
de
miércoles
a
domingo,
con
un
elenco
de
muy
fuertes
figuras
actorales,
seleccionadas
por
audiciones
realizada
en
2024:
Joaquín
Furriel,
Luis
Ziembrowski,
Ingrid
Pelicori,
Belén
Blanco,
María
Figueras,
Marcos
Montes,
Luciano
Suardi,
Iván
Moschner,
Luis
“Luisón”
Herrera
y
Silvina
Sabater.
Todos
estarán
todo
el
tiempo
en
el
escenario;
no
saldrán
a
camarines.
Y
el
primero
de
ellos,
Furriel,
quien
encarna
a
Ricardo,
adelanta
cómo
es
este
proyecto
escénico,
del
cual
él
fue
un
impulsor.
Lo
presenta
con
este
guiño
y
humorada:
“Vengan
a
ver
si
hay
joroba
arriba
del
escenario.
Y
si
la
hay,
vengan
a
ver
cómo
la
uso.
Eso
sí,
“Mi
reino
por
un
caballo”,
seguro
que
lo
voy
a
decir,
ja,
ja”.

—¿Qué
importancia
tiene
el
descubrimiento
de
2012
para
esta
versión
de
Calixto
Bieito
y
para
la
construcción
de
tu
Ricardo?

Esto
no
les
gusta
a
los
autoritarios

El
ejercicio
del
periodismo
profesional
y
crítico
es
un
pilar
fundamental
de
la
democracia.
Por
eso
molesta
a
quienes
creen
ser
los
dueños
de
la
verdad.

—Cuando
encontraron
el
cadáver
de
Ricardo
III,
se
vio
que
no
era
jorobado
sino
que
tenía
una
escoliosis.
A
partir
de
ahí
se
genera
un
juego
con
el
relato:
qué
es
verdad,
qué
es
mentira,
pero,
sobre
todo,
cómo
la
verdad
siempre
la
tienen
los
vencedores.
Entonces,
el
Ricardo
que
yo
estoy
haciendo
es
una
persona
que
no
tiene
un
comportamiento
diferente
a
las
otras
personas,
salvo
la
maldad.
Pero
la
maldad
en
la
atmósfera
que
crea
Calixto
Bieito
tiene
que
ver
con
un
espacio
donde
la
moralidad
no
está,
donde
hay
incertidumbre.
Es
una
puesta
muy
contemporánea.

—En
Shakespeare,
la
maldad
es
nombrada
muchas
veces
en
relación
a
palabras
vinculadas
con
el
diablo,
el
infierno.
¿Cómo
es
aquí?

—La
maravilla
de
Shakespeare
es
que
a
él
se
le
pueden
depositar
muchas
subjetividades
diferentes.
De
la
obra
[original],
Calixto
dejó
afuera
todo
lo
barroco
y
el
aspecto
moralista,
porque
Shakespeare
está
en
el
momento
de
la
pelea
entre
el
protestantismo
y
el
catolicismo.
La
maldad
que
habita
nuestro
escenario
viene
desde
la
banalidad,
desde
el
poder.
Implica
adentrarse
en
por
qué
somos
malos,
corriéndonos
del
simplismo
de
considerarme
bueno
yo
y
considerar
malo
a
aquel
otro,
por
cuestiones
morales,
políticas
o
religiosas.
Aparece
una
maldad
un
poco
más
primitiva
que
tenemos
todos
y
que,
de
acuerdo
con
el
recorrido
de
vida
que
a
cada
uno
le
toca
y
con
las
herramientas
culturales
que
tiene,
puede
lidiar
mejor
o
peor
con
esa
maldad,
en
el
contexto
en
que
está.
En
algunas
obras,
el
villano
hace
el
mal
y
todos
los
demás
son
sus
presas.
Acá,
no;
los
demás
tienen
sus
maldades
también,
salvo
Hastings,
a
que
interpreta
Iván
Moschner,
que
es
algo
ingenuo.

—Uno
de
los
rasgos
de
Ricardo
III
es
su
capacidad
de
seducción,
sobre
todo
verbal,
más
allá
de
su
aspecto
físico.
¿Cómo
trabajaste
esa
característica
en
la
construcción
de
tu
personaje?

—El
personaje
interpreta
personajes
para
lograr
sus
objetivos.
Si
en
alguno
tiene
que
usar
la
seducción,
la
utiliza.
Está
en
permanente
estado
de
seducción,
porque
la
seducción
es
vital
para
conseguir,
sobre
todo,
objetivos
de
poder;
tiene
que
ver
con
el
convencimiento,
con
cooptar
al
otro.
Pero
el
aspecto
histriónico
del
personaje
es
trash.
La
puesta
de
Calixto
tiene
mucho
humor,
mucha
violencia;
las
pulsiones
más
primitivas
se
juegan
hasta
el
paroxismo.
Y
a
quien
más
intenta
seducir
Ricardo
es
al
público,
el
testigo
de
todo
lo
que
está
haciendo.
Mi
objetivo
como
actor
va
a
ser
ese:
qué
pasa
con
ese
vínculo
con
el
público,
para
que
me
acompañe.

—Formaste
parte
del
elenco
de
la
ópera
de
“Historia
del
soldado”,
en
2022,
en
el
Teatro
Colón.
Sos
protagonista
de
“El
aroma
del
pasto
recién
cortado”,
de
Martín
Scorsese,
de
2024.
En
breve
estrenás
“El
refugio
atómico”,
de
los
creadores
de
“La
casa
de
papel”;
luego,
“Cortafuego”,
thriller
de
David
Victori,
también
para
Netflix.
Tomando
estos
mojones
recientes
de
tu
carrera,
¿cómo
ves
el
paso
del
tiempo
y
tu
carrera
artística?

—El
paso
del
tiempo
no
me
resulta
irrelevante,
por
lo
que
tiene
que
ver
con
la
experiencia.
No
me
relaciono
matemáticamente
con
la
edad,
pero
el
otro
día
me
hicieron
ver
que
en
la
sala
del
San
Martín
hice
el
monólogo
de
Hamlet,
el
monólogo
de
Segismundo
de
La
vida
es
sueño,
de
Calderón
de
la
Barca
(hace
14
años,
en
otra
puesta
de
Calixto),
y
ahora,
un
texto
icónico
de
Shakespeare.
Años
atrás,
había
hecho
de
Clov
en
la
puesta
de
Alfredo
Alcón,
de
Final
de
partida,
de
Samuel
Beckett
[también
en
el
San
Martín,
en
2013].
Sin
pensarlo,
se
me
fue
armando
una
experiencia
interna
de
actor
de
repertorio.
Son
personajes
para
los
que
necesitás
experiencias
de
vida.
La
dimensión
humana
que
tienen
estas
obras,
el
trabajo
de
campo
que
requieren,
te
generan
mucho
crecimiento.
Lo
que
puedo
hacer
ahora
como
Ricardo
no
podría
pasar
si
no
tuviese
50
años.
Hoy
tengo
más
herramientas
para
llegar
más
rápido
a
los
lugares
que
quiere
un
director
tan
exigente
como
Calixto
Bieito.
Él
me
hace
acordar
a
Alfredo,
por
la
dedicación
de
su
vida
al
teatro,
por
el
nivel
de
entrega
que
tiene.
Calixto
tiene
lucidez,
riesgo,
ofrece
libertad
y
genera
confianza
en
su
entorno.
Además,
no
para
de
trabajar;
su
espacio
de
felicidad
es
el
teatro.

—¿Qué
opinión
te
merece
estar
haciendo
una
puesta
en
escena
de
la
envergadura
y
aspiraciones
que
tiene
“La
verdadera
historia
de
Ricardo
III”,
en
un
teatro
oficial,
es
decir,
financiado
por
el
Estado?

—Por
trabajo,
curiosidad
y
oportunidades,
conozco
ya
49
países.
Cuando
voy
a
cada
ciudad,
me
gusta
ver
sus
teatros.
Los
países
más
poderosos
en
cuanto
a
su
civismo,
calidad
de
vida
y
acceso
tienen
teatros
institucionales
sólidos,
porque
el
teatro,
como
la
literatura,
la
música,
el
cine
permiten
narrar
las
historias
de
tu
sociedad.
Los
países
que
tienen
una
identidad
fuerte
son
países
con
mejor
organización
y
países
que
se
conocen
más.
Estoy
en
las
antípodas
de
pensar
en
la
vida
teatral
sin
teatros
institucionales.
La
calidad
que
tenemos
en
las
diferentes
áreas
teatrales
de
la
Argentina
depende
de
teatros
como
el
San
Martín
o
el
Cervantes,
que
son
formadores
de
profesionales.
Creo
mucho
en
la
complementación.

Yo,
gracias
a
la
educación
pública,
pude
trabajar
en
mi
país
y
fuera
de
mi
país.
Tengo
un
recorrido
muy
importante
en
el
ámbito
privado:
eso
fue
gracias
a
que
me
tocó
nacer
en
un
país
que
tiene
la
educación
pública
que
tiene,
como
la
institución
que
me
formó
que
era
el
Conservatorio
y
que
actualmente
es
la
Universidad
Nacional
del
Arte
(UNA).
Sería
inimaginable,
para
mí,
ser
el
actor
que
soy
si
no
fuera
por
haber
tenido
acceso
a
los
docentes
y
las
docentes
que
me
dieron
herramientas
y
me
enseñaron
la
profesión
que
tengo.