El baile de un amor como no hay otro igual

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Canción de Carnaval es una obra particular, dónde Lautaro, profesor universitario, nos irá introduciendo en su profunda historia de amor con Amador, alumno suyo. Un relato que seguramente nos pondrá en conflicto con la escena y aquello que esta nos transmite, invitándonos a ser parte de un dilema amoroso en el cual deberemos poner en juego muchos de nuestros propios prejuicios. Un trabajo que, más allá de sensibilizarnos, seguramente nos dejará abiertos frente a un extenso espectro de preguntas a través de una propuesta escénica con cierta búsqueda preciosista alrededor de los signos visuales y sonoros, articulados como parte de una maquinaria de relojería, rescatando en esto, rasgos obsesivos del propio personaje en cuestión. 

El proceso nace de una idea que me trajo Luciano Crispi, actor de la obra, con quien ya veníamos planeando hacer algo juntos desde hacía un tiempo. Su propuesta fue conversar con Ignacio Torres para que escribiera el texto quien nos entregó un material poético, potente, feroz, polémico, escrito especialmente para esta ocasión, una obra que se extrema hacia los bordes de nuestra existencia, con un articulado textual de esos que me motivan y disparan un enorme conjunto de imágenes para llevar a la escena. 

Como parte de la premisa que me había planteado Luciano, esto ya lo sabía desde un primer momento, estaba el hecho de que su proyecto era el de irse para España en el corto plazo llevándose la obra consigo, cuestión que ya ponía un marco delimitado a lo que en definitiva podría conformarse como dramaturgia escénica, ya que la misma debía contar con la posibilidad de ser un trabajo de fácil transportabilidad. Esta circunstancia, diferente a la que suelo abordar en los procesos creativos dentro del campo teatral independiente, tendiente a instalar un trabajo en un mismo espacio a lo largo del tiempo, funcionó para mí como un desafío más que interesante por resolver. 

De entrada, supe que la obra, ya estaba en su título, como procedimiento escénico podía apoyarse en dos tópicos, el de la canción y el carnaval, lo que me remitió enseguida a imágenes relacionadas con el baile, el éxtasis de un cuerpo en movimiento. Así fue que decidí convocar a Sofia Rypka, excelente coreógrafa y de una mirada escénica muy afilada, para que trabajáramos juntos en la articulación del sistema. A partir de ahí iniciamos el proceso de búsqueda. Organicé los elementos que se pondrían en relación con el texto escrito del mismo modo en el que están compuestas muchas de las canciones que escuchamos en nuestro cotidiano, una introducción seguida de estrofas y estribillos que se intercalan hasta su devenir final, la obra toda iría en esa dirección métrico musical.

Uno de los grandes desafíos que presentan los monólogos es el de encontrar a sus interlocutores, con quienes dialogan, y cuales son las tensiones internas, no explicitadas a través de la palabra dicha, que dan sustento al desarrollo de la acción. Si bien el texto de Ignacio ya traía consigo algunas premisas, el trabajo se concentró en ofrecerle al actor un material de imágenes paralelo que sostuviera y diera movimiento a la palabra dicha. Un proceso, muchas veces, complejo para quienes ponen el cuerpo ya que los impulsa a tener que articular dos discursos en paralelo, el de la palabra dicha y ese mundo interior que se construye por detrás, el cual no necesariamente guarda una relación directa con los acontecimientos que se describen en escena. Afortunadamente el trabajo que llevó adelanta Luciano fue de una gran entrega profesional y este dispositivo fue tomando forma a lo largo de los ensayos, al punto que hoy puedo decir que con esta obra logramos una síntesis justa, feroz e inquietante que invita a transitar, dentro de las únicas nueve funciones que haremos en Buenos Aires, una experiencia de la cual, estoy convencido, ningún alma va a salir sin haber sido atravesada. 

*Co-director de “Canción de Carnaval”.

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