El regreso de los gigantes del cine de monstruos

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Adam Wingard es el director de Godzilla y Kong: El nuevo imperio, y lejos de la caricatura, sabe plenamenete que hace la secuela de una de las batallas que salvó al cine cuando el Covid golpeaba fuerte: “Godzilla y King Kong son personajes. Para mí son estudios de personajes. Como decía Chuck Jones, o copiándolo: no hago películas para monstruos gigantes, hago películas para Godzilla y King Kong. Todos sabemos que el CGI, los efectos especiales, puede generar momentos enormes, imposibles, cosas soñadas, que puede traer los monstruos a la vida visualmente. Pero sin que eso deje de importar, el público ya da por sentada esa parte. Entonces, si ya los viste hacer lo imposible, se hace más clara la pregunta: ¿qué es lo que importa?”. 

Wingard se hace la pregunta y la responde. Sabe que Godzilla, que cumple 70 años dominando la cultura pop, y el mito de King Kong son tan largos como la historia del cine, desde los muñecos y el stop-motion de Willis O’Brien en la primera versión del film gorila (o los hombres en traje con maquetas de ciudades en Godzilla) hasta las imágenes actuales, por eso el film que se estrena el próximo jueves es una realización donde Wingard “quería ver adonde iban los dos personajes. Me dejaron crear un tono, me dejaron usar ideas que creí no iban a ser posibles. Estamos haciendo algo que nadie hizo nunca antes. Estamos creando algo que nunca se hizo narrativo”. Tanto fue así, que una de las sorpresas del film es “Godzilla rosa”, un Godzilla que a la hora de brillar, conjuga los colores de la famosa Barbie y la radiación responsabilidad de Oppenheimer, considerando que el reptil nace como respuesta a los (comprobados) miedos atómicos: “Fue importante que si íbamos a cambiar el look de Godzilla, que estuviera marcado por la historia. En la primera película, no quería cambiarlo. No tenía forma de predecir que sería la perfecta asociación de dos hits en ventas de Warner, Barbie y Oppenheimer, el rosa y la bomba atómica. El Godzilla rosa se convirtió en la representación física de la combinación de aquellas películas. Lo que muestra que estamos en sintonía con la cultura popular hoy”.

—¿Por qué creés que Godzilla y Kong representan lo que representan en la historia del cine y siguen vigentes?

—Una de las cosas en las que suelo pensar a la hora de Godzilla y de Kong tiene que con la manera en que la última película se estrenó durante la pandemia, cuando las salas estaban en problemas, cuando hasta las películas de Christopher Nolan no llevaban gente: pensamos que el cine realmente se estaba muriendo. Godzilla versus Kong se estrenó, y la gente empezó a ir, y de alguna forma comenzó toda esta nueva vida del cine. La franquicia tiene ese poder, no yo. King Kong y Godzilla son los íconos más grandes en la historia del cine, y se necesitó de ellos dos juntos en una película para salvar al cine. Hay algo de su iconografía que se víncula con nosotros.

—Podés expandirte un poco en eso…

—Kong, por ejemplo, siempre ha sido perfecto para representar nuestros instintos y vulnerabilidades como humanos: es la historia más trágica contada por el cine. Kong siempre se lo piensa como una figura masculina, y tiene algo de eso: de un monstruo primitivo. Pero por ejemplo, James Cann, en Thief, de Michael Mann, siempre es la actuación más masculina que he visto en mi vida. Es un pateaculos, nadie puede con él, pero lo que lo define es que lo que lo hace sentir realmente masculino son sus deseos, los sensibles, como quiere estar solo, también quiere tener un hijo, quiere ser amado. Kong es masculino, porque es una criatura sensible, no a pesar de eso. Acá aparece, como siempre, su soledad, la idea de que es el último de su raza. Me interesaba traer a Kong a escena, como su sensibilidad define su forma de ser, digamos, “macho”.

—Y Godzilla cumplió 70 años…

—Cuando empezás estas películas no sabés realmente cuándo se van a terminar estrenando, por ende, no sabes cuándo se puede llegar a estrenar. Por suerte, coincidimos con ese aniversario. Pero son películas, valga la redundancia, enormes. Es difícil de predecir. Ese aniversario viene perfecto para ver por que Godzilla es tamaño ícono en la historia del cine, con vida activa en pantalla siempre. Godzilla Minus One acaba de ser la película más vista en Japón, y un suceso internacional. Es tan enorme su éxito, y siempre se recicla. Es una era genial para poder contar a estos personajes. 

—A la hora del villano has hablado que aparece otra representación de lo masculino, de cómo usar el poder. ¿Qué podés contarnos?

—El villano es un reflejo de la masculinidad de Kong, su versión tóxica. Por primera vez, en el reino de los monstruos, hay un villano que parece tener un instinto de maldad, plenamente consciente, casi humano en su intención de hacer daño. Los primates pueden tener empatía, pueden estar enojados, tienen pensamientos y sentimientos, tienen cuestiones que los vinculan mucho con nosotros. En este caso, el villano está motivado por el poder y el control, de la misma forma que casi todos los poderosos en el mundo en este momento, y en todos los momentos, se han obsesionado con ello. Hay una conciencia en su maldad, que implica que quizás es más difícil de detonar: ya no hay un elemento del todo animal, como solía suceder. Los villanos siempre se llevan una gran presentación, y ha sido una villano muy divertido de usar.

—¿Cómo contar algo nuevo, considerando que un video de inteligencia artificial puede crear casi cualquier imagen?

—Me gusta contar desde su punto de vista, cómo sienten y piensan, y empatizar con ellos. Y son diferentes. Ya hablé de Kong. A Godzilla no le caés bien y siempre hay que tratarlo con un poco de reverencia y distancia. Así es. Por eso su primer nombre es “God”, Dios en inglés. En Kong hay un punto de acceso más sencillo, a la hora de la empatía. Es un monstruo más humano. Todo es posible: lo que escribes ahora puede ser imagen. ¿Qué no puede hacer la inteligencia artificial? Es decir, si queres ver a Godzilla y Kong soplando una torta de 400 metros, podés generar esa imagen. Entonces la pregunta es al revés. Ya no depende de lo que vemos, depende de lo que queremos que nos cuenten, y nosotros ponemos lo nuestro ahí. Podés ver cualquier cosa, pero no podés sentir cualquier cosa. Crear algo que te haga sentir, es otra cosa. Por eso, quiero hacer una película sobre personajes que miden 200 metros.  

—En el mapa cultural de lo que implican este tipo de estrenos, ¿qué sentís, si es que quisiste, que diga políticamente una película sobre colosos, mitos, y la idea del poder como algo que parece ser siempre fácil la maldad?

—Es difícil de responder sin que hayan vista la película. Yo por supuesto tengo mi propia interpretación. Pero sí me interesa mucho que sacan de la película, del villano. Hay muchas formas de leer está película. Hay algo de realidad siento, pero también de juego con la idea de los mitos. Siempre fui fan de la idea de los arquetipos de Joseph Campbell, y es difícil empezar una historia sin pensar en eso. Tiene que tener un ancla tan espectacular como esa. Y la necesitás. Entonces el mito, en sí, y el mito del cine, aparecen. Hay mucho más en la película que dos monstruos a las piñas, algo que amo y que lo hicimos con mucho amor, y eso es lo que vende tickets. Pero no podes tener éxito haciendo una película sin sustancia. No podés. No importa si esa sustancia te habla o no. La necesitás. Aunque no lo sepas, siempre es fácil descubrir a una película sin alma.