Los puentes hermosos

0
68

Desde hace ya bastante tiempo, dedico un día a la semana a leer nuevas dramaturgias de distintos países del mundo. Me reconozco una ávida lectora, a veces sin filtro. Me lo permito con una extraña simpatía o una curiosa sensación de que lo que a uno le llega siempre es “para algo”.

Leo, de esta manera “azarosa”, autores nacionales, españoles, irlandeses, venezolanos, uruguayos, croatas, estadounidenses o de puntos del mapa que no nos son tan comunes ni cercanos. A veces es más linda la historia de cómo llega ese texto a mis manos, o de cómo logra traducirse al castellano, que el texto en sí mismo. Cosa curiosa, pienso, pero igual agradezco y atesoro una linda historia, sea la escrita o la ocurrida para lograr ese encuentro.

La cuestión es que me reconozco una “buscadora” de textos teatrales y emprendo esta tarea con disciplina y muchísimo placer semanalmente; le asigno un horario en mis calendarios con la misma rigurosidad que a cualquier cita laboral, y es una de las actividades semanales que más disfruto.

Hace un tiempo me preguntaba de dónde viene esa voracidad por “descubrir” o por lograr llegar a algunos materiales y que estos materiales, a su vez, lleguen a más gente… ¿Qué significaba? Me preguntaba de dónde venía todo esto. Y se lo atribuí a la idea del “puente”.

El puente es algo construido en función de unir, de enlazar. El puente está siempre al servicio de un objetivo, tiene algo que hacer. Esto me pareció, como concepto, muy teatral. Me gustó y quise creer, sin importar si es cierto o no –lo más importante siempre es lo que uno “quiere” creer–, que a eso se debía mi búsqueda de nuevos materiales: a tender puentes. Y de esta manera, a descubrir formas de llegar de un lado al otro y construir sentidos.

El puente, como idea, me atrajo, me sedujo. Un poco común, como metáfora; algo poco personal, como idea. Pero yo la tomé, con permisos y sin cuestionamientos. La tomé y, a partir de ahí empecé a preguntarme lo siguiente: ¿qué cosas unía ese puente? Es decir, ¿cuál era el material a trasladar de un lado al otro, o cuáles eran los dos territorios a unir? Si es que los había…

Me tuve paciencia, y hasta le empecé a tomar cariño al cuestionamiento. Lo miré de lejos, me senté al lado y “solo” tuve que darle tiempo. Solito, el cuestionamiento me entregó la respuesta en una sola pregunta: ¿qué me deja cada texto que encuentro?

Creo que me deja el cuestionamiento de su autor, lo que deseaba decir, por lo menos, en el momento en que fue escrita esa obra. Repito: el concepto es creencia, siempre es creencia; no es más que eso, ni pretende serlo.

Subida a esta creencia empecé a unir, tal vez armando también mis propios puentes internos. Y empecé a pensar en las dramaturgias que admiré entre las últimas que había leído. Y comencé a pensar qué tenían en común: que algunas viajaron desde lejos; que otras, no de tan lejos; que son contemporáneas. Así pude enumerar una suerte de laberinto de coincidencias entre textos muy diferentes. ¿Estaría construyendo puentes entre las mismas dramaturgias? Entonces me di cuenta, al leer esta suerte de laberinto de coincidencias, de que las dramaturgias contemporáneas se han vuelto casi espejos sociales, pero sin territorio. Parecen estar respondiendo, en algún sentido, a esta inmensa globalización que nos atraviesa en todos los campos y a esta enorme necesidad de cuestionamientos de modelos. Han sabido mimetizarse con este tiempo, formular preguntas que ya no son tan territoriales, sino las adecuadas a un tiempo que cuestiona modelos en forma aterritorial, que tiende puentes en todas sus aristas.

Estas dramaturgias funcionan casi como una bitácora de nuestras transformaciones de época y como un testigo de a dónde nos han llevado estas últimas mareas hermosas. Entendí, entonces, que esa especie de laberinto trazado unía y unía y unía un punto, otro punto y otro más. Al igual que las dramaturgias de los años 30, o las de los años 70, pero nuestras dramaturgias contemporáneas son lo que nos está sucediendo ahora.

Así, entre tanto meditar, entendí que mi puente era la lectura. Y me sonreí al comprobar, una vez más, que las dramaturgias nos “leen” y que, tal vez, ese era el sentido de mi puente. Leernos, entender algo pequeño, bello y simple que luego sucederá en alguna sala. No sé si esto era “el” sentido –dicho con grandilocuencia–, pero sí, seguramente, era “mi” sentido… el teatro. El teatro, que no es otra cosa que pequeños cuestionamientos que transitan, vez a vez, hermosos puentes.

*Directora teatral que está pronta a estrenar Carcajada salvaje, de miércoles a domingo, en el Multitabarís desde el 2 de febrero; Juicio a una zorra, los sábados a las 20.30 en Timbre 4 desde el 29 de febrero; Nerium Park, los domingos a las 20.30 en Timbre 4 desde el 1º de marzo.