“Creo en la acción más que en las palabras”

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Nacha Guevara se define como trabajadora. “A veces molesta, a veces me lo echan en cara” agrega. Y se ríe. Y lo dice con ese ímpetu que la definió a lo largo de su carrera, sea en el Di Tella o en el “Bailando por un sueño”, en la televisión abierta haciendo décadas antes del actual estallido Me gusta ser mujer o en el exilio, en sus shows personales o como parte del imaginario nacional colectivo, tal su Evita. Lo demuestra, por supuesto, de miércoles a viernes en el Multitabarís Comafi en la obra La gran depresión, junto a Moria Casán, donde son dos mujeres en pleno ataque de nervio a lo Almodóvar y donde ambas sacan toda su leyenda a relucir. Incluso, cuando torpemente este cronista le pregunta sobre que define a la mujer argentina hoy, ella responde: “¿A cuál? ¿A las obreras que se levantan a las cinco de la mañana y viajan en los trenes atestados, y van a trabajar, y vuelven y le cocinan al marido y tienen chicos que criar y no alcanza el sueldo? No hay ideales. Somos humanos. Pero si tengo que inclinarme por una mujer, entre esa mujer y una concheta que está pendiente del Instagram y hacerse fotos, me quedo con la trabajadora toda la vida.”

—Han hablado junto a Moria en las entrevistas previas  sobre “banalización del feminismo”. ¿A qué te referís vos puntualmente?

—Yo creo más en la acción que en las palabras. Entonces, por ejemplo, esta obra, La gran depresión: está escrita por un hombre y una mujer, está actuada por dos mujeres, está dirigida por una mujer, está iluminada por una mujer, la asistente de dirección es una mujer, trabajé con un compañero para la iluminación, el operador de sonido es hombre. O sea, somos mayoría mujeres. De algún modo, eso, en mi vida, me ha sucedido de forma natural. Mi vida profesional y social. Yo me crié con Eva Perón en el poder, así que nadie me tuvo que decir que las mujeres eran poderosas.

—¿Qué viste en Eva Perón que sentís te definió tanto como mujer?

—Yo lo vi. Lo viví. Y lo aprendí. No con palabras, discursos o eslóganes. Los chicos no aprenden de eso, aprenden de la conducta de los demás. Si tuviéramos en cuenta eso, el mundo sería mejor. Yo aprendí de esta mujer joven apasionada y sensible. Ese fue mi espejo de mujer. Fue algo natural en mí ver a una mujer poderosa al lado de un hombre poderoso, ambos en el poder. Fue excepcional. No había ocurrido antes y yo no lo sabía. Eso explica mi relación con Eva, mi agradecimiento a Eva. Hasta el musical fue una forma de agradecerle: cuando salí a América Latina en el exilio me di cuenta cuán distintas éramos gracias a Eva, que es un antes y un después. Pero siempre hubo mujeres que pelearon por las mujeres.

—Pero lo que te molesta es el término “eslógan”. ¿Por qué te pasa eso?

—No me gusta la propaganda. No me gusta el proselitismo de nada. Sencillamente no me gusta. No quiero que nadie me convenza de nada, porque creo que nadie convence a nadie de nada. Creo que nos autoconvencemos. Equivocados o no, es así. No creo en la polémica, no creo en las discusiones. Para tener una convicción se responde a toda a una historia de vida, adónde naciste, a cómo te criaron, a lo que te inculcaron, a todo eso. Una conversación, sin importar su tenor, sea informada o no, ¿vos creés que alguien va a convencer a alguien de algo? Podés sembrar una semilla, eso sí.

—¿Qué ves positivo de los pañuelos verdes?

—Todas las cosas que se expresan auténticamente son positivas. Cuando empezó el milenio, todos los que están conectados con otras cosas, sabemos que empezó el milenio de la mujer. También sabemos que cuando se abre una canilla, el agua sale a borbotones. Estuvo estancada y sale violentamente, sale sucia, sale limpia, sale sucia, sale limpia. Es parte de un proceso. Ahora es más masivo, y por eso me gusta recordar que el camino que ahora recorren estas mujeres, que me parece muy valioso, está pavimentado por miles y miles de años de mujeres valientes a las cuales les fue muy difícil serlo.

—¿Cómo te sentís dentro de ese discurso considerando que vos decías: “Me gusta ser mujer” en la TV?

—A mí me gusta ser mujer. Me gusta por los valores que la mujer ha traído. La mujer ha estado como escondida de algún modo. En un lugar más subterráneo. Pero los valores de la mujer necesitan salir a la superficie. Si no, el mundo no va a cambiar. Lo necesita el mundo para evolucionar y cambiar. El hombre ha guerreado y quiere dominar. He venido aquí a dominar. Eso es lo que creo que el universo y planeta espera: que aparezca la fuerza femenina. No para destruir a la fuerza masculina, porque el universo necesita de ambas. No puede existir una sin la presencia de la otra.

—¿Qué pasa entonces con el machismo institucional y el social del día a día?

—Yo creo en los mensajes que no son verbales. Una mujer que ejerce sus derechos cotidianamente. Hay mensajes que no son verbales y que los hombres perciben con claridad. El depredador no es boludo. La idea es fortalecer a la mujer. Esa es la tarea, y eso empieza temprano, eso empieza con la educación. Desde cómo juegan, desde cómo comparten, desde cómo estudian: si queremos cambiar, tiene que ser desde ahí.

—¿Tuviste depredadores a lo largo de tu vida?

—No tuve. A ver… he tenido económicos. Empresarios. Productores. Pero en cuanto a ser mujer específicamente no he tenido. No sé porqué. Yo mando mensajes muy claros. Y los hombres son cagones. Son más cagones que las mujeres. Las mujeres son más valientes. Lo que sí sé, es que si se educara desde temprano lo que significa ser mujer, porque compartimos este tiempo de todos los tiempos posibles, las cosas funcionarían mejor.

—¿Qué es para vos entonces el empoderamiento?

—No me significada nada. Pero porque yo no creo en el poder. ¿Qué le voy a hacer? Estudié bastante porqué me pasa eso. Una de mis teorías es que conocí a mi padre a los 46 años. En la estructura de familia que conocemos, el pater, la patria, está representado por el padre. Yo la verdad no es que no respete la autoridad. No la reconozco, que es otra cosa. Tomando el curso con Deepak Chopra, él habló de unos ejemplos de porqué una persona reconoce una realidad o no. Y habla de un experimento de Harvard, donde unos gatos vivían en un mundo vertical y otros en un mundo horizontal. Y después cada grupo no reconocían el mundo del otro y viceversa. Ciertas cosas que ingresan muy temprano en la vida hacen que reconozcas o no otras. La estructura masculina no la reconozco. No es que no la respete. Cuando estuve cerca del poder político, me asombraba cómo se portaban con un ministro o así. No me interesa el poder. Pero yo tuve la oportunidad de tenerlo y descubrí que no me interesaba. Me interesa el poder que está fuera de nuestro cuerpo.

Contra los gurues

—¿Qué te pasa cuando ves los casos de abusos de gurúes espirituales?

—Hay una proliferación de gurúes. Yo no creo en los gurúes. Cualquier maestro que te acompañe en tu vida no debe manipular tu conciencia. Eso lo detecto fácilmente. Y cuando así se da, salgo rápidamente. Los maestros deberían decirte, antes que nada, que no te van a decir cómo vivir tu vida. Y ahí vas a saber si puede darte un conocimiento o no. Te dan herramientas y libertad.

—Fuiste feminista hace mucho tiempo, en la TV Pública. donde educaste a una generación al respecto. ¿Cuál es tu lugar hoy frente a la revalorización de ideas que tienen que ver con la igualdad y con derechos postergados?

—Nunca me di cuenta de eso. Yo hacía lo que podía. No había internet. No tenía que exhibirlo. Eran cosas que se sabían, y cuando fueron más públicas, como un exilio, ahí se sabían. No había este exhibicionismo. Las decisiones se tomaban más íntimamente. No existía esta necesidad de estar afuera todo el tiempo escuchando voces que ni sabemos de quiénes son. Eso compromete mucho la conducta. En ese momento, en algún sentido, éramos más libres. Escuchábamos más nuestros sueños, necesidades e ideas. Cuando había que tomar decisiones, hasta las duras, poco importaba si estaban bien o mal, era lo que sentías que tenías que hacer.

La primera vez que fui al exilio, recibimos con Héctor Alterio, Luis Brandoni, Norman Briski y Horacio Guaraní una amenaza. Era la única mujer. Pero no era el momento de llevar la bandera por ser mujer. Como no sabíamos si esa amenaza era veraz o no, nos confirmaron periodistas que sí, que era veraz. Pero me avisaron, además, algo que estaba dirigido  puntualmente para mí: “Si vos dejás de cantar Yo te nombro, Libertad y De qué se ríe, te podés quedar. Yo lo miré a Alberto Favero, cinco segundos, y le dije: ‘Nos vamos. Si ahora me piden esto, ¿qué me van a pedir después?’. No sé si fui una mujer fuerte, fui lo que podía ser. Nunca me arrepentí de haber tomado esa decisión”.