“Hay una gran confusión en los antiderechos”

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Inés Estévez tuvo un 2019, como suele sucederle, muy ocupado. Entre Pequeña Victoria, el programa de Telefe que fue celebrado por sus personajes y la forma de tratar problemáticas actuales, y su gira presentando su álbum musical Nude, fue noticia. Y suele serlo por la mejor/peor razón: sabe qué piensa, y en un mundo de Twitter políticamente correcto, eso suele asociarse a “polémica”. Pero Estévez está lejos de ello y más cerca de una sinceridad que destila en todo su arco artístico. Ese al que ahora suma la próxima a estrenarse Ni héroe, ni traidor, de Nicolás Savignone, que trata sobre un desertor de la guerra de Malvinas . Fim donde la actriz participó porque le interesó “ la óptica desde la cual se aborda el tema, con el acento puesto en lo humano, en el centro de una pequeña familia de clase media sin muchos recursos. Me gustó que se indagara en los sentimientos de cada uno de ellos y el conflicto existencial que supone ser convocado para matar o morir”.

—¿Cuál es tu recuerdo de los años en los que se desarrolla el film?

—Recuerdo estar en la secundaria y llegar una mañana al colegio, recuerdo que nos comunicaron que había una guerra y que debíamos aprender un nuevo himno. Luego se hizo más contundente todo cuando compañeros de mis hermanos fueron convocados. Todo parecía brutal e irreal.

—En tu pasada visita a la Feria del Libro criticaste el sistema educativo en general, por anular la individualidad. ¿Ves eso en algunos en la educación argentina?

—Veo eso en la educación en general, y cada vez que puedo lo expongo. La educación tal como ha sido diseñada, aunque por suerte hay disidencias, es uniformante, no respeta la singularidad ni propicia el autoconocimiento ni el pensamiento propio. Hay ya muchas corrientes educativas en el mundo que están modificando el origen militarizado del antiguo régimen escolar. Se llena de información a los chicos en lugar de colaborar con la formación. Y claro que sofoca la creatividad desde el momento en que masifica e impone.

—¿Cuál es tu posición frente a los pañuelos verdes?

—Colaboro activamente con ese tema desde el minuto uno. Fui de la primera camada de convocadas. Lo que la gente no entiende es que nadie está a favor del aborto. Estamos en contra del aborto clandestino. Y a favor de los derechos básicos de acceso a la educación sexual y la salud pública. Todo lo que se legisla es factible de ser regulado. La propuesta siempre empezó por ESI (Eduación Sexual Integral), para que cada niña o niño pueda saber qué significa el abuso, cada adolescente pueda conversarlo con sus padres, cada joven pueda cuidarse para evitar embarazos, y cada adulta pueda evitar morir desangrada. ¿Es polémico? Puede ser. Pero nadie dice nada de los miles de embriones congelados en los laboratorios sin destino. Solo se ocupan de los que están dentro del cuerpo de una mujer. Hablan de adopción como salida y luego consideran la adopción una suerte de castigo divino. Hay una gran confusión en los antiderechos.

—¿Qué relatos crees que nos debemos como sociedad?

—Supongo que tiras como Pequeña Victoria en el prime time de un canal familiar como Telefe fue un gran precursor de lo que necesita la sociedad. Una donante transgénero, una madre que no puede serlo en forma biológica porque se le exige rendimiento profesional, una mujer adulta teniendo un romance con un hombre más joven etc. Son temas que, naturalizados, abren cabezas.

Correcion versus arte

—¿Cuáles definís cómo tus papeles más vitales en el cine y por qué?

—Creo que Matar al abuelito y La nave de los locos fueron decisivos en lo personal, uno fue mi primer protagónico y el otro mi primer papel fuerte en el cual salía del rol de la Lolita para encarnar a una mujer. Además adhería a la causa mapuche que mi personaje defendía, fue muy coherente para mí. Luego tengo El misterio de la felicidad como un mojón importante, porque con esa película retomé la actuación luego de nueve años de estar retirada de la profesión.

—¿Cuáles son tus primeras memorias del cine?

—Como espectadora la matiné del Cine Gloria de Dolores donde veía dos películas seguidas los domingos. Grandes títulos que no me explico cómo llegaban. Como actriz recuerdo con amor mi primer bolo en El camino del Sur, una película impecable de Elio Stagnaro que hablaba de cómo se prostituía en Argentina a mujeres eslavas tomándolas en matrimonio y engañando a sus padres.

— ¿Ves un rebrote del teatro alternativo?

—El teatro alternativo explotó en plena crisis de 2001, siento que frente a las crisis económicas en la Argentina nos las ingeniamos creativamente. Es una reacción saludable a un tema inexplicablemente recurrente.

—¿Qué crees que define a una actriz en argentina? ¿Qué característica, de ser posible, destilarías de tu experiencia que puede identificar a una forma de contar necesaria?

—No me parece que a grandes rasgos la nacionalidad determine un modo de expresarse en la actuación. Creo que hay personas y sistemas y que cada ser es único. Lo que defiendo, en todo caso, es tomar riesgos y salir de la corrección. La corrección es enemiga del arte. Y eso es así en cualquier lugar del mundo.