Enero de 2007. Mauricio Macri, por entonces presidente de Boca, es consultado en una entrevista por los refuerzos que llegarán al club para jugar la Copa Libertadores: “El mejor refuerzo será Banega“.
La respuesta de Macri es una evasiva. Boca necesita reponerse del golpazo que fue la derrota en la final del Apertura 2006 contra Estudiantes de La Plata. El ocaso turbulento del ciclo de Ricardo La Volpe estuvo acompañado por la venta millonaria de Fernando Gago al Real Madrid. Por ahora, la llegada a préstamo de Juan Román Riquelme desde fútbol español sigue siendo una utopía. Por eso Macri nombra a Banega.
El volante es la gran figura del seleccionado Sub 20 que se destaca en el Sudamericano de Paraguay. Ese equipo dirigido por Hugo Tocalli será subcampeón, consiguiendo la clasificación para el Mundial de Canadá y los Juegos Olímpicos Beijing 2008, dos trofeos que irán a parar a las vitrinas de la AFA.
Miguel Ángel Russo firmó con Boca en diciembre de 2006. Antes de su contratación, Pedro Pompilio, vicepresidente del club, llamó a Claudio Borghi. El Bichi es uno de los técnicos sensación de Sudamérica, dirige a Colo-Colo, reciente subcampeón de la Copa Sudamericana. Tiene contrato con los chilenos por un año más. Su negativa le abrió la puerta a su colega.
El ciclo del nuevo DT comienza formalmente el 4 de enero de 2007. Sigue al juvenil por televisión mientras dura la pretemporada de su equipo en la ciudad de Tandil. El estreno oficial, goleada 4 a 0 frente a Banfield en el Cilindro de Avellaneda, coincide con el primer partido de Banega en la Primera de Boca. Russo necesitó un puñado de prácticas para tirarlo a la cancha. Con apenas 18 años se convertirá rápidamente en un futbolista determinante. El club solo podrá disfrutarlo durante doce meses. En diciembre, Valencia se lo lleva por un cifra récord para el mercado argentino.
Trece años más tarde, Russo replica con Jorman Campuzano lo que hizo con Banega. Tras su llegada, el colombiano pasa de prescindible a indiscutido. Como en 2007, apuesta fuerte al puesto de volante central: aquella vez relega al banco de suplentes a un ídolo como Sebastián Battaglia; ahora le toca salir a Iván Marcone, la segunda compra más cara en la historia del club.
Campuzano juega los siete partidos finales de la Superliga. Su inclusión es el retoque necesario para cambiar la fisonomía de Boca. Ya no queda nada de ese equipo que en 2019 se sentía cómodo juntando las líneas, entregándose a la iniciativa del rival, impostando solidez en el agrupamiento contra su área.
Como Banega, es el que da equilibrio a una propuesta ofensiva y goleadora. Esta vez es distinto, porque este Boca casi que no tiene juego. Puro barroquismo por las bandas: wines reciclados para el mediocampo, laterales ofensivos y un Tevez que recupera su estirpe de killer. Un equipo que primero convierte y después empieza a jugar (de contraataque).
Porque no hay tiempo para grandes transformaciones. Son necesarias decisiones rápidas y efectivas. Russo entiende del puesto mejor que nadie. En su etapa como futbolista lo desempeñó durante más de una década en Estudiantes de La Plata. Ahora vuelve a exhibir ese conocimiento. Y mejora su rinde: en las primeras siete fechas del Clausura 2007, Boca obtuvo 16 puntos. En este tramo final de la Superliga consiguió 19.
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