Estaba mal Diego Maradona. Todos en su círculo íntimo sabían que el mejor jugador de la historia no pasaba su mejor momento. Lo veían cansado, abatido, muy enfermo. Con pocas ganas de pelear, justo él que fue uno de los más guerreros de los guerreros. Aún no había podido salir del todo de su cuadro de depresión y su corazón estaba debilitado por los años y las adicciones.
Su última aparición pública, el 30 de octubre en la cancha de Gimnasia, previo al duelo contra Patronato, había evidenciado el endeble estado de salud del entrenador del Lobo, que ni siquiera pudo quedarse a ver el partido desde la tribuna.
De la operación por un hematoma subdural salió bien Maradona. El posoperatorio también fue satisfactorio. Pero lo que más preocupaba de Diego era el resto de los síntomas. Los días en la Clínica de Olivos sirvieron para equilibrarlo clínicamente. Lo notaban deshidratado y anémico. Y esas no eran buenas señales para su corazón debilitado.
Se recuerda: en 2000 Diego estuvo al borde de la muerte tras haber sufrido una miocardiopatía dilatada severa en Punta Del Este. En ese entonces, el corazón de Maradona funcionaba al 38 por ciento. Los médicos más optimistas decían que, medicamentos mediante, el músculo vital del campeón del mundo en 1986 se podría recuperar por la mitad.
Desde ese episodio pasaron 20 años. Por eso la frase de que Maradona vivió mucho más de lo que varios pensaban se hace fuerte entre los médicos que lo conocieron.
Tampoco su hígado estaba en buen estado por el alcohol que consumió en los últimos años. Además, tomaba muchos ansiolíticos. El cerebro del Diez tenía algunos achaques, pero se mantenía lúcido y con una memoria prodigiosa. Podía recitar de memoria alguna vieja formación o contar con detalles mínimos goles o jugadas que nacieron de su zurda.
El corazón de Maradona se detuvo por un paro cardiorrespiratorio. Estaba debilitado ese músculo de Diego, el mismo que repartió demasiadas alegrías. Aunque duela, el final no fue tan inesperado para quienes conocían en profundidad su historia clínica. Se fue en paz y sin sufrir.