La resurrección de Diego

0
69

Fue ayer, como marca el mandato bíblico: tres días después de su muerte y en distintas partes del mundo. En los países “centrales” y en los países “periféricos”. Ahí estaba Diego naciendo de nuevo. De otra manera, pero naciendo de nuevo: su cara y su nombre en medio de una represión policial en París, a los diez minutos de cada partido de la Liga de Ecuador, como fondo en las tribunas de la Premier League, en la remera de Neymar y del Paris Saint Germain, en un cuadro en las canchas del Ascenso y en la camiseta 10 que apoyaron los All Blacks contra Los Pumas -ay, Los Pumas- en la mitad de la cancha. Tres días después de su muerte, Diego no paraba de nacer

Si desde el miércoles al mediodía decimos que se murió una partecita de nuestras vidas, y si nos preguntamos cómo será el mundo sin Diego, con esta resurrección maradoniana empezamos a encontrar algunas certezas. Sabemos que Diego vivirá en nuestros recuerdos individuales y colectivos, pero ahora también sabemos que vivirá en una suerte de homenaje constante -organizado o improvisado- que recibirá hasta el final de cada una de nuestras vidas.

Maradona Siria

Lo de ayer es una demostración. Diego aparece, acaso como una revelación, en los lugares más inesperados. Y no solo rodeado de tribunas o jugadores de fútbol. En una caótica marcha en París contra una reforma de seguridad que apunta aún más contra la población migrante en Francia, la cara de Maradona asomaba entre los gases lacrimógenos, las vallas tiradas y los escudos policiales. En Bangladesh, el país asiático que lo ama desde el 22 de junio de 1986, cuando humilló a Inglaterra y se vengó de sus crímenes colonialistas, las velas y las camisetas argentinas vestían las calles de Daca, su capital. En Rumania, una bandera trataba de atenuar el desconsuelo colectivo que se veía a la distancia por televisión e internet. “Fuerza Argentina, la muerte no es el final. Diego vive, es inmortal”. En Siria, unas horas después de su muerte, una pintura de Diego le daba algo de color a las ruinas de la guerra. Y en la esquina de su casa, Segurola y Habana, hasta se cambió el cartel de las calles. 

Diego vivirá en los homenajes, que probablemente no terminen nunca. Y vivirá, sobre todo, porque se está convirtiendo en un santo popular a quien se le rinde tributo, se le llevan ofrendas y especialmente se le dan las gracias. Un nuevo San Genaro. Un Gauchito Gil o una Difunta Correa que nace a partir del dolor colectivo de su partida. Algunos ya piensan a ver señales divinas: el rayo de sol que ayer sólo iluminaba la pantalla en la cancha de Vélez, un 10 que se formaba entre las nubes de la noche o los rulos de Diego dibujados por el fuego de las velas derretidas en una calle de La Paternal. 

No hacen falta milagros, porque las personas que lo tributan consideran que ya los hizo. ¿O acaso no es un milagro regalar la felicidad más absoluta y empoderar a quienes como él habían nacido en lo más bajo del mundo?   

La cancha de Argentinos Juniors, la Bombonera y el ex estadio San Paolo (ahora rebautizado Diego Armando Maradona) son los primeros altares en Argentina e Italia. Probablemente haya más: la casita de la calle Azamor 523, en Villa Fiorito, pintada a contrarreloj el miércoles. O el cementerio de Bella Vista, en San Miguel.

Diego murió, pero se multiplica. ¿Acaso esta no es una manera de vivir o de resucitar? En forma de futbolista, de héroe, de ídolo o de D10s. En forma de recuerdo o de santo. De la forma que sea, Diego sigue acá, entre nosotros. Suena y es un cliché, sí. Pero también una realidad. Y quizás allá, en alguna parte, esté cantando con su voz afinada y su carisma único, junto a la Negra Sosa y María Elena Walsh, la primera parte de La Cigarra:

Tantas veces me mataron

Tantas veces me morí

Sin embargo estoy aquí resucitando

altar Maradona Argentinos

Compartí esta Nota

e-planning ad