Fue un River desconocido. Nunca el equipo de Marcelo Gallardo había cometido errores tan determinantes. Y en la noche de este martes hizo lo imposible para que Flamengo se fuera festejando del Monumental en esta semifinal de Copa Libertadores. El 3-0 habla más de River que del equipo brasileño.
Hasta el primer gol el partido estaba para cualquiera. Pero un error de Franco Armani le dio el 1-0 a Flamengo. El arquero rechazó un centro con los pies, apurado, cuando nada indicaba que era una jugada que implicara algún riesgo. Ese despeje le cayó como un regalo del cielo a Barboza y con un disparo cruzado marcó el principio del fin.
River estaba en carrera, pero apenas se habían jugado dos minutos del segundo tiempo cuando Rojas marcó al revés, se dejó ganar el cuerpo a cuerpo y Luiz Adriano se quedó con la pelota y metros por delante para sentenciar a Armani. Con el 2-0 empezó el descontrol del Millonario.
La expulsión de Carrascal fue la síntesis de la autodestrucción de River. Sin pelota le pegó de manera descarada a Gabriel Menino, que minutos antes había canchereado con un taco. Una provocación que derivó en una expulsión. Y del tiro libre de esa infracción Palmeiras convirtió el tercero.
En la noche de Núñez, River pagó, y carísimo, los errores propios. Perdió la calma, se descontroló. Le faltó madurez y tranquilidad para superar el resultado adverso, algo poco habitual en los equipos de Gallardo. Ahora sólo se puede refugiar en un milagro. Dar vuelta un 0-3 en San Pablo, después de semejante golpazo anímico, es un deseo que ni siquiera podrían cumplir los Reyes Magos.
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