La pandemia por COVID-19 congeló la práctica deportiva durante el año pasado y el futuro hoy es una incógnita. En 2020, en la Argentina, murieron más de 43.000 personas por coronavirus: casi el 0,1 % de la población. Muchas actividades se detuvieron por completo, entre ellas las deportivas. Solo el ápice, comprendido por la actividad profesional y la población olímpica, retomó tempranamente algo de su actividad. El resto de las actividades, esas que nos incluyen al común denominador del deportista amateur, retomó parcialmente en los últimos meses y se le avecina un escenario oscuro.
En este tiempo, en torno al Covid y el deporte, hubo muchos datos curiosos. Algunos más y otros menos inexplicables. Desde la ausencia de deportistas de alto rendimiento fallecidos por coronavirus y la prematura autorización recibida para circular y entrenar como si fuesen considerados trabajadores esenciales, hasta la clausura de los gimnasios y espacios deportivos para el público en general y el retorno de esas actividades sin necesidad de un control médico previo.
Según los datos publicados por el Ministerio de Salud y trabajos de investigación de Conicet como “Impacto estimado de la mortalidad por COVID-19 al 15 de diciembre de 2020 en Argentina” del Dr. Leandro M. González, si separásemos a la población en dos mitades (menores y mayores de 40 años) en el primer grupo estaría el 1,5 % de los muertos y el 98,5% restante de los muertos formarían parte del segundo grupo.
Con las vacunas llegando en cuenta gotas para ser distribuidas entre el personal de salud y los adultos mayores, el virus sigue repartiendo casos graves a lo largo y ancho del país, y como se espera van ir en aumento a medida que se acerque el frío.
Para entender lo que se viene es importante conocer lo que vivieron en el hemisferio norte. En Estados Unidos, por ejemplo, después de evaluar las experiencias de las escuelas secundarias que mantuvieron su actividad deportiva durante la temporada invernal, el comité asesor médico deportivo (SMAC) de la Federación Nacional de Asociaciones Estatales de Escuelas Secundarias (NFHS) presentó hace unos días una nueva revisión sobre el riesgo de COVID-19 durante los deportes de la escuela secundaria “Revises Guidance on COVID-19 Transmission During High School Sports”.
Entre las conclusiones están las popularmente conocidas y las que sorprenden:
- Las tasas de transmisión del coronavirus en todos los deportes varían según múltiples factores y existen en un continuo.
- Los participantes en deportes sin contacto muestran tasas más bajas de COVID-19 que los deportes de contacto. Los deportes no precisan ser regulados con las mismas premisas.
- Las tasas predominantes de infección en la comunidad parecen ser el predictor más fuerte de atletas escolares infectados. Es el estado de situación de la jurisdicción la que debe regir al momento de decidir sobre el deporte amateur local.
- Los casos comprobados de transmisión directa del coronavirus en el entorno deportivo siguen siendo relativamente raros. Lo cual iría en contra de la lógica de cortar las actividades.
- La gran mayoría de la propagación de COVID-19 relacionada con los deportes no parece ocurrir durante la práctica del deporte en sí, sino vinculada al contacto social previo o posterior.
- Los participantes en deportes al aire libre muestran tasas más bajas de COVID-19 que los deportes de interior.
- Las diferencias en las tasas de incidencia entre deportes también son relativas, ya que un valor “4 veces mayor tasa de infección” para un deporte sobre el otro puede significar apenas 13 contagios por cada 100.000 días-jugador frente al valor mayor de 52 contagios por cada 100.000 días-jugador. Ambos números son ínfimos en comparación con las tasas de contagios en otros espacios.
- El uso de mascarillas mientras se participa en deportes de interior resulta en tasas de COVID-19 comparables a las tarifas encontradas en deportes al aire libre.
Sobre el uso de las mascarillas en la vida cotidiana hay convencimiento sobre el beneficio, pero durante la competencia todavía no se ha llegado a un criterio uniforme. No hay evidencia científica que permita asegurar hasta qué punto un barbijo mojado por la respiración y la transpiración sea eficiente para contener la propagación. Esa medida implementada para las competencias en espacios cubiertos y con contacto, aplicada en veinte estados de Norteamérica, como por ejemplo California, Nueva York y Pennsylvania, está más sostenida en una percepción de seguridad subjetiva que en la evidencia fehaciente de los datos.
Cada uno de nosotros, como sociedad, hemos producido extraordinarios ajustes a nuestra vida diaria para adaptarnos al virus. Pensemos lo extraño que nos hubiese parecido hace un año utilizar un barbijo en el supermercado o en el transporte público, mientras que hoy lo tomamos con total naturalidad y se ha transformado en un ítem más del check-list previo a salir de casa: junto con las llaves, la billetera y, obviamente, el teléfono.
Por su parte, las actividades de verano en las escuelas y en las colonias de vacaciones han demostrado cómo las niñas y niños han sido muy conscientes en la adecuación y aceptación de las medidas higiénicas y preventivas. Mucho más que los adolescentes y adultos jóvenes. Quitarles por completo la actividad física y el espacio lúdico ha demostrado ser una medida drástica, improductiva y perfectamente evitable.
Como contrapartida, el encierro, la inactividad física y la ansiedad han catapultado los niveles de sobrepeso de la población y la otra pandemia, la de obesidad infantil y sedentarismo, se ha desatado sin control. COVID-19: a one-way ticket to a global childhood obesity crisis? COVID-19: ¿Un billete de ida a una crisis mundial de obesidad infantil? es uno de los tantos trabajos que dieron cuenta de la catástrofe.
Increíblemente, los protocolos de retorno escolares en la Argentina, en lugar de contemplar la situación y proporcionar espacios abiertos de educación física, restringen la actividad y promueven “recreos donde no se permitirán los juegos con pelotas o contacto entre estudiantes”. Una medida iatrogénica e inentendible, por donde se la mire, ya que se ha comprobado con los GPS y en partidos de 90 minutos de fútbol profesional que los tiempos de permanencia y cercanía son ínfimos para que los protagonistas sean considerados contactos estrechos, imagínese lo que puede ser un recreo de 15 minutos en el colegio.
Las secuelas de una infancia encorsetada son deudas del presente que se pagarán en el mañana. Hace décadas que la Organización Mundial de la Salud viene difundiendo la importancia de sostener una hora de actividad física en la niñez. ¿Póngase a pensar si las niñas y los niños de su familia lo cumplen? Atarlos a la columna del patio, es lo último que deberían pregonar las autoridades.
A su vez, fuera de la actividad de la escuela, pocas de las competencias deportivas amateurs han comenzado. Se desconoce que pasará este año. Algunas federaciones, como la AFA, se manejaron por decisiones propias, planificando el futbol juvenil y postergando al infantil, como mínimo hasta marzo. Otros deportes están armando los fixtures y algunos ni tienen pensado comenzar hasta que no se acabe el distanciamiento.
Es por este motivo y en este contexto que iniciativas como la de la provincia de Neuquén, declarando a la actividad física y el deporte como actividades esenciales, deben ser compartidas y acompañadas por quienes estamos convencidos que el deporte es un derecho al cual la población debe tener acceso.
En estos tiempos de pandemia y con un futuro de incremento estacional de casos, como se teme en el invierno con las enfermedades respiratorias agudas graves, la actividad física es una herramienta preventiva para tiempos sanitarios difíciles. La llave del deporte no es un botón que se prende o apaga, sino una perilla que se gradúa por tonalidades. Reflexionemos sobre lo que ha pasado en otras latitudes. No tropecemos dos veces con la misma piedra.
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