8 M, el día después ¿Qué queremos las mujeres ?

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El día después es un día, a mi parecer, que sirve para reflexionar y si bien por nuestra profesión debemos siempre adelantarnos y tratar de que la noticia sea dada con la mayor rapidez posible, por suerte hay temas que requieren de una observación atenta, por suerte la tendencia hoy es profundizar o pensar un poco más. Hay cuestiones que admiten tomarnos un tiempo y revisar lo que se dice sobre algo, lo que se repite hasta el hartazgo.

El día después del 8 M, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, me percato una vez más  que mucho de lo escrito y leído ayer, está plagado de lugares comunes. Cómo cuesta escribir en estas fechas más allá de lo siempre dicho, de aquello que si se menciona, “sonará bien” para la ocasión. Cómo cuesta dejar de escribir, por ejemplo, las estadísticas sobre femicidios que nos aterran y que son tan dramáticas, o que queremos una sociedad igualitaria. Como cuesta dejar de decir que el feminismo bien entendido está librando una lucha que consigue grandes avances para la sociedad o bien, que el feminismo es arrogante, que está dividido, que ya no representa a todas o a “todes”, o más bien, que nunca representó a la mayoría, esa que necesita ser representada para reclamar por sus derechos.

El feminismo se ha vuelto una mala palabra o una palabra que muchas mujeres prefieren no nombrar, no decir y entonces explican que es mejor evitarla porque tiene mala prensa, mala fama. “Las aguas están divididas”, “Yo prefiero hablar de igualdad de derechos entre hombres y mujeres”, “Yo quiero una sociedad igualitaria, que cobremos lo mismo, que tengamos acceso a más fuentes laborales, a la misma remuneración por mismo trabajo, a tener horarios flexibles en mi trabajo para cuidar de mis hijos y ganar mi sustento”…Esas y tantas otras cosas oí y leí por estos días decir a las mujeres. Con algunas coincido, con otras no.

Feminismo ortodoxo, radical,  feminismo disidente,  liberal,  de la diferencia, de la igualdad, científico, y tantos otros más. Nos perdemos en términos que nos dividen y tenemos que estar más unidas y unidos que nunca para ser mejores.

Construimos y reproducimos todo tipo de clasificaciones para tratar de entender las diferencias entre las mujeres y disidencias que luchan para poder convivir  en igualdad de derechos, oportunidades y condiciones, pero nos olvidamos de hacer foco en lo que nos une para conseguir nuestras metas.  Demasiadas divisiones (o concentrarnos en estas) hacen que nos olvidemos justamente de lo más importante, lo que verdaderamente queremos las mujeres:  poder conquistar nuestros derechos en todos los ámbitos de la vida.

Pero ¿qué queremos las mujeres? Quizás muchas deseemos: trabajar y ser madres si así lo elegimos  sin tener que renunciar a la crianza de nuestros hijos o al revés; que podamos escoger qué hacer con nuestro cuerpo, nuestras vidas, acompañadas por la ley y por el Estado, sin que el peso de la justicia y la sociedad nos condene. Queremos poder acceder a oportunidades laborales y que nos paguen igual que a los varones por el mismo puesto, deseamos compartir en casa las tareas del hogar y la crianza de nuestros hijos con ellos. Que los padres puedan también tener licencias justas por paternidad y como las que nosotras tenemos por maternidad, pero teniendo en cuenta las diferencias. No es lo mismo concebir un hijo con el propio cuerpo que acompañar con el cuerpo desde la intención, el comportamiento, el rol. Cada licencia debe ser concebida según su caso particular. Esto,  teniendo en cuenta a las parejas diversas y a las distintas formas de concebir hijos de la actualidad.

También podemos desear que si decidimos ser madres el Estado nos acompañe junto a nuestra familia, que si estamos embarazadas se nos respete, que se piense y se ponga a nuestro alcance, al alcance de todas, las herramientas para transcurrir lo mejor posible la maternidad, el preparto, el parto y el posparto. Que todas las instituciones de salud respeten La Ley de parto respetado, que no tengamos que ser víctimas de tanta violencia obstétrica, que no exista más la violencia obstétrica. Que las áreas de ginecología y obstetricia de los hospitales o clínicas sean más humanas, que nos traten como a mujeres gestantes, personas, como seres humanos que van a dar vida con todo lo que eso implica y no como  números, o cuerpos destinados a la reproducción.

¿Qué más queremos las mujeres? Que si decidimos no tener hijos no nos tilden de egoístas, ni nos llamen incompletas, solo porque tomamos el camino de no pasar por la experiencia de ser madres o porque no cumplimos con las expectativas sociales, los estereotipos o el “deber ser” que aún existe en torno a la idea de la mujer.

Deseamos además que si escogemos una forma de vestir no nos juzguen por eso, -más allá de que todo estilo comunica algo- que no nos encasillen, que nos dejen ser y que no intenten silenciarnos si nuestras ideas no les caen bien a la mayoría, o a un grupo o grupos influyentes.

Y, fundamentalmente, las mujeres queremos que no nos maten, claro.  Esto me animo a decir es el mayor deseo de la mayoría. Que cese la violencia, que la violencia enquistada en la sociedad hacia nosotras se termine de una vez por todas, que no nos golpeen, que no nos traten mal. Que cuando nos quejamos de nuestros agresores funcionen las denuncias, que las herramientas que ponen supuestamente al alcance de nuestras manos para salvar nuestras vidas, funcionen. Que no tengamos que lamentar más otra muerte de una amiga, compañera, hermana, tía, abuela, hija, madre.

No queremos ser más víctimas ni victimizarnos porque no se nos ayuda lo suficiente, o porque no se nos ayuda.

Queremos poder hablar de este tema y no solo hablarlo o protestar, sino que se haga efectivamente algo al respecto, que se implementen políticas públicas contra la violencia de género con el presupuesto que corresponde, efectivas y para siempre.

Por estos días, la reconocida antropóloga e investigadora Rita Segato (citarla es también ya un lugar común pero su lucidez lo requiere según mi punto de vista), decía que “las feministas hemos logrado instalar la perspectiva de género en los medios y en obras artísticas. Concretamente, en entrevista con Reynaldo Sietecase  dijo: “Hemos conseguido victorias impresionantes en el campo discursivo. No hay serie de tele, programa periodístico ni producto de comunicación en el que no esté tematizada hoy la cuestión de los derechos de la mujer. Nos hemos hecho presentes en todo ese abanico. Pero no hemos tenido el mismo tipo de éxito en nuestros programas concretos y en la conciencia respecto del campo de la violencia. No solo no hemos conseguido pararla, sino tampoco que disminuyan los números de feminicidios”.

Insisto, creo, que las mujeres, todas, anhelamos profundamente que pare la violencia, que no nos maltraten más, pero no solamente que no nos sigan matando ahora, sino que no maten a nuestras hijas dentro de unos años o ahora mismo, y que nuestros hijos no sean potenciales maltratadores, agresores y mucho menos femicidas.

Tal vez la clave esté en la educación, fundamentalmente ahí, la educación basada en la igualdad y el respeto por la mujer no solo presente en los hogares, sino en las escuelas con la ESI (Educación Sexual Integral) para enseñarles a nuestros hijos e hijas formas de vinculación sana entre los géneros y consideración por las diferencias y la diversidad.

Solo lograremos lo que más queremos focalizando en lo que nos une y pensado en la educación como aquello que nos permitirá transformarnos en mejores seres humanos, para una convivencia más digna y armoniosa.