“La consagración de un artista se da en la eternidad”

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La noticia ya empezó a generar olas de nostalgia. Después de cincuenta y cinco años de brillante trayectoria Les Luthiers anunció su despedida definitiva de los escenarios. El grupo ya arrancó su última gira con la presentación en Buenos Aires. Antes de partir hacia América Latina y España, donde también tienen un público muy fiel, estarán todos los jueves, viernes y sábados de enero en el Teatro Ópera (Avenida Corrientes 860) presentando Más tropiezos de Mastropiero, un espectáculo que conserva el singular estilo que los hizo famosos y gira alrededor de una hilarante entrevista al entrañable personaje creado por Marcos Mundstock, Johan Sebastian Mastropiero. “Este año cumpliré 77 años, y Jorge Maronna, 75. Nos sentimos muy vitales, y artísticamente creemos estar en nuestro mejor momento, pero a medida que nos acercamos a los 80, nuestros músculos y articulaciones nos anticipan que pronto comenzarán a presentarnos impedimentos”, explicó en un comunicado Carlos López Puccio, quien empezó a trabajar con Les Luthiers en 1969, dos años después de la fundación del grupo, y se consolidó como integrante estable a partir del ‘71.

Cuando se le pregunta por las razones del prolongado éxito de Les Luthiers, López Puccio es contundente: “Trataré de no sentirme protagonista. Creo que Les Luthiers inventó un género propio. Una rara mezcla de humor y música en íntima correlación. La música nunca fue música de fondo, y el humor siempre fue contrapesado por la música necesaria. A ambos elementos básicos se agregó la parodia de géneros musicales, de teatralidad y hasta la expresada en esos instrumentos que no son mejores que los instrumentos verdaderos, pero que -como en toda parodia- regocijan justamente por eso, por no ser lo que pretenden. Los ingredientes siempre fueron muy cuidados: el humor elegante, a veces culto, otras veces culterano. Nunca soez ni demasiado fácil. Mucho menos, chabacano. Algunos dicen que es inteligente. Tampoco hubo lugares comunes, referencias a la realidad inmediata o a personajes de moda. Creo que la explicación está encerrada en esa mezcla: un producto escaso, fruto de mucho trabajo y que da alegría profunda”. 

—¿Recuerda el primer show que hizo con Les Luthiers? Dónde fue, como reaccionó el público, cómo la pasó usted… 

—Tengo un vago recuerdo, pero no es ni de lejos el mejor. Me invitaron a participar del grupo en su primera presentación en café-concert. Viendo el calendario histórico de actuaciones, deduzco que eso debe haber sido el 26 de noviembre de 1969. Mi rol era el de violinista (pero debía tocar el latín, un violín de lata). Ensayé una vez, la música estaba toda escrita y los coros también. Y actué. Bah, es un decir. El espectáculo era un simpático rejunte de canciones con gracia y refinamiento que hoy luciría muy inocente. Intercalados venían los comentarios cultos del presentador, Marcos. No recuerdo que hubiera mucha gente, más bien poca: unas veinte, treinta personas. De hecho, siempre recordamos que en presentaciones posteriores en ese mismo recinto solíamos pararnos en la puerta del local, con cara de disimulo, de estar tomando fresco, para ver si tal o cual pareja que se acercaba iba a entrar o no a vernos.

—¿Se sigue poniendo nervioso como cuando empezó al pisar un escenario? 

—Tengo siempre un leve, levísimo temor. Pero es reverencial, más por la ritualidad de ese momento que por su imprevisibilidad. Las presentaciones de Les Luthiers, una vez que un espectáculo ha sido estrenado y rodado, sólo sufren leves diferencias de recepción según unas cuantas variables que en general hacen posible una apuesta: cuánta gente hay en la sala, en qué país estamos, cuántas funciones se han vendido ya en esa estadía. Pero sé que si me equivoco en un parlamento o toco otra nota, nadie me juzga con la vara flamígera con la que se juzga a un célebre concertista que pifia una escalita. 

Sí me  pongo bastante nervioso en los estrenos porque la cuota de incertidumbre es infinitamente mayor.

—La formación del grupo tuvo varios cambios a lo largo de los años. Y nombres muy recordados como los de Gerardo Masana, Daniel Rabinovich, Marcos Mundstock, Ernesto Acher, Carlos Núñez Cortés… ¿Qué condiciones eran imprescindibles para ser parte de Les Luthiers?  

—El pliego de condiciones nunca se escribió. Cada uno de nosotros aportó un conjunto particular de aptitudes y sabidurías. Tuvimos que ser músicos, humoristas, compositores, actores, mimos, escritores… Lo que se logró fue el producto fue una sabia reunión de las virtudes y los gustos de cada uno de los integrantes, depurados -a veces conflictivamente- a través de la crítica de los demás. 

—En las redes sociales circula mucho humor superficial, incluso chabacano. El de Les Luthiers ha sido siempre un humor más refinado. ¿Cree que pueden interpelar a la gente más joven, de todos modos? 

—Soy abuelo. No estoy seguro de poder contestar con sabiduría preguntas relacionadas con los jóvenes. Hoy se habla mucho de nuevos “paradigmas” y hasta de “hermenéuticas”, pero no llego a comprender la medida en que estas circunstancias sociales pueden vedar o permitir a los jóvenes el disfrute de lo que ofrecemos. Sí noto que se ha ido produciendo cierto grado de embrutecimiento, algo que me preocupa de nuestro país. Siempre estuve convencido de que nuestro humor era trascendente. No dicho con pomposidad, con arrogancia, sino en el humilde sentido de que intentó trascender lo circunstancial y apuntar a lo esencialmente humano. Salvando las inmensas distancias, para tratar de aclarar sin oscurecer: una lectura de Edipo Rey hecha por Freud revela significados que estaban desde siempre y que tal vez explican, siglos después, la perennidad de esa tragedia. Los jóvenes están invitados a participar de nuestra fiesta, que puede ser la de ellos.

—¿Cuáles son sus principales influencias como artista? ¿Qué músicos, escritores y actores consiguieron su admiración y lo inspiran todavía hoy? 

—Mahler, Proust, Borges, Richard Strauss, García Marquez, Woody Allen, Picasso, Chaplin… Y siguen las firmas…

—Woody Allen está muy cuestionado hoy. ¿Qué opina de la cultura de la cancelación? 

—Querría agregar a la lista anterior al “nefasto” Richard Wagner. Pienso que la cancelación corresponde a la hermenéutica del tiempo en que se produce. La consagración o no de un artista se da, en cambio, en la eternidad.     

—¿Recuerda un momento que haya disfrutado particularmente con el grupo? Una gira, un show, una situación escénica, quizás algo de la convivencia con sus compañeros. Un momento inolvidable con Les Luthiers, en suma.

—La semana más importante de mi vida fue la de celebración y entrega del Premio Princesa de Asturias, en 2017. Recibir ese premio, que ya habían recibido muchos hombres que yo admiraba, que nos ponía como “espejo crítico y referente de libertad en la sociedad contemporánea” no sólo implicó una importante llamada de mi propio espejo del tiempo pasado, también se acompañó de la calidez, el agasajo y el mimo que parecía llegarnos de toda Asturias.

La formación actual

Además de Carlos López Puccio y Jorge Maronna, los dos más veteranos del grupo, la formación actual de Les Luthiers incluye a Roberto Antier, Tomás Mayer-Wolf, Martín O’Connor y Horacio Tato Turano, además de los alternantes Santiago Otero Ramos y Pablo Rabinovich. Son ellos los que llevarán adelante el tour de despedida de un proyecto que marcó a fuego la creación artística argentina de los últimos cincuenta años. El estatus de Les Luthiers es hoy difícil de cuestionar. 

Se presentarán a lo largo de este año en México, Colombia, Costa Rica, Chile, Uruguay y España. Y luego dirán adiós para siempre. Quedarán para los amantes de los recuerdos gratos las grabaciones de muchos de sus inolvidables espectáculos en YouTube. Y la memoria de sus seguidores, los socios inamovibles de todos estos años de humor intrépido y sagaz, los que disfrutaron de una calidez y una buena energía que Les Luthiers siempre transmitieron en escena. 

Fueron premiados muchas veces: el Konex, el Grammy Latino, la Orden de Isabel la Católica, el Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades… También fueron declarados ciudadanos ilustres de Buenos Aires y visitantes ilustres de muchas ciudades de Hispanoamérica. En 2012, el Reino de España les concedió la ciudadanía española por carta de naturaleza, una concesión especial a personas de particulares méritos. Y por encima de todo quedarán resonando siempre que los mencione el eco potente de los aplausos del público, de pie, como corresponde con ellos.

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