En 1985 Herb Gardner estrenó la que fue una de sus obras más célebres: Yo no soy Rappaport. Allí el autor norteamericano imaginaba un encuentro entre dos ancianos en el Central Park de Nueva York. Cinco años después la dirigió aquí Manuel Iedvabni con Onofre Lovero y Víctor Bruno. Pero Juan José Campanella vio la versión en los Estados Unidos y emprendió una adaptación que significó su debut como director teatral en el 2013, junto a un elenco encabezado por Luis Brandoni y Eduardo Blanco. Desde el 12 de este mes vuelven ambos actores junto a otros intérpretes – Verónica Pelaccini, Gerardo Chendo, Gabriel Gallicchio, Martín Gallo y Cumelén Sanz. Regresan al teatro Politeama de miércoles a domingos. Son los dos antagonistas de esta historia quienes cuentan el porqué de volver a este espectáculo, su vigencia y recorrido.
—¿Cómo se vuelve a una obra después de diez años de haberla estrenado?
LUIS BRANDONI: Es la primera vez que me pasa. No recuerdo haber hecho ninguna reposición de un espectáculo, después de una temporada tan larga.
EDUARDO BLANCO: Es la primera vez que nos sucede esto, tanto a mí como a Beto (Brandoni). La hicimos de manera seguida durante cuatro años. La estrenamos en el Liceo, luego estuvimos en Mar del Plata y giras. Paramos con más de 800 funciones y nos iba muy bien. Me había quedado con ganas de hacerla en España, estuvo el proyecto, pero no se concretó en ese momento. Mucho después, cuando estaba todo desarmado se dio la posibilidad de hacerla con otro elenco de actores argentinos radicados en Madrid, como Luz Cipriota. No la cambiamos, se presentó como Parque Lezama y no El Paseo del Retiro. Estuvimos cuatro meses en un teatro comercial en Madrid hasta enero del 2020, luego pasó lo que pasó y mientras Campanella estaba construyendo este teatro. Nos volvió a convocar y nos gusta mucho poder hacerla, por la actitud del público cuando la ve.
—Estos personajes – Antonio Cardozo y León Schwartz – son un juego de antagónicos: ¿hoy tienen más actualidad en Argentina?
L.B: La pieza es entretenida, divertida y el público sale muy impactado por el espectáculo. La obra da para mucho y es difícil de contar. Es posible que dos personas tan distintas coincidan en un barrio y se acostumbren a discutir juntos y enfrentarse. Tuve amigos con los que me entretenía mucho discutiendo, sobre todo por temas futbolísticos. Desde muy joven hablé de política, pero antes el que pensaba distinto era sólo eso, ahora es un enemigo o un apátrida.
E.B: Me inspiré en mi padre para la composición que hago, ya que él tuvo Parkinson. Creo que estos personajes siempre existieron. La gente puede interesarse o no en la política, pero la mayoría está ajena al tema. Hay muchos universos de personas. Dicen que mi personaje (Antonio Cardozo) representa al “no te metás”. ¿Qué es? Tiene más de ochenta años, con una jubilación que no le alcanza y debe seguir trabajando. Fue portero y ahora busca disimular para que no lo saquen. Creo que hay un prejuicio. En la ciudad de Buenos Aires hay una grieta y tenés que estar de un lado o del otro. ¿Cómo no se pueden construir algunas ideas en común? No tengo una identidad partidaria. En su momento voté a Alfonsín y también a Kirchner. No soy ni radical, ni peronista y tampoco anti nada. A veces nos llaman tibios…pero es por no tener un pensamiento fascista, o sea único. No se puede construir una nación sin el otro 50 %.
—¿Las funciones teatrales les permitirán grabar o filmar otras ficciones?
E.B: El año pasado hice en el teatro Network y me perdí de filmar dos películas y una serie. Hoy todo lo que se filma por lo general está lejos de Buenos Aires, por lo cual es muy difícil aceptar si estás de miércoles a domingo haciendo teatro. Estoy esperando aquí el estreno de El vasco dirigida por Jabi Elortegi. Se dio en el Festival de San Sebastián y querían que fuese, pero estaba con funciones. En el 2022 no pude hacer nada audiovisual y ya tuve que rechazar una película, que se va a grabar en febrero. Tuve suerte en España, porque en el año 2018 mientras hacía en Madrid El precio en el teatro nos convocaron a Sacristán y a mí para filmar Alta mar para Netflix. Ambos estábamos haciendo funciones en distintos escenarios y nos autorizaron, acomodándonos los horarios para poder grabar, pero fue una excepción.
—¿No los tienta la dirección?
L.B: Dirigí en 1996 Siempre que llovió, paró de Marcelo Ramos y más tarde asumí la reposición de una obra en la que había actuado: Justo en lo mejor de mi vida de Alicia Muñoz. Me gusta la tarea de dirigir, pero no dejaré de ser actor. Me siento capaz, sobre todo si es una obra nacional. Creo que soy el intérprete que más autores argentinos hizo, tengo cincuenta títulos, con grandes obras. Me lo propuse cuando empecé en 1961. Ahora tengo ganas de dirigir Made in Lanús y me entusiasma mucho.
E.B: Tal vez en unos años lo haga, pero no me pasa como con la actuación. José Sacristán dice una frase: “selecciono mis trabajos, que no es elegir”. Es nuestro oficio y busco que los materiales me interesen. Llegan muchas propuestas y uno debe quedarse con alguna. Pero por ahora no tengo el plan de dirigir.
—¿Qué expectativas tienen con respecto a la función de los sábados a las 17,30?
L.B: Vamos a ver cómo nos va. Siempre fui muy afecto a adelantar los horarios. Antes en la década del 80 los cines tenían trasnoche, pero ahora sin subtes, más la inseguridad se tuvieron que cambiar.
E.B: Nunca la hice. No me desagrada la idea en otoño y en invierno. Ahora en verano tengo mis dudas, pero nunca se sabe con el teatro. Tengo un tío – Luis Blanco- hoy con más de noventa años, quien estrenó Mi hijo sólo camina un poco más lento con dirección de Guillermo Cacace con funciones los domingos a las 11.30 de la mañana y agotaron en un teatro independiente. Luego tuvieron que agregar más horarios y sumaron a las 14.30. Siempre llenaron.
—¿Les preocupa el precio de las entradas (desde $4300 hasta $4800)?
E.B: A mí no, porque no las tengo que pagar (Risas). Estoy perdido con los precios, no sé lo que valen las cosas. Me invitaron al último recital de Serrat y me enteré que las butacas más caras salían $45.000.
L.B: Me preocupa un poco. Tener un teatro es un compromiso muy grande. Hay muchos en Buenos Aires que no tienen personal y no pagan a nadie. Tenemos ahora dos organismos (INT y PROTEATRO) que subsidian y en mi época no existían. Ese dinero es para los empresarios de salas y para los elencos, pero estos artistas no tienen expectativas de ganar nada, algo que a nosotros no nos pasaba. El negocio lo hacen los que tienen ocho o nueve espectáculos por semana y no ponen ni maquinistas. Hay una división muy grande entre el teatro independiente y el profesional, antes no era así.
España y los actores argentinos
Son muchas las películas que tanto Luis Brandoni como Eduardo Blanco filmaron a lo largo de sus trayectorias. Varias obtuvieron trascendencia internacional. Fue en parte por ello que en agosto del 2019 hicieron funciones de Parque Lezama en Madrid. Hoy reflexiona Luis Brandoni: “Ya había estado haciendo teatro en España antes de Parque Lezama. Me había invitado el Ministerio de Cultura Español para hacer Made in Lanús con el elenco original y El viejo criado. Tenía esa experiencia, que desmiente un comentario que a veces se da que la gente no nos entiende. En realidad al público español le gusta mucho nuestro acento. A veces hay alguna palabra que no conocen, pero luego comprenden. Me gustaría volver con obras de autores argentinos. No podría hablar en español, sería mutilarme, por eso no podría trabajar allí salvo que sea con mi acento argentino”.
Mientras que Eduardo Blanco afirma: “A mí la película El hijo de la novia me abrió las puertas. En Barcelona se festejó que estuviera un año en la misma sala. Aunque Nueve reinas se había dado antes, pero en cines independientes. La serie de Vientos de agua fue un producto de esos éxitos. A nivel de DVD funcionó, pero no tanto en la televisión, ahora está en Netflix y le va muy bien. Creo que nos adelantamos a la época, fui uno de los cuatro que armamos ese proyecto que dio origen a la productora 100 bares, luego huí de ese stress. Prefiero seguir siendo actor”.
Entre los recuerdos de Brandoni están sus diez meses exiliado en México (1974). Afirma: “Cuando nos amenazaron nos ayudó un empresario mexicano que había conocido aquí en Argentina. Él nos facilitó para que pudiéramos trabajar allí tanto a Nacha Guevara, Norman Briski como a Osvaldo Dragún. Los otros artistas debieron esperar a que asumiera Raúl Alfonsín en 1983”.
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