Armada casi como una película de terror, con tomas que a propósito buscan inquietar al espectador, la adaptación de la novela de Agatha Christie Las Manzanas, llevada al cine por Kenneth Brannagh con el nombre de Cacería en Venecia, se hunde tanto como la ciudad italiana en una propuesta demasiado dramática.
Es una versión muy libre del texto original, del guionista Michael Green, quien aprovecha que es uno de los textos menos conocidos de Christie para acercarse más al género favorito de los adolescentes (a los que nunca tentará con este tipo de películas) y deja de lado al destinatario habitual de esta saga: los mayores. Así nos va metiendo en un ambiente oscuro, en una noche de Halloween de los años ’40, que se desarrolla en una de las mansiones señoriales del Gran Canal.
Allí funcionó un hogar de niños en el pasado, y se dice que muchos chicos perdieron la vida en el edificio. En el momento en que transcurre la película, un grupo selecto de invitados a la fiesta se queda hasta la medianoche para participar de una sesión de espiritismo, preparada para que la dueña de casa pueda hablar con su hija, que se suicidó meses atrás.
No hay que olvidar que el gran protagonista de esta saga de películas de Brannagh es Hércules Poirot, una vez más encarnado por el propio director, a quien veremos dudar e impresionarse por sucesos que van más allá de su comprensión en una historia interesante y bien llevada, sobre todo cuando ve cosas extrañas.
Por supuesto que hay más muertes, además de la de la hija de la dueña de casa, y le toca un Poirot -que se encontraba prácticamente jubilado-, poner orden y resolver el misterio. El problema con esta película es justamente cómo lo resuelve: de pronto empieza a escupir a los gritos (porque no se puede decir que lo haga de otra manera), la culpabilidad de uno de los presentes, mientras va explicando uno a uno los motivos de cada muerte y relacionándolos con la persona en cuestión. Eso es lo habitual de la autora pero en este caso está muy exagerado, es casi una caricatura del gran personaje.
En esta película el reparto está muy bien elegido y es diverso en cuanto a nacionalidades. Los más destacados son la francesa Camille Cottin, a quien adoramos en Ten Per Cent y acá está maravillosa, y el italiano Riccardo Scamarcio, presente en cuanta película de su país hay. Pero aparecen desdibujadas las interpretaciones Kelly Reilly como la madre, la reciente ganadora del Oscar Michelle Yeoh como la médium y sobre todo Tina Fey como una autora célebre, responsable de sacar del ostracismo a Poirot (le queda mejor el rol en Only Murders In The Building que este). El que más sorprende en la composición, y no para bien, es el siempre efectivo Jamie Dornan, como médico de guerra conflictuado. Eso sí, todos los aplausos se los lleva Jude Hill, el nene de Belfast, en cuyas espaldas quedó un papel complejo para un actor infantil.
En resumen, puede ser un buen entretenimiento para pasar el rato, pero no sé si amerita, como las películas anteriores, para hacer el viaje al cine. Puede llegar a aburrir.