“Estamos viviendo el fin de una época”

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Actor de cine, teatro y plataformas, a Joaquín Furriel por lo general se lo asocia con las tragedias –Hamlet– o los dramas como Final de partida o la serie original de Netflix El reino. Esta vez se corrió de ese rincón y mostrará otra faceta, la de comediante en la película El duelo, de Augusto Tejada. Está acompañado por María Eugenia Suárez, con un guión compartido por Luciano Leyrado y Agustín Rolandelli. 

“Me gusta mucho la comedia, pero bueno –se sonríe Furriel– en general me especializo en tragedias. El duelo es una comedia policial, también romántica. Nunca antes había trabajado para Disney y me pareció novedoso. Creo que es diferente a lo que suelo hacer. Armamos una buena dupla para contar esa historia y estuvo divertido”. Confirma que fue filmada en Montevideo, en sus afueras y en Colonia.

—Varias veces viajaste para filmar, ahora a Uruguay, ¿también estuviste en España?

—Me tocó filmar en diferentes regiones de España y la conozco mucho. Es increíble. Grabé en Asturias, en el País Vasco, en Cataluña, en Andalucía y ni hablar en Madrid con sus alrededores. También en Gibraltar y en las Islas Canarias. Lo interesante para mí es poder trabajar con equipos de otros países, de hecho hice películas españolas como El árbol de la sangre, dirigida por Julio Medem, junto a Úrsula Corberó que ya está en Netflix. Aprendés mucho porque empezás a reconocer tu propia cultura. Redescubro cómo trabajamos nosotros, antes de eso quizá no me había dado cuenta, 

porque estaba en nuestra dinámica laboral.

—En las ficciones que vimos este año, “El reino” (segunda y última temporada) y “El jardín de bronce”, están presentes la religión y el poder. ¿Cómo te acercás a estos temas?

—En realidad es el contexto en el que trabajo. Soy una persona muy curiosa y me gusta estar informado. Me gusta leer y el pensamiento crítico. Leer sin ingenuidad. Observar un poco, qué es lo que está pasando y siempre me fascinaron las relaciones de poder en cualquier ámbito. En el caso de El reino, es un fenómeno que se está dando en la región y me interesó mucho el personaje de Osorio. Lo que trabajé es cómo son estos personajes que están en la sombra, los lobistas, gente muy poderosa, pero que es invisible. Es interesante esa dualidad, alguien que tiene mucho poder, pero que nadie los conoce. No están en la foto, siempre están escondidos.

—¿Rubén Osorio te permitió mostrar otras facetas del mal?

—Hay gente que trabaja desde la oscuridad como Osorio. Son los que han hecho este mundo el lugar tan ingrato en el que vivimos, también porque son los que tienen mucho poder. Pero no tienen ninguna responsabilidad, porque no están visibles. Por el otro lado, En el jardín de bronce también toca una familia de las más poderosas de Argentina, donde le desaparece la nieta a este empresario muy poderoso. Se empieza a ver durante los episodios cómo esta familia se va a resquebrajando. Hoy creo que coinciden y ambas ficciones dialogan en algunos puntos.

—Hoy elegís la comedia. ¿Qué posibilidades tiene un actor de poder elegir?

—Hay gastos fijos, en mi caso tengo una hija, entonces también cuando sos papá tenés otra responsabilidad. Tuve diferentes momentos, pero siempre me organicé desde muy joven, para no tener que estar presionado en mis decisiones y poder elegir con la mayor autonomía posible. Busco que la decisión no pase por lo económico. Tuve una fuerte vocación desde chiquito, desde la adolescencia y al entrar en el Conservatorio me dio herramientas para poder pensarme. Vivo una situación de mucho privilegio, en un país tan difícil como el nuestro.

—¿Igualarías el cine con el teatro en cuanto a esta función de entretener, educar y ayudar a reflexionar?

—No siento que sean algo excluyente esas funciones. No lo tengo tan claro, pero depende lo que uno haga. Mirá la película El patrón, radiografía de un crimen es utilizada por una organización internacional de trabajo para hablar de la esclavitud, en estos tiempos. Entretiene, pero al mismo tiempo está hablando de una problemática social y pudo llegar a todos los continentes porque da para hablar de la problemática. El teatro es diferente porque es una experiencia vivencial, estás viviendo el mismo presente que los que están arriba del escenario y viceversa. Hay algo catárquico que es compartido. Creo que es una de las experiencias más reveladoras. A mis amigos que nunca han ido al teatro, les digo vayan y trato de recomendarles las mejores experiencias que pueden ver, porque es importante. Cuando hice Hamlet venía mucho público nuevo. Fue importante para mí, porque si les gustó la obra, la pasaron bien y te acompañaron en el viaje van a volver.

—¿Tuviste el privilegio de estar en la despedida de Alfredo Alcón en el teatro?

—Siento que estuve conectado con mi vocación. Pienso que la vida me fue poniendo a las personas necesarias, en los momentos donde pude crecer. Siempre me acuerdo el día que me llamó Alfredo (Alcón) y me dijo de hacer Final de partida juntos y si él la podía dirigir, si yo no tenía problema con que él además de actuar fuera el director. Jamás pensé que esa era la última obra de Alfredo, después durante los ensayos fui enterándome de que probablemente podía serlo. Fue un espíritu muy sólido, era una persona iluminada, alguien de una sabiduría infinita. Todos los que trabajamos con él siempre lo amamos y quedamos con una parte de su manera de ser, del amor que tenía por la profesión, por la vida y por la poesía.

—Después de “Hamlet”: ¿qué quisieras interpretar?

—La vida es muy dinámica y en este dinamismo que tiene, también te dan ganas de conectarte con otros materiales, que hablen de otras cosas. Y a mí me llevan unos años, te diría que de Final de partida a Hamlet pasaron cinco años, tuve que hacer el duelo de lo que fue para mí la experiencia con Alfredo. Luego vino Ella en mi cabeza y probablemente en el 2025 vuelva a hacer teatro, una obra muy deseada por mí.

—¿Sería para el Teatro San Martín?

—Ojalá, porque indudablemente el San Martín te da un público que necesita buen teatro y que no siempre puede pagar las cifras astronómicas que implican otros escenarios. 

—¿Hay algo que te da miedo de la Argentina actual?

—Estamos frente a tres fuerzas políticas. Se acabó el bipartidismo histórico de peronismo y radicalismo. Hace mucho tiempo todas tienen nombre de alianzas o unidos, ya es todo un eslogan porque nadie está unido, nadie está junto y no hay ninguna alianza de nada. Me parece que lo que estamos viviendo es el fin de una época, con líderes muy personalistas. El fenómeno del candidato que ahora más mide podrías decir que es un buen hijo odioso de dos partidos políticos, que se estuvieron odiando durante tanto tiempo. Al principio gateaba y todos se reían, después caminó y hoy es un adolescente perdido que cerró la puerta de su casa y no puede entrar. Los dos partidos que durante las últimas dos décadas estuvieron tirándose dardos ¿qué hijo van a tener? ¿Uno virtuoso, luminoso, que quiera realmente a nuestro país? Vivimos todos bajo el mismo sol, como dice Martín Fierro, ¿qué necesidad tenemos de estar odiando? Está bueno pensar diferente, pero no, venimos con un ejercicio y una dialéctica del odio tan instalada. Espero que todos se calmen un poco y se den cuenta que por ahí no era. Cuando ganó Argentina el Mundial en diciembre de 2022, en un momento pensé que había un valor simbólico. No se gana con un director técnico, Me pareció una buena metáfora para acabar con los personalismos, pero un año después nuestro país está lejos de lo que aprendimos.