“La curiosidad te permite plantearte otros mundos”

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Es fácil, casi un poco torpe, jugar con el anagrama de Morán que implica “Norma”, título del film que protagoniza y coescribe Mercedes Morán, contando una historia mínima en el interior (un territorio, y quizás hasta una historia, que Morán ha visto una y otra vez en su infancia en San Luis). La comedia “Norma” es de esas películas pequeñas donde alguien como Morán muestra no tanto un lucimiento, sino sus instintos de cine, su capacidad de contar desde pequeños y enormes gestos, y todo en el camino. Decir que Morán es la gran actriz argentina, título nobiliario también torpe por grandilocuente pero también cierto (en tan solo un par de años ha hecho relatos tan disímiles como el western “Las Rojas”, la serie política gigante “El Reino”, la comedia romántica adulta “El amor menos pensado”, y así la lista, siempre gigante, siempre activa, siempre variando de ambiciones). Morán cuenta como, entonces, aparece un debut en “Norma”, gracias al director y escritor Santiago Giralt: “La idea apareció porque Santiago Giralt escribió una novela que no fue publicada todavía, donde uno de los personajes nos inspiró la historia de ‘Norma’, de ese personaje que ahora protagoniza la película. Tanto Santiago como yo hemos compartido infancias en el interior, en ciudades del interior, y conocemos bastante ese tipo de mujercitas. Entonces, la idea fue hacer en tono de comedia elegante, no una comedia de zapatazos, un momento en la vida de estas mujeres, a esa edad, donde ya la cultura o los mandatos hablan que no hay nada para revisar. Una mujer que como su nombre lo indica había obedecido todas las normas, y la pregunta es cómo sería que algo le permitiera disparar una serie de posibilidades para llevar a cabo una serie de transgresiones y vencer algún tipo de prejuicio para hacer algún tipo de upgrade en su vida, en sus conocimientos, y que eso le permita abrir la cabeza y eliminar esas limitaciones”.

—¿Cuál fue el punto de partida para querer contar esta historia de “Norma”?

—Empezamos desde su infelicidad, desde su insatisfacción, todo lo que le generaba esa crisis, y ella adicta a unas pastillas que poco hacían. Y un hecho fortuito, burgués, que es el abandono por parte de su empleada doméstica, le permite empezar un camino para descubrir otras formas. Cada prejuicio que vence es una manera de estar más cerca de la felicidad, que es lo que todos revisamos. Aunque la cultura te quiere jubilar, te dice de aceptar lo que uno construyó, pero se pueden hacer pequeñas transgresiones, que para ella son enormes. Superar miedos, superar críticas, ir a un boliche que nunca había pisado por miedo o por no tener permiso. 

—¿Qué descubriste de vos contando desde el guión? 

—El coescribir el guión con Santiago me permitió abordar el guión de un lugar que nunca lo había hecho antes. Y una vez que estuvo escrito, lo que me sorprendió, que estuvo consensuado, revisado, me pasaba que la actriz le preguntaba cosas a la autora. A mí misma en este caso. No estaba la actriz tan segura que el personaje podía hacer tal o cual cosa que había sido escrita. Fue muy revelador para mí poder hacer estas dos aproximaciones que nunca había hecho. 

—Hablabas de reconfigurar la vida de uno, de volver a los rincones no explorados pero presentes, y cómo eso se asocia quizás en el cine a una edad donde no se tiene esa experiencia: ¿qué sentís alteran cuando cuentan a Norma y sus cambios?

—Siempre me pareció muy contradictorio el hecho de que cuanto más años una tuviera, y más experiencia tuviera por esa razón, como que la cultura te jubila a una determinada edad y en esa jubilación obligatoria entra el mandato de no revisar, aceptar lo que una construyó. A mí me parece que lo interesante es salir de ese nicho en el que te alejan, y tener presente el deseo, la búsqueda de la felicidad, buscar las promesas que te hiciste en la juventud y cuánto de eso se conquistó y cuánto de eso te hace feliz. No hay edad para replantear y revisar. No hay que dejar de ser curioso, porque la curiosidad es un arma que te permite replantearse otros mundos. Derrocar prejuicios que son siempre cárceles. Lo que ‘Norma’ hace es una deconstrucción: en estos tiempos parece ser un tema obligado para los hombres, pero todos nos debemos deconstruir. Tiene que ver con escuchar tu deseo, con escuchar tu búsqueda. 

—¿Cuánto tiene que ver tus elecciones profesionales con tu búsqueda de la felicidad?

—Esta profesión me ha permitido encarar diferentes mujeres, diferentes papeles, y cada una de ellas tenía un mundo. Muchas vidas en uno. Me gusta hacer personajes diferentes no solo por esa cosa obvia de poder lucirte componiendo como actriz, sino para indagar en las razones que las llevan a comportarse de determinada manera. Eso ha sido de mucho alimento para mí. Yo no juzgo a mis personajes. Intento comprender los motivos por los que hacen lo que hacen. Despojarse de juicios previos es buenísimo. Para mí es lo que conforma a un personaje: ¿cuáles son sus objetos de deseo y cuáles son sus objetos de amor? Siempre pienso que cuando una observa a alguien, y a un personaje, y ves como son con sus hijos, con sus empleados, con sus amigos, dice mucho de ellos. Yo nunca me vinculó como mis personajes, pero esta búsqueda me enriquece como persona. 

—¿Qué descubriste de contar siendo una profesional del arte de contar?

—La manera de contar es importante entender a quien le contás el cuento, cómo comunicas la historia que querés contar. De los cuentos que le contaba a mis hijas cuando se iban a dormir a contarle a un amigo una situación que viví, me parece fundamental. Se me viene a la cabeza quien era la gran contadora para mí, que era China Zorrilla, quien tenía un talento y un arte que te hacía olvidar de todo. Me gusta mucho la manera de contar que siempre existe esa perspectiva que te da el humor y la cosa muy pequeñita, como desde algo pequeño podés hablar de algo grande. Me gustan las historias pequeñas, reveladoras, graciosas. Siempre me han dicho:  “por qué no hago personajes clásicos?”. Y yo siempre digo que es tan difícil hacer Lady Macbeth como Lady Di. El trabajo es sumergirse en ese personaje y hacerla creíble, verdadera, sentir empatía. El objetivo es producir lo que yo siento cuando me cuentan una historia: lograr que los demás se sientan menos solos. 

—¿Cuál es la importancia de contar considerando como se habla de nuestra cultural cinematográfica hoy?

—Básicamente hay que pensar en que todos los hechos artísticos son una inversión, y que el cine, la literatura, la música, nos expresan más allá de la individualidad. Espero que siempre eso sea apoyado. El cine es una industria pequeña, que tiene que salir a pelear con las grandes industrias. Es una inversión para cosas más altas, que nos muestran. Las películas viajan, y nos muestran. Yo pude viajar con muchas películas, y pude ver lo que produce, cuánto valor tiene afuera. Me da pena que aquí no se la califique de ese modo ¿no?

—¿Qué es lo que todavía te enamora de tu profesión?

—El riesgo ¿no? Que me invita a tirarme a la pileta, que pasó de una película de la gran industria a una película independiente y eso cuando yo actúo me olvido de quién soy, cuántos años tengo, de mi vida personal. Para mí es casi meditación, y agradezco muchísimo haber podido desarrollarme en la profesión. Me pone muy feliz el poder actuar y haber actuado con tantos directores y directoras que admiro, con compañeras y compañeros que admiro. Siempre decía cuando era muy joven que quería terminar mi vida haciendo una huerta y plantando tomates, y no, quiero terminar actuando porque eso es lo que me da vida y coraje.