Rodrigo Moreno: “La libertad que propone el film está en sus formas”

0
8

Rodrigo Moreno estrenó Los delincuentes. Escrita y dirigida por él, la película sostiene narrativa y poéticamente sus tres horas de duración. Elegida por la Academia del Cine para representar a la Argentina en los Oscar 2024, está protagonizada por Daniel Elías y Esteban Bigliardi. El elenco se completa con Germán De Silva, Margarita Molfino, Mariana Chaud, Laura Paredes, Fabián Casas, Adriana Aizemberg.

Elías es Morán, un empleado que roba una importante suma de dinero en el banco en el que trabaja; asume su paso por la cárcel y planifica el uso del dinero robado, con su compañero Román (Bigliardi). El argumento retoma parcialmente Apenas un delincuente, film de Hugo Fregonese de 1949. En el trabajo de Moreno, importan mucho la construcción de personajes, el manejo del espacio, las problemáticas existenciales. La mirada se demora en paisajes serranos de Córdoba, el encierro carcelario, añejas y asfixiantes oficinas, y en los diálogos, hay dosis de ironía y humor.

—La película se empezó en 2018; ahora en 2023, puede estrenarse. ¿Qué fue apareciendo en estos años, y qué no tenías pensado de antemano? 

—Es una película en la que fui encontrando la forma a medida que la iba filmando. Si bien yo tenía una concepción en el guión, estaba abierto a transformarlo durante la filmación. Fui encontrando el tono, la forma, modifiqué el final, que es abierto. Las intervenciones del director de arte, del director de fotografía, de la vestuarista, las fui absorbiendo. Las contingencias sugirieron cambios; algunos fueron estructurales; el principal, el tono.

—¿Dónde sentís que está el centro, el corazón de la película?

—Es una frase que dice Román, que a priori podría resultar un sinsentido. Él cuenta un recuerdo con su madre, cuando era niño, y dice “Escuché que unas chicas jugaban a algo, pero nunca entendí cómo terminaba ese juego”. Algo en esa frase me resuena, me emociona y tiene que ver con la acción poética de la película. Algo que no tiene explicación, algo que pertenece al misterio de este mundo.

—¿Cómo fue el trabajo con los actores?

—La relación con los actores es una relación casi documental. A mí no me interesa que los actores compongan. Muchas veces combino actores y no-actores. Mi trabajo de ensayo son encuentros de lectura, a veces alguna improvisación. Luego intento divertirme con ellos. Yo creo que, en el trabajo actoral, cuanto uno más se divierta, mejor van a actuar. 

—En “Los delincuentes”, está tematizada la libertad. ¿Cuán importante es la libertad para vos como artista, pensando no solo en esta película sino en otras, como “El custodio”, “Un mundo misterioso” y “Réimon”?

—La libertad tiene absolutamente toda la importancia. En cada película, estoy hablando de mí. No es un cine del yo, una narrativa del yo; pero me las ingenio para poner en las películas cuestiones que me importan. La libertad que propone esta película, su discurso, obviamente lo tiene en sus formas. Si no, sería una gran contradicción. Una película que enuncie la libertad discursivamente, pero que en su forma no fuera libre, sería un fiasco. Yo encuentro el argumento necesario para hacerle lugar a una forma libre de relatar, de filmar. Hay denominadores comunes en mis películas: la libertad, la relación entre el mundo del trabajo y el mundo del ocio, la relación entre el tiempo productivo y el no productivo. Pero mis películas no pertenecen a un programa; siempre parto desde el deseo.

—En relación a algo de lo anterior, ¿podría pensarse lo que dice uno de los personajes, dentro de la cárcel: “Afuera la gente está presa de la pantallita”?

—En la cárcel, se reafirma un poco la idea de la libertad que propone la película. La libertad no es sólo en relación a la rutina de trabajo, también es en relación al ocio. Afuera la gente se cree libre, pero se la pasa actualizando páginas de internet, echando mano al teléfono para ver cuántos likes tenemos: es una forma también de la esclavitud, de la dependencia desquiciada en relación al capitalismo. Nosotros estamos hablando sobre muebles y al rato vamos a encontrar en las redes sociales publicidades sobre muebles. Todo el tiempo estamos vigilados, o controlados por el uso de las redes, que se suponen que son parte de nuestro tiempo libre.

—¿Cómo funcionan las presencias y referencias a otras obras de arte, que hay dentro de “Los delincuentes”?

—Por un lado, en todas mis películas, hay escenas musicales: personajes que escuchan discos o bailan o cantan. Es algo que ya viene medio de fábrica, me gusta el momento musical. Acá está Pappo’s Blues y redoblé un poco la apuesta y, efectivamente, están “La gran salina” de Ricardo Zelarayán y poemas de Juan L. Ortiz, entre otros materiales. Pero yo no tengo la certeza de que eso funcione. Creo una especie de territorio donde voy poniendo cosas que me gustan. La incertidumbre de eso se vuelve una fuerza de la película.

—“Los delincuentes”, en particular, no es una película fácil o convencional. ¿Qué reacciones del público fuiste recogiendo incluso antes de su estreno en grandes cines?

—Vengo haciendo un montón de funciones, sobre todo en el exterior. Ahí me doy cuenta de la universalidad de la película, como la pregunta sobre qué hacer con nuestro tiempo, pregunta que se potencia en el mundo pospandemia. Sea por la crisis económica o por el trabajo remoto, aparece el trabajo full-time, 24/7. Que el trabajo se resuelva vía WhatsApp o vía Zoom hace que ingrese a mi espacio privado. Esa centralidad del trabajo, la película la pone en discusión y la vuelve poco universal, más allá de la película de género, de atraco, de robo, y el humor. Sin ser una película solemne, la sostiene una cuestión existencial. La gente se ríe, la gente se queda; no hubo funciones en las que la gente se haya levantado. Como se estrena en un montón de lugares, permite expandir una manifestación artística que naturalmente hubiese sido destinada a un lugar de nicho. Me parece fundamental que el cine independiente, el cine de arte o el cine de autor pueda acceder y ocupar un lugar central en el circuito comercial. 

—Mucho se ha dicho sobre el Incaa. ¿Qué sumarías a lo dicho, lo que veas como esencial?

—El Incaa es un organismo estatal, que ejecuta una ley nacional, que es la ley de cine. Esto origina un modo de contratación autárquico del Estado y del presupuesto nacional. Se generó en los años 90, los años de mayor neoliberalismo en la Argentina hasta el momento. No fue el gobierno de Néstor Kirchner o de Alfonsín, quienes promulgaron la ley del cine, sino el gobierno neoliberal de Menem, que entendió que el cine es, no solo una industria que posibilita trabajo, sino un vehículo de expansión de la cultura argentina. A partir de la ley del cine, surgió un boom del cine argentino. Este año no hubo festival internacional que no tuviera programada una película argentina. Por otro lado, no hay país en el mundo, ni siquiera los Estados Unidos, cuyo Estado no favorezca el cine. El cine a través del Incaa no le saca plata al presupuesto nacional, sino que genera un montón de puestos de trabajo y promueve al país.

—¿Qué te implica, qué te aporta el soporte de MUBI?

—MUBI es una plataforma que tiene dos ventajas. Tiene una programación bastante curada; no ponen cualquier cosa; hay un perfil que tiene que ver con el cine medio a contrapelo de la cultura masiva, de entretenimiento. Y cuando vos firmás el contrato con MUBI, ya compró varios territorios, entre ellos Argentina, desde Canadá a Tierra del Fuego y varios países europeos.