“Es difícil no poder cantar la canción que uno lleva en el corazón”

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Se miran, hablan, se cuidan y las leyendas, las propias y las de otros (como Aníbal “Pichuco” Troilo), empiezan a llenar la habitación. Susana Rinaldi y Osvaldo Piro, la cantante y el compositor y bandoneonista, vuelven juntos el 30 de noviembre a los escenarios. Después de la edición de Reencuentro, un álbum que suena como dos nombres de este tamaño deberían sonar, los músicos con hijos artistas (Ligia y Alfredo, dos con un camino propio en el arte). Piro lo dice con claridad: “Con todas las variantes que tiene el tango, siempre fue parte del país, de la filosofía del país, cuna de grandes poetas como Discépolo, como Homero Expósito, cuando dijo ‘dan ganas de balearse en un rincón’. Y otras cosas, de las que podemos hablar eternamente. Eso es el tango”. Se suma Rinaldi: “La libertad… porque te guste o no te guste no dejamos de tenerlo en la boca para largarlo en el momento en que la historia lo permite.” Piro: “Será por eso que Pugliese decía ‘Los espero a los 40’. Un viejo adorable, y dijo eso porque había mucho auge con la música extranjera”.

—¿Qué es interpretar tango para ustedes considerando su historia, considerando los premios, lo recorrido, lo sufrido y lo celebrado?

—RINALDI: Me recuerda mucho a mi mamá, porque mi mamá fue una adoradora del tango, que nunca pude llevar adelante porque a mi papá no le gustaba el tango, porque a mi papá no le gustaba el tango. Era la época en la que a los varones serios, importantes, no se les salía de la cabeza la idea de que el tango era canción para una mujer. Y llegamos nosotros, y por nosotros hablo de mi edad, para volver a vivir con el tango en la mano, y sentinos mejor. Pero en estas palabras que te digo, se esconde la verdad, y que tienen que ver con que mucho padre, mucho de otra generación, que hoy ama el tango, también tenía mucho problema para llevarlos a los jóvenes. Siempre estaba aquel no quería que se cante el tango, no como profesión. No era para los hijos, era para los que están ahí y les gusta el tango. A los que vinimos después, nos costó mucho. Si mi padre, que era un hombre de voz, de cultura, hubiera vivido cuando yo empecé a cantar el tango, se hubiera pegado un tiro, porque no hubiera permitido de ninguna manera que lo cantara. 

—¿Y qué fue lo que sucedió?

—R: Llegó un momento en que el tango fue una persona, alguien interesante, que no podía cruzar el vuelo de alguna gente que vivía en nuestro país. Nos dimos la grandeza de ver a padres aceptando hijos cantando tango, pero todavía no una mujer. Eso te hace pensar en muchas cosas que fue Argentina, que por un lado y gracias a mucha gente que hizo mucho por la historia del tango, sobre sus límites, sobre sus evoluciones, sobre todo lo que tuvimos que lamentar. Es difícil no poder cantar la canción que uno lleva en el corazón. A la mujer argentina le costó mucho subir a la figura del tanto, eso de “no hay tango como ninguno”. Yo lo sentí desde el primer día que canté tango. Hay gente que cree que somos lentos, que somos dejamos, somos la tristeza del ser humano, que no puede hacerla a un lado, somos aquello que algún día, sí o sí, tu corazón va a necesitar escuchar.

—Hay algo muy humano en el tango ¿cómo vivieron ese aspecto universal del tango?

—PIRO: El tango te va arrinconando, y te tenes que dar vuelta y decirle “sí, aquí estoy”. La música popular nace milagrosamente de la intuición del pueblo. Pasó con el jazz, y pasa con el tango. Julio de Caro marca una línea instrumental que nos marcó a todos, y todos implica nombres como Troilo, Pugliese, y tantos, tantísimos otros. El primero que se lo toma en serio, después de criarse en el bajo fondo (donde era jocosa y divertida, con chistes morbosos), es Lepera, que se toma en serio y cuenta “Sueña con el día que me quieras”, acompañado con Garlos. Y aparece un Homero Manzi que nos deslumbró, y un Cátulo Castillo, y perdón por los que quedan afuera, tantos otros. Fresedo, muchos otros: de todo nos nutrimos. Si bien los bandoneonistas como yo fuimos troileamos todos. Después viene Piazzolla y nos obligó a estudiar, para escribir así hay que tomárselo en serio. Así nos pasó a todos, y tuvimos la suerte de, como ahora, encontrar chicos nuevos, gente nueva, que te muestran que el tango nunca va a bajar los brazos.

—¿Qué les produce el escenario, el pisarlo, el habitarlo, el estar sobre él hace décadas?

—R: Pocas veces he visto llorar a un nombre mirando al escenario, como lo he visto en el tango, en mis conciertos. La gracia que tenemos cuando hablamos: yo me reía y pensaba “yo debo cantar como el culo para que estos lloren cuando yo me paró acá”. Hasta que de pronto mis compañeros me dijeron que era todo lo contrario. Tiene que hablar la mujer en la historia del tango, que fuimos fundacionales y también maltratadas. Tengo que decir muchísimas gracias a todos los que vienen a verme, lo que me vieron. Estamos escuchando canciones que tienen décadas, que vuelven a florecer, que vuelven a tener importancia. 

—Ustedes tocaron con muchos maestros, pero también vieron a quienes no lo lograron, ¿cómo fue vivir esas dos caras del tango?

—R: Cuando apareció Tita Merello se reía de todo, y hacía muy bien. Fue un momento muy desgraciado que pasó en Argentina. Ella tenía una gracia, tan especial, que haberse metido con el tango, como la artista maravillosa que era, y que decía las palabras del tango para hacerte reír hasta que te veías llorando. A ella hay que agradecerle todo ella. Ella fue a la que no le importó nada, de nadie, para que los varones del país se quedaran diciendo dónde salió esta mina, jamás te van a decir mujer. Ella ilustra ambas caras del tango. Ella ratificó la idea de que en el extremo sentimental del tango también hay gracia. No tiene la obligación de llorar, y de pelear, también de joder. Eso que el varón necesita, sobre todo el varón argentino que es para adentro, lo ve y nos da otra calidad. Ella nos ayudó mucho, y nos criticó mucho. Nos miraba y decía “¿Ves cómo vale la pena? Decir esto y lo otro, cómo te hubiera gustado que te lo digan antes”. Lo que siempre se calló, Merello lo mostró: habló lo que el tango callaba. 

—¿Consideran que el tango es un actor de resistencia cultural?

—P: No se metió tanto con la política el tango, yo lo veo así. Se abrió camino por su cuenta, la miró de costado a la política. También a los políticos, por supuesto. El tango es sabio. Los poetas del tango fueron románticos, trágicos, soñadores, pero no se metieron mucho con la política. 

—R: Nos frenaron la vida en el tango, frente a los que quisieron matarnos, los que quisieron mandarnos a la mierda. Nadie lo cuenta. Yo me fui de mi país porque cantaba el tango, me tuve que cuidar. Eso no me lo voy a olvidar nunca, no voy a dejar de decírselo a mis hijos, a nadie. 

—¿Qué sienten que el tango ha logrado en Argentina como identidad cultural?

—R: Lo que nos dimos cuenta todos: que te hace llorar. Y que eso, los que viven de la guita, no entendieron. El tango te dice la verdad de tu vida, de lo que has padecido, de lo que has llevado adelante. La figura más redonda de lo que te digo es la televisión argentina: es difícil que pasen un tango, se educaron con los extranjeros, y durante años se olvidaron de la historia del tango. Cuando aparece alguien que lo toca y lo sabe hablar, a la palabra se la ignora, porque la palabra del tango te bautiza por todo lo que va a pasar siendo argentino y no se equivoca. Cuando eso termina cantando una belleza, sé de qué hablo, se quedan así y se dan cuenta que creían otra cosa. Estamos ahí. Siempre estamos.