Desde La ciénaga hasta la actual Ven a mi casa esta Navidad, ópera prima de Sabrina Campos, Leonora Balcarce es una actriz que ha sabido moverse, dejando su marca, en películas que definen más que instantes, si no directamente formas concretas, personales, poderosas de contar. No es que su vida actoral, desde aquel día en el set de Martín (Hache), se límite a la pantalla grande: ha hecho teatro, ha hecho TV, e incluso ahora se ha lanzado a la aventura de escribir. Lo cierto es que pocos nombres han logrado esquivar la tormenta torpe, la mediática, y generar una obra coherente, que no niega la necesidad del oficio, de las cuentas a pagar pero que a cada paso solo reafirma lo construido anteriormente. Ella se ríe, no de ese pasado, sino del hecho que esa línea de tiempo la muestra, de entrada, muy jovencita, allá por la segunda encarnación de Montaña rusa. Pero celebra amable cada instancia, desde la sensatez y desde, claro, el sentimiento. A la hora del estreno de Ven a mi casa esta Navidad, título musical para una dramedia familiar, costumbrista filmada en plena pandemia en 2021, ella cuenta: “Lo cierto es que la película a mí me encanta, a mí me gustó mucho hacer este personaje, Inés, más allá de si gusta o no. Me gusta mucho cómo dirige Sabrina Campos, lo que quiere contar, y es su ópera prima en ficción. Leí un par de escenas y me daban muchas ganas de hacerla. Cuando comenzamos el proceso de ensayo, ahí como que nos conocimos con Sabrina de una forma diferente, y hablamos de que le pasaba a este personaje, que le pasaba con cada texto, de dónde venía, qué le pasaba con cada comentario. En Sabrina descubrí, entre muchas otras cosas, una directora de actores que es muy minuciosa, que me dirige hasta la forma de hablar y modular. Uno a veces no se da cuenta, pero tiene gestos ya incorporados, que sí no te los marcan de afuera, no te das cuenta”.
La película es Leonora Balcarce, ya que la cámara vive con ella permanentemente: “Eso es fuerte también, por eso tanto lo de marcar los gestos. Me cuesta verla también por eso. Estoy 100% ahí. El director de fotografía, Iván Gierasinchuk, cuando nos conocimos, en la prueba de luces, me dice: “Vos y yo vamos a ser uno”. Entonces, al pequeño movimiento de la cámara yo ya sabía adónde girar, recontracomplementamos muy bien”.
Suma Balcarce, a la hora de ese infierno tan temido y cotidiano como la Navidad en familia: “En el caso de Inés, la familia es todo con amor, claro. Todo ‘buena onda’. Es lo que decía Sabrina: a veces no hay herramientas que contengan, son formas de pensar distintas, y a veces termina eso haciendo mal. En la Navidad uno está vulnerable, porque es una fecha de balance, de decir ¿qué pasó? Son esos momentos claves, como el cumpleaños, ese tipo de fechas que tienen una carga. ¿Quién está? ¿Quién ya no está? ¿Cómo estoy? ¿Qué atravesé todo este tiempo? Es decir, la vulnerabilidad de esta fecha. Un momento sensible, muy sensible”.
—Hablaste de lo mucho que te gustaba la idea de interpretar a Inés, ¿qué es lo que te interesaba de ese personaje?
—Como estaba escrito, todo lo que le pasa también. ¿Viste que a las mujeres a cierta edad en cualquier situación se le hacen muy al voleo preguntas muy profundas? Este cuestionamiento del “¿estás sola?”, juntar el estar solo con estas infeliz. Y de hecho, no está en un buen lugar sentimental, pero no tiene que ver con el otro, si no un poco, se de cuenta ella o no, con sus elecciones. Tiene 40 años, no tiene hijos. Eso son cosas que te cuestionan. Quizás no tiene porque no se le dio, quizás porque no quiere tener, y ahora si bien el cuestionamiento eso está mejor. Pero también eso sucede bastante de la boca para afuera el hecho de que ahora sí entendemos determinadas elecciones personales, porque son planteos que siguen. Es lo que le pasa a este personaje: a veces en tu alrededor más cotidiano siguen esos planteos. Ella quiere averiguar si va a congelar óvulos y decide que no, y no se suele creer mucho que una mujer no quiere tener hijos.
—Siempre contás cómo después del rodaje de “Martín (Hache)”, literalmente sentada en el taxi, decidiste que te gustaría actuar el resto de tu vida ¿qué fue lo que sentiste en ese rodaje que te ha marcado tanto?
—Creo que fue el cuidado de lo artístico, el cuidado del trabajo de cada técnico, de cada trabajar del cine haciendo que todo sea idealmente perfecto, en la luz, en el sonido, en la cámara (que era fílmico, con el ruido de su motorcito). Todo eso me fascinó, hasta la repetición del cine, que podes estar horas armando una escena. Lo cuento porque fue muy claro. Había estado 12 horas en ese rodaje, y me fascinó. Me es difícil de explicar. Me habían tratado muy bien. Es cliché decirlo pero me mostraron la magia del cine.
—¿Ha sido díficil el camino de actriz, desde aquellos años en la TV hasta este presente?
—Aprendí a vivir con ciertas dificultades de la profesión. Tuve momentos de bastante conflicto, de sentirme “uh, ¿por qué no trabajo de esto?”. La inestabilidad que tiene. Preguntarte porque no podes trabajar de esto, la inestabilidad y el sostener, el tener que trabajar. Y pensar en el futuro, cuando entendes que quizás la autogestión sirve mucho. Sirve para ir viendo que caminos hay, no solo esperar para que te llamen para trabajar. Fui forjando eso bastante y encontré algunas cosas que me gustan. Aprendí, bueno, ahora que lo estoy pensando, que en este momento estoy así y que en cuatro meses no sé que onda. Intentar ir viendo el ahora, pero eso es difícil. La clave es saber que no tenemos nada asegurado, aunque claro uno quiere tener asegurada las cuentas.
—¿Qué te gusta de contar, de ser parte de relatos en diferentes medios?
—Y… que me voy a otro lado. Que pienso otras cosas, que, ay, que cliché lo que voy a decir, vivo otras cosas. Eso me gusta, irme un poco de la realidad. Irme de los pensamientos de mi cabeza, e irme. Usar la imaginación. Eso es lo que me gusta. Me está pasando que hace un año, año y medio, que empecé a escribir. Nunca estudié letras, ni nada, alguna vez tenía un diario íntimo cuando era chica. Estudié diseño de indumentaria, estudié diseño de interior, y siempre dejaba todo. Hasta que un amigo me dice: “¿Por qué no hacés algo que te guste? ¡Escribí un libro! Contá”. Me copé con lo que me dijo, porque se ve que me tenía que agarrar de algo. Hice talleres de escritura, después me contacté con una escritora y editora que se llama Flor Monfort. Empezamos mi proyecto de novela. Ella me decía que era para una obra de teatro, un guion. Me puse la camiseta y terminé la novela, contada en primera persona, es la historia de una madre y una hija, tiene tintes autobiográficos. Siempre hay cosas de uno. Cuando escribo, cuando actúo, me voy, y verlo plasmado es un flash.
—¿Hay algo que aprendiste del arte que no podrías haber aprendido si no trabajás en el medio de lo artístico?
—No sé… supongo que la inestabilidad. La inestabilidad en todos sentido. Tener también, que me pasó con la escritura, poder manejar los tiempos uno. Pero a la vez eso te juega en contra porque podes patear la pelota, el eterno mañana. Hay que hacerlo, hay que poner la voluntad. Ir a tal hora a tal lugar es a veces más fácil, otras veces no tanto.
—Tus amigas, al menos aquellas que trabajan de lo mismo que vos, muchas veces te llaman para sus obras o películas, como Romina Ricci, ¿cómo vivís eso?
—Está buenísimo, porque lo mejor que puede pasar es trabajar con amigos. Es un planazo. Yo veo bien a la ficción del cine en Argentina, es una industria muy rica. Cuesta mucho si no tenés una megaproducción independiente detrás. Al Incaa le cuesta un montón, sobre todo en esta época que estamos atravesando. El cine da mucho trabajo, a muchísima gente muy talentosa, y las películas recorren el mundo. Si no sos más mainstream, a veces es mucho más difícil el estreno.