“Me siento un poco un terrorista cinematográfico”

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Los directores, cuando le damos vuelta algo, cuando estamos filmando, tenemos otros proyectos que no paran de susurrarnos: dejame salir, vamos, dejame salir”, así define Pablo Berger, el director español, cómo el cómic Mi amigo robot siguió vivo en su sistema durante años, y llegó, gracias a él y su forma de ver el cine, a ser el largo animado más feliz y precioso de 2023, tan exitoso en Cannes como en Hollywood. Una pieza de cine animado que sin diálogos (segunda vez que lo hace el español) es realmente una maravilla que todos deberían ver. Suma Berger: “Cuando leí la novela gráfica en 2018, fue el final, demoledor, lo que me habló. Yo jamás había pensado en hacer una película de animación. Me salieron lágrimas. No me había pasado nunca viendo un libro. Sobre todo, me acordé en ese momento de muchas personas que no estaban conmigo. El libro, y la película, habla de la memoria. Pensé sí esto me sucede a mí, también le va a suceder a todos los que vean la película”.

—La película se anima a adaptar el alma de una hermosa historia, pero le eres fiel: no usas diálogos, y no debe haber sido fácil construir una historia así, conseguir financiación. ¿Cómo ves hoy todo el proceso, considerando el éxito que han tenido a lo largo de 2023 en todo el mundo? 

—Es una película sin diálogo, sin dudas. Tiene un universo sonoro muy complejo. Se acerca al cine de Jacques Tati. Yo había hecho Blancanieves, sin diálogo, hace diez años. Y había encontrado una camino que me permitiría hacer una experiencia sensorial, buscaba un proyecto que fuese hermano de aquella vivencia pero con otros códigos. Blancanieves sí era un homenaje al cine mudo, Robot Dreams no lo es. De alguna manera, me siento un poco un terrorista cinematográfico. Lo digo en serio. Mi época dorada del cine son los años 20, cuando el lenguaje del cine se desarrolla. Descubrimos que hace único al cine en aquel entonces: la cámara, la poética del cine, las elipsis, como el tiempo se da, las posibilidad y límites de eso. Para mí era un desafío, un reto, y era un aliciente. Tuve productores que estuvieron conmigo, y creyeron en mi guión, y pudimos pelearla y financiarla. Todas mis películas se hicieron a fuego lento, y esta es la que más rápido he financiado y producido.

—¿Qué descubriste del libro que amabas?

—El libro es una melodía, y el cine es como una orquesta sinfónica. Es decir, el libro es un artista, un año, y una película, son cientos de artistas, durante años y en comunicación. Ha sido una evolución, para mí, para todos. Yo tomó la melodía de Mi amigo el robot e improviso, para volver después a la melodía original, casi como si fuera jazz. Yo viví 10 años en Nueva York, y Nueva York no estaba en la novela original. Eso es mío. Yo quería hacer una carta de amor a Nueva York. Es clave que sea la ciudad una protagonista. Nuestro fondos son elaborados, cada detalle respira Nueva York en los años 80. Me ha permitido generar situaciones nuevas, como el homenaje al cine musical, haciendo que miles de bailarines bailen tap dance y hay una secuencia de acción. La película es una muñeca rusa de géneros.

—¿Qué te pasa frente a la sala de niños reaccionando a la película?

—El libro nunca pensó en el público infantil. Y yo, y el equipo, jamás hablamos de público infantil. La mirada es adulta, pero somos conscientes que es una película para el público infantil, que ellos la van a abrazar. Por como está contada, no hay nada que un niño de tres años no pueda seguir. Amo que se haya estrenado en Cannes y que le hable a unos abuelos y a sus nietos. El cine es un arte popular y eso es lo maravilloso del cine, cuando se mezclan diferentes clases sociales en la sala.