Sebastián De Caro: “Hay pocos comunicadores que están logrando conectar”

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¿Por
qué
un
streaming
con
imagen
y
no
solo
la
radio?
Porque
hay
una
gran
diferencia
entre
hablar
en
la
radio
y
mostrar
tu
cara
mientras
decís
lo
que
estás
expresando”
dice
Sebastián
De
Caro,
alguien
que
vive
como
pocos
en
la
cultura
argentina.
De
panelista
en
el
debate
de
Gran
Hermano
a
autor
de
poemas,
de
director
de
films
como
Matrimillas
en
Netflix
a
responsable
de
la
puesta
de
Itilandia,
De
Caro
se
mueve
sin
miedo,
sin
freno,
creando,
siendo
parte
de
cada
momento,
de
cada
paradigma.
Por
eso
su
actual
aventura
en
el
streaming,
en
Twitch
Climilla,
junto
a
Isabella
Medina
Gieco,
y
“Vimo!”,
en
el
canal
sebadecaro007
(con
auspicio
de
Flixxo)
le
permiten
decir
que
a
diferencia
de
la
radio,
este
canal
de
comunicación:
“posee
una
diferencia
notable,
tanto
para
uno
como
para
la
persona
que
está
del
otro
lado.
Tenía
ganas
de
que
eso
ocurriera,
de
un
modo
sin
mediatización,
sin
canales,
lo
más
directo
posible”.

—¿Es
más
democrático
que
cualquier
otro
medio
en
el
que
estuviste
antes?

—Sí
y
no.
Sí,
porque
lo
controlás
todo
vos
mismo,
con
mi
compañera
en
este
caso.
En
Climilla
estoy
con
Isabella
Medina
Gieco.
Son
nuestros
límites,
nuestros
límites
de
autocensura,
cómo
queremos
decir
las
cosas
o
expresarnos
en
un
mundo
donde
hoy
hay
cuentas
de
TikTok
que
se
dedican
a
extraer
contenidos
de
otros
canales,
que
viven
de
contenidos
generados
por
otras
personas.
Y
obviamente
lo
notás,
te
convertís
en
una
especie
de
empresario
muy
cuestionable,
porque
si
te
enojás,
tenás
1.500
reproducciones
en
una
hora,
si
salís
con
paz
y
amor,
tenes
35
reproducciones.
Utilizo
un
ejemplo
fantasioso,
pero
es
más
o
menos
así:
tenés
que
negociar
con
todo.
Sabés
que
si
te
peleás
con
alguien
te
va
a
ir
mejor,
se
establece
una
ley
de
la
jungla.
Y
la
audiencia,
que
muchas
veces
dice:
“¿y
qué
querés?
Es
lo
que
nos
dan…
pongan
ópera
y
veremos
ópera”,
te
das
cuenta
de
que
no
es
así.
Cada
uno
es
un
algoritmo
y
nos
piden
sangre.

Esto
no
le
gusta
a
los
autoritarios

El
ejercicio
del
periodismo
profesional
y
crítico
es
un
pilar
fundamental
de
la
democracia.
Por
eso
molesta
a
quienes
creen
ser
los
dueños
de
la
verdad.

—Estabas
al
mismo
tiempo
en
el
prime
time,
en
el
debate
de
“Gran
Hermano”,
y
alguien
como

siempre
entiende,
o
vive,
lo
que
sucede
en
los
medios.
¿Qué
te
genera
descubrir
que
sí,
la
sangre
funciona
mejor?

—Contrariamente
a
lo
que
uno
cree,
no
es
que
nos
volvamos
más
violentos.
Se
terminó
la
época
de
Zap.
De
Polino,
del
Larva,
de
Jacobo,
de
cualquier
cosa
al
aire.
Se
terminó
la
época
de
Anabela
Ascar.
Y
no
es
que
propicie
que
vuelva.
Como
hay
tantos
ojos
mirando,
empieza
a
haber
una
vara
más
baja,
y
basta
con
tener
una
idea
un
poco
articulada
y
creer
en
ella
para
que
parezca
que
estás
gritando
de
modo
amplificado.
Hay
menos
voces,
sobre
todo
con
convicción.
Hay
tanto
miedo,
tanta
tibieza.
Hoy
en
día,
creo
yo,
hay
pocos
comunicadores
en
medios
de
comunicación
que
estén
logrando
realmente
conectar
con
las
audiencias,
está
todo
muy
autorregulado,
¡eh!
No
vino
nadie
a
hacer
eso,
no
vino
el
Comfer,
el
Inadi.
Hay
una
autorregulación
enorme.
Si
me
preguntás
quién,
dialécticamente,
está
entendiendo
la
vibra
hoy
en
día:
Tomás
Rebord.
Fin.
Muy
lejos
del
resto.
Rebord
habla
con
la
realidad.

—¿Qué
cuenta
el
universo
de
Twitch,
de
YouTube?
¿Es
lo
que
para
otra
generación
era
escuchar
radio
hace
20
años
o
es
otra
cosa?

—No,
es
otra
cosa.
Es
otra
cosa
porque
hay
una
mezcla
rara.
Vamos
a
hacer
un
juego
ficticio:
creo
que
el
público
se
puede
llegar
a
resentir
más
con
el
comunicador
que
se
encuentra
en
la
cola
del
supermercado
que
con
el
que
vive
en
un
castillo.
Esto
es
curioso.
Lejos
de
generar
esa
horizontalidad,
esa
organicidad,
ese
“sangro
por
la
herida
como
vos”,
lejos
de
generar
empatía,
a
veces
genera
una
especie
de
furia.
“Yo
podría
estar
haciendo
lo
que
estás
haciendo
vos,
si
estás
acá
al
lado”.
Es
ver
a
los
jugadores
de
primera
en
tu
cancha
de
fútbol
5.
En
un
punto
los
vas
a
odiar,
porque
sentís
que
en
tu
terreno
están
pasando
cosas
extraordinarias.
Para
decirlo
muy
corto,
no
lo
tengo
muy
pensado,
siento
que
pasa
algo
de
eso.
Hay
una
ilusión
muy
grande
de
que
le
va
a
pasar
a
cualquiera
lo
de
Noelía
Custodio,
lo
de
Rebord,
lo
de
Malena
Pichot,
lo
de
Luquitas
Rodríguez,
y
no,
no
le
va
a
pasar
a
cualquiera.
Es
como
pensar
que
todos
los
chicos
en
Rosario
pueden
convertirse
en
Messi,
por
poner
un
ejemplo
extremo.
Se
termina
generando
algo
extraño.
Pero
un
streaming
es
otra
cosa,
no
es
un
programa
de
radio
con
cámara,
no
es
lo
mismo.
En
ningún
sentido.

—¿Qué
cuenta
entonces
este
universo
de
comunicación?

—Un
lenguaje.
Es
puro
estilo.
Todos
vamos
a
decir
lo
mismo.
Y
un
estilo
no
puede
ser
tibio,
es
lo
contrario.
Entonces
la
gente
se
enamora
del
lenguaje.
Busca
imaginación,
busca
provocación.
El
“vení,
te
invito
a
otro
lugar”.
Pero
para
construir
otro
lugar
en
la
tierra
algorítmica
nos
vamos
amansando,
las
preguntas
son
insólitas,
de
un
nivel
de
internautas
nativos
que
preguntan
dónde
encontrar
una
cosa.
Es
Wall-E:
ante
más
posibilidades,
cada
vez
más
sedentario
a
cada
nivel.
Internautas
nativos
que
no
saben
encontrar
algo.
Es
increíble.
“No
tengo
tiempo”.
¿Para
qué
tienen
tiempo
entonces?

—Sos
alguien
que
ha
contado
y
cuenta
en
libros,
películas,
poemas,
actuando,
dirigiendo
teatro.
Entonces,
¿qué
te
interesa
contar
ahora?

—Quiero
poder,
primero,
hablar
de
manera
directa
con
algunas
personas.
Eso
quiero
seguir
manteniéndolo.
Y
después,
tengo
un
par
de
sueños.
Estoy
buscando
financiación
para
hacer
un
show
de
arte,
de
artes
plásticas,
ya
escribí
todo:
son
siete
obras
y
una
situación
performática,
donde
pasan
varias
cosas
y
es
sobre
la
hiperconectividad.
Tengo
diseñada
la
ropa
que
quiero
usar
yo,
una
especie
de
director
con
un
traje
especial
(que
por
fuera
lo
puede
hacer
otra
persona).
Yo
fui
a
La
Mene-sunda
cuando
la
reeditaron
y
me
imaginé
haciendo
algo
así.
Me
parece
que
hay
que
empezar
a
hacer
esas
cosas.
Nada
en

mismo
termina
generando
algo
en
quien
lo
recibe:
es
decir,
quien
lo
recibe
necesita
que
te
comprometas
más.
De
todas
las
maneras
posibles.
Esto,
el
programa,
es
mi
patio
de
juegos
para
poder
acompañar
esta
idea,
los
libros,
mis
películas,
esas
cosas.
Una
especie
de
lugar
que
exija
siempre,
un
lugar
que
no
te
pueda
sacar
nadie.

—¿Te
resulta
visceral
este
impulso
constante
de
contar?

—La
semana
pasada
entregué
una
novela
corta
que
se
llama
La
novia
inglesa.
La
anterior
entregué
el
último
poemario
a
HD
Ediciones
que
se
llama
El
impudor
de
los
rebeldes,
que
son
todos
poemas
políticos,
jugando
con
la
propaganda
política.
Y
en
cuanto
a
lo
que
significa
para
mí,
es
una
búsqueda
cada
vez
más
espiralada,
porque
como
te
decía
sobre
Rebord,
lo
que
me
interesa
es
el
lenguaje,
entonces
son
puro
lenguaje.
Son
historias
que,
si
te
las
cuento,
te
voy
a
traicionar,
porque
esas
premisas
son
destruidas.
No
me
interesa
tanto
la
tensión,
el
misterio,
el
drama.
Son
juegos
como
los
que
hacía
cuando
era
chico,
y
jugaba
mucho.
Batallas,
mundos,
ponía
música,
personajes
recurrentes.
También
sueño
con
que
en
algún
momento
una
persona
descubra
todos
los
mensajes
ocultos,
las
repeticiones;
hay
mil
repeticiones,
hay
frases
que
se
dicen
en Claudia,
en
20
mil
besos,
en
los
libros,
que
se
expresan
de
diferentes
maneras.
Son
tres
temas
repetidos,
como
un
disco
rayado.
Sí,
es
esto
de
nuevo.
Es
como
armar
un
mandala:
sueño
con
que
una
persona
sea
la
que
lea
el
mensaje
en
la
botella.