La
llegada
de
Bellas
artes
a
Star
+
implica
una
nueva
colaboración
entre
el
actor
Oscar
Martínez
y
el
equipo
de
Gastón
Duprat
y
Mariano
Cohn.
Un
combo
que
ha
generado
visiones,
como
bien
dice
Martínez,
“caústicas”
de
los
universos
que
se
pisan.
Hay
en
ese
cine
no
solo
una
desacralización
(como
podría
leerse
en
El
encargado),
hay
una
forma
de
exponer
maldades
cotidianas,
exageradas
o
no,
de
tamaños
y
responsabilidades
diferentes,
y una
forma
de
observar
el
sinsentido,
justamente
cuando
se
fundamenta,
como
siempre,
en
sistemas
de
clases,
en
palacios
de
naipes
que
en
cada
rincón
muestran
sus
dobleces.
No
son
justicieros,
son,
más
que
nada,
agentes
corrosivos,
que
muestran
las
posibilidades
que
dan
los
sistemas
para
que
lo
cínico
respire,
tenga
un
lugar,
tenga
una
vida,
para
que
maldad
crezca,
sabiendo
que
es
natural
y
no
excepción.
La
maldad
de
ignorar
al
otro,
de
justificar
todo,
de
carecer
de
plena
conciencia
de
entelequias
que
podrían
ser
amables
y
son
circuitos
cerrados.
Martínez
cuenta
a
la
hora
de
hablar
del
arte,
de
sus
primeros
pasos,
casi
de
enamoramiento:
“Yo
tenía
dos
tías,
hermanas
de
mi
madre,
solteras,
ya
grandes,
que
eran
muy
teatreras.
Me
llevaron
cuando
yo
tenía
entre
10
y
12
años
al
teatro
Caminito,
uno
de
esos
mega
espectáculos
que
hacía
Cecilio
Madanes.
Quizás
el
primer
impacto.
Pero
mientras
te
lo
digo,
recuerdo
todo
el
cine
por
televisión
que
veía.
El
cine
de
la
década
del
40,
Niní
Marshall,
Sandrini,
todo
eso.
Era
muy
atrayente
todo
eso
para
mí.
Podía
dejar
de
jugar
a
lo
que
sea
por
ver
películas,
incluso
alguna
la
ví
más
de
una
vez,
y
ahí
sentí
una
gran
empatía
con
los
actores,
con
las
actrices,
con
los
cineastas.
Pero
aquel
primer
impacto
en
Caminito
me
quedó
grabado
de
manera
imborrable,
indeleble”.
—¿Qué
sentís
que
puede
hacer
el
arte
por
nosotros,
sobre
todo
en
este
momento?
—Lo
primero
que
viene
a
la
mente
es
una
frase
muy
famosa
que
dice
que
el
arte
viene
a
la
mente
para
que
la
realidad
no
nos
mate.
Uno
podría
imaginar,
es
difícil,
pero
es
un
ejercicio
de
imaginación
creadora,
un
mundo
sin
música.
¿Para
qué
sirve
esta
práctica?
No
es
sencillo,
pero
indudablemente
es
indispensable.
Es
una
necesidad
humana,
espiritual,
y
entre
otras
cosas.
Cultura
es
todo
lo
que
el
hombre
hace.
El
hombre
es
un
producto
cultural.
Pero
hablamos
ahora
de
la
cultura
como
lo
artístico.
La
cultura
el
cine,
el
ballet,
la
pintura,
y
más.
La
consagración
de
lo
imaginario.
Yo
creo,
insistó,
que
imaginar
un
mundo
sin
expresiones
artísticas
es
un
mundo
inhumano,
inconcebible.
Nos
acompaña,
nos
enriquece,
nos
sensibiliza.
Nos
vuelve
más
humanos.
Nos
permite
pensarnos
y
soñarnos
a
nosotros
mismos.
Nos
entretiene.
Nos
lleva
a
la
reflexión.
Todo
eso
es
el
arte.
Esto
no
les
gusta
a
los
autoritarios
El
ejercicio
del
periodismo
profesional
y
crítico
es
un
pilar
fundamental
de
la
democracia.
Por
eso
molesta
a
quienes
creen
ser
los
dueños
de
la
verdad.
—¿Qué
te
gusta
de
que
tu
oficio
sea
contar?
—En
mi
caso
en
un
modo
de
vida,
no
es
un
medio
de
vida.
Es
la
manera
de
relacionarme
con
el
mundo.
De
hacer
lo
que
estoy
convencido
es
aquello
a
lo
que
vine
a
este
plano.
Y
afortunadamente,
yo
tuve
una
vocación
muy
temprana.
¿Qué
hizo
que
fuéramos
con
mi
hermana
cuando
teníamos
9
años
a
ver
una
obra
teatral?
No
lo
sé
todavía,
no
sé
que
me
llevó
a
eso.
Yo
no
venía
de
una
familia
con
gustos
culturales,
ni
leían.
Y
fui
a
ver
un
espectáculo
con
Ernesto
Blanco
y
Osvaldo
Miranda.
Tuve
una
epifanía.
Sentí
el
impulso
de
subir
al
escenario
con
ellos.
Con
el
cuerpo,
sentía
ganas
de
subir
a hacer
lo
que
hacían
esos
señores.
Me
gustaba
como
se
divertían,
y
como
divertían
a
la
gente.
Fue
una
revelación,
y
ahí
me
puse
a
hacer
esto.
Afortunadamente
eso
lo
pude
después
ir
ejerciendo
y
tomando
más
conciencia
de
esto
que
te
acabo
de
decir:
es
a
lo
que
vine.
—¿Qué
es
lo
que
te
gusta
contar
con
Mariano
Cohn
y
Gastón
Duprat?
—Me
representa
mucho.
Tengo
un
vínculo
fuerte,
ya
somos
una
especie
de
equipo
de
trabajo.
El
ciudadano
ilustre:
te
voy
a
contar
una
cosa.
Volviendo
de
un
viaje,
ví
El
hombre
de
al
lado
y
me
fascinó.
A
los
tres
o
cuatro
días
me
cuenta
el
teléfono,
y
era
Gastín
Duprat.
Me
dije
que
habían
escrito
un
guión
para
mí,
que
yo
era
el
único
actor
que
podía
hacer
eso,
que
estaba
escrito
pensando
en
mí,
que
me
conocías
muchísimo.
Y
yo
pensé
“que
presuntuoso
este
pibe,
no
me
conoce,
nunca
tomamos
un
café”.
Me
mandó
el
guión
y
a
la
página
6
dije
“la
puta,
es
verdad…es
un
traje
a
medida”.
Me
tiré
de
palomita.
Me
encantó
el
guión,
me
pareció
una
gran
metáfora
de
Argentina.
Y
es
más
que
eso,
porque
Italia
me
decían
es
una
película
italiana,
y
en
España
que
era
una
película
española.
Dos
veces,
con
bastante
tiempo
en
el
medio,
se
malogró
el
rodaje,
no
se
llevó
a
cabo.
Fue
muy
frustrante,
porque
nos
llevó
tres
o
cuatro
años.
Ellos
me
incorporaron
al
trabajo
del
guión,
en
varias
versiones.
Hay
secuencias
de
las
películas
que
son
cosas
que
yo
les
conté.La
última
etapa
del
trabajo
era diálogo
por
diálogo,
si
las
palabras
me
gustaban,
si
el
tono
o
la
palabra
funcionaban.
Cuando
finalmente
llegamos
al
rodaje,
nos
dimos
cuenta
que
esos
disgustos
que
habíamos
tenido
servían:
sabíamos
perfectamente
que
teníamos
que
hacer.
Todo
entendíamos,
el
universo,
el
personaje,
todo.
Lo
mismo
pasó
con
Competencia
oficial,
y
acá
en
Bellas
artes,
hicieron
lo
mismo,
me
suman
desde
que
es
un
embrión.
—¿Qué
te
fue
entusiasmado
en
el
camino
de
los
guiones
de
Andrés
Duprat?
—Las
cosas
que
ocurren
aún
las
más
insólitas
son
todas
verdaderas,
o
que
le
pasaron
a
Andrés
(que
le
pongan
un
sepelio
a
los
dos
días
que
asumió,
o
lo
de
la
beluga,
es
decir,
un
historia
real,
un
animal
que
se
se
estaba
pudriendo
y
a
los
dos
días
entró
en
estado
de
descomposición).
Así
aparece
todo,
los
planteos
gremiales,
la
burocracia;
todas
son
cosas
que
él
conoce,
y
Mariano
y
Gastón
que
generan
una
devolución
permanente.
Y
ahí
me
suman
a
mí.
Llegamos
con
mucha
sólidez,
con
un
entendimiento
profundo
a
hacer,
lo
que
hacemos.
—¿Cómo
ves
la
política
argentina?
—Se
creó
una
cultura
salvaje
de
la
descalificación
política,
de
la
descalificación
absoluta
del
otro,
del
que
piensa
distinto
es
un
enemigo
acérrimo.
Y
va
in
crescendo.
Hay
de
los
dos
lagos
negacionismo
y
fanatismo,
de
distinto
signo
ideológico,
pero
que
finalmente
redunda
en
lo
mismo.
Yo
me
crié
en
un
país
donde
el
índice
de
pobreza
era
de
un
dígito,
2
o
3
%.
Una
pobreza
digna,
ni
que
hablar
de
la
movilidad
social
ascendente,
la
educación
pública
modelo
mundial,
la
distribución
de
la
riqueza
de
manera
diametralmente
distinta
y
mejor,
en
la
clase
media
nadie
era
rico
pero
a
nadie
le
faltaba
nada,
un
país
que
hasta
los
años
70
estuvo
entre
los
países
de
mayores
ingresos
per
cápita
del
mundo,
riquezas
naturales
envidiables.
Asume
Alfonsón
con
el
5%
de
pobreza,
y
después
de
40
años
de
democracia,
tenemos
el
60%
de
pobreza.
El
nivel
cultural
medio
bajó
de
una
manera
penosa.
Hay
descomposición
social,
hay
marginalidad,
hay
narcotráfico.
¿Cómo
es
posible
que
sigamos
en
este
folklore
de
la
clase
política,
que
no
se
hace
cargo?
Como
si
hubieran
bajado
de
una
nave
espacial
ayer.
Cuando
miran
las
cámara
de
diputados,
de
senadores
y
hasta
el
propio
poder
ejecutivo,
hay
nombres
que
estuvieron
seriamente
comprometidos
con
gestiones
de
diferentes
signos
y
nadie
se
hace
cargo.
Y
por
otro
lado
nosotros
no
terminamos
de
hacernos
cargo
como
sociedad,
porque
algo
habremos
tenido
que
ver
para
que
el
fracaso
sea
tan
alto
y
el
costo
tan
grande,
y
el
país
se
haya
ido
a
la
mierda.
Hay
niños
con
hambre,
es
insólito,
es
vergonzoso.
Y
más
vergonzoso
es
que
la
clase
política
no
tome
conciencia,
y
en
lugar
de
buscar
la
razonabilidad,
la
moderación,
acuerdos
sobre
cuestiones
básicas,
como el
hambre,
cuatro
o
cinco
ítems
donde
digamos
estamos
todos
de
acuerdo
(después
vemos
los
detalles).
No
solo
no
hacen
eso,
echan
leña
al
fuego,
uno
más
violento
que
otro,
uno
más
belicoso
que
otro.
Creo
que
realmente
es
peligrosísimo,
que
hay
que
tomar
conciencia
de
esto
y
para,
porque
da
miedo,
porque
podemos,
sin
acuerdo,
ir
a
una
tiranía
de
un
signo
o
del
otro.