Cuando
se
le
pide
que
se
defina
Justina
Bustos
sólo
elige:
“actriz
y
productora”.
Nacida
y
criada
en
Córdoba,
más
precisamente
en
Unquillo,
se
la
podría
considerar
por
las
experiencias
que
vivió
una
ciudadana
del
mundo.
Ahora
los
viernes
y
sábados
se
la
puede
ver
en
las
dos
responsabilidades
que
eligió
en
el
espectáculo
Al
borde
del
mundo,
que
dirigieron
Ana
Kowalczuk
y
Camilo
Polotto,
en
la
sala
B
del
Centro
Cultural
San
Martín
a
las
21.
No
está
sola:
actúa
junto
a
Paula
Kohan,
Laila
Maltz,
Ailin
Salas
y
Margarita
Páez,
quien
hace
su
debut
teatral.
Anticipó
que
en
agosto
se
la
podrá
ver
en
los
cines
en
la
última
creación
escrita,
dirigida
e
interpretada
por
Valeria
Bertuccelli:
Culpa
cero,
donde
comparte
elenco
con
Cecilia
Roth
y
Fabiana
Cantilo.
—¿Cómo
nació
“Al
borde
del
mundo”?
Esto
no
les
gusta
a
los
autoritarios
El
ejercicio
del
periodismo
profesional
y
crítico
es
un
pilar
fundamental
de
la
democracia.
Por
eso
molesta
a
quienes
creen
ser
los
dueños
de
la
verdad.
—Se
gestó
por
una
imagen
que
tuve
en
mi
cabeza
hace
como
siete
años.
Es
el
fruto
de
hacer
muchos
viajes
en
remise
desde
mi
casa
a
la
de
mis
amigas.
Vivía
en
un
pueblo
–Unquillo–,
y
todos
estaban
en
Córdoba
capital,
por
lo
cual
el
trayecto
era
muy
largo.
Muchas
veces
mis
padres
no
me
podían
llevar
y
entonces
aparecían
“ellos”:
los
remiseros.
Estando
en
sus
autos
durante
una
hora
más
o
menos,
escuchaba
lo
que
salía
desde
su
radio,
donde
aparecían
los
pedidos.
Me
empezó
a
intrigar
esas
voces
y
ese
mundo.
Las
que
tomaban
los
mensajes
eran
mujeres,
quienes
muchas
veces
cambiaban
sus
voces
porque
llegaba
un
punto,
que
entre
ellas
se
empezaban
a
divertir
y
también
con
el
conductor.
Veía
esa
gracia
y
complicidad.
El
año
pasado
le
conté
a
Ana
(Kowalczuk)
y
a
Camilo
(Polotto),
quienes
son
los
directores
de
la
obra
y
decidimos
escribirla.
A
ellos
los
conocía
ya
que
había
visto
un
espectáculo
suyo.
Pedimos
una
pasantía
en
el
Centro
Cultural
de
San
Martín,
convocamos
a
las
actrices
y
todas
pudieron.
Empezamos
a
improvisar
en
base
a
una
remisería
donde
había
cinco
chicas
con
teléfonos.
Así
armamos
este
universo,
durante
cuatro
meses.
—¿Por
qué
la
ubican
en
diciembre
del
2001
con
patacones
incluidos?
—Creo
que
la
idea
fue
de
Javier
Furgang,
productor
y
mi
representante.
Él
vio
que
el
contexto
era
caótico,
lo
propuso
y
la
dirección
lo
aceptó.
Hoy
en
día
se
vive
algo
muy
parecido
a
ese
momento,
por
lo
cual
dijimos
juguemos
un
poco.
El
proyecto
tuvo
justo
un
año
de
gestación.
Se
sumó
Francisco
Olavarría,
que
es
un
productor
chileno.
—Este
año
presentaste
tu
documental
“Sola
en
el
paraíso”,
dos
días
en
el
Bafici:
¿volverá?
—Estando
tanto
tiempo
en
el
Centro
Cultural
San
Martín
conseguí
que
me
habiliten
un
espacio,
gracias
a
Fernanda
Rotondaro,
Agustina
Malfitano
y
Chiara
Scozafa.
Será
para
el
mes
de
julio
en
alguna
de
las
salas
de
cine
que
tienen.
Así
la
gente
va
a
poder
verla
por
un
precio
bastante
lógico.
Si
todo
sale
bien,
después
va
a
ir
a
una
plataforma.
Mi
idea
es
compartirlo
con
cuantas
más
personas
mejor.
—¿Por
qué
filmaste?
—Me
quedé
encerrada
por
el
covid-19,
en
una
sala
de
un
hospital
en
la
isla
Mauricio,
en
Sudáfrica.
Empecé
a
filmar
la
experiencia
porque
me
parecía
bastante
surreal
y
quería
tenerlo
en
otro
plano.
Fue
bastante
atípico
lo
que
me
sucedió,
para
compararlo
con
las
cosas
que
me
habían
pasado
en
mi
vida.
Estaba
junto
a
tres
mujeres
de
la
India,
muy
interesantes
y
empecé
a
filmar
el
intercambio
entre
nosotras.
Después
le
mostré
este
material
a
Isabel
Coixete,
que
es
una
directora
catalana,
que
admiro
mucho
y
quien
me
dice
“aquí
tenés
algo
interesante,
te
pongo
un
equipo”.
Ahí
empezó
a
tomar
forma
de
documental,
luego
lo
presentamos
a
varias
plataformas,
pero
como
estábamos
todavía
con
la
pandemia
nadie
estuvo
interesado.
—¿Tuviste
más
ayudas?
—Sí,
la
dirección
la
compartí
con
Victoria
Comune,
pero
no
la
hubiera
podido
realizar
sin
la
ayuda
de
Hernán
Casciari,
él
consiguió
que
su
productora
Orsai
me
lo
produjera.
Fue
el
primer
documental.
Invitaron
a
la
gente
para
que
fueran
socios.
Empezamos
a
hacer
notas
y
recibimos
apoyos
desde
Mendoza,
Córdoba,
Buenos
Aires
y
muchísimos
lados.
Hernán
me
hacía
preguntas
en
la
radio
y
ahí
invitábamos
a
los
oyentes
a
que
la
produzcan,
dando
plata.
Cuando
llegamos
al
monto
que
nos
propusimos
iniciamos
el
armado
y
en
la
sala
de
edición
nos
dimos
cuenta
que
nos
habíamos
quedamos
cortos
con
lo
documental
y
decidí
sumar
otro
material,
abrir
más
mundos,
así
sumamos
a
Mariano
Saborido,
Camilo
Polotto,
Yolanda
Ramos
y
Nora
Moseinco.
Hicimos
una
especie
de
constelación,
escenificamos
momentos,
sensaciones
y
emociones
que
no
estaban
plasmados
en
la
primera
filmación.
Se
abrió
todo
un
mundo
del
teatro
y
después
hicimos
otro
universo,
con
mis
archivos.
Les
pedí
material
a
mis
padres
y
lo
pasé
todo
a
digital.
Así
se
fue
tejiendo.
—¿Por
qué
fuiste
a
esa
isla?
—Fui
a
filmar
una
película
de
Netflix
original
de
España,
en
el
2020.
En
ese
momento
vivía
en
París
y
cuando
llegamos
a
la
isla
a
mí
me
agarró
covid-19.
Me
llevaron
a
un
hospital
donde
estuve
durante
treinta
y
tres
días.
Fue
bastante
hostil,
porque
no
permitían
abrir
las
ventanas
a
más
de
treinta
grados.
Mi
piel
no
podía
sentir
el
sol,
sólo
mi
mano.
Resultó
una
experiencia
muy
fuerte,
de
esas
que
una
puede
capitalizar
en
la
vida.
—Filmaste
con
Gael
García
Bernal
en
el
rol
de
director:
¿qué
te
dejó
esa
experiencia?
—Esa
fue
una
sorpresa
muy
linda.
Fue
un
proyecto
bastante
loco,
la
película
se
tituló
Madly
donde
varios
directores
se
propusieron
contar
historias
sobre
el
amor.
Me
presenté
a
la
prueba
y
quedé.
El
capítulo
es
El
amor
de
mi
vida
y
lo
filmé
junto
a
Martín
Seijo.
Hoy
día
tengo
muy
buena
onda
con
Gael
y
con
su
hermano
Darío.
—¿Es
cierto
que
llegaste
desde
Córdoba
para
estudiar
Historia
del
Arte?
—Soy
muy
inquieta
y
desde
los
seis
años
quería
vivir
en
Buenos
Aires,
ya
que
me
brindaba
algo
más
eléctrico
y
otras
opciones.
También
me
gustaba
tomar
clases
de
baile.
Me
conecté
con
la
esencia
de
esta
capital,
pero
siempre
necesito
el
pasto
verde
y
las
montañas,
para
conectarme
conmigo
misma
y
eso
me
lo
da
Córdoba.
—¿Cómo
te
llevás
con
la
popularidad?
—Siempre
digo
que
soy
conocida,
aunque
no
famosa.
Me
saludan,
pero
no
es
el
agobio
de
no
poder
ir
a
comprar
una
hamburguesa
porque
tardás
tres
horas.
Lo
que
sienten
por
mí
es
más
un
cariño
y
está
lindo.