Repensar los clásicos

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Los
clásicos
son
clásicos
porque
abordan
temas
universales
que
superan
el
paso
del
tiempo.
Los
que
elijo
y
prefiero
para
versionar
son
esos
textos
que
además
no
dan
respuesta,
sino
que
nos
dejan
una
o
varias
preguntas
por
resolver
no
solo
como
espectadores,
sino
como
seres
humanos.
Los
autores
escribimos
para
nuestro
tiempo
y
nuestro
lugar.
Creo
que
ningún
autor
escribe
una
obra
para
ser
representada
dentro
de
cien
años
y
en
un
país
lejano.
La
mayoría
de
los
dramaturgos
escriben
para
su
presente,
y
ese
presente
se
modifica.
El
mundo
cambia,
el
teatro
cambia,
la
sociedad,
la
política,
etc…
Por
eso
creo
que
versionar
una
obra
para
acercarla
al
momento
en
la
que
va
a
ser
representada
es
respetar
la
intención
de
cualquier
autor:
que
el
público
pueda
identificarse
y
comprenda
de
la
mejor
manera
el
tema
y
los
conflictos
que
propone
la
obra.

Con
Un
enemigo
del
pueblo
por
ejemplo,
me
pasó
que
no
me
parecía
relevante
que
la
contaminación
suceda
en
las
costas
de
Noruega
en
1882,
el
tema
era
mucho
más
importante
y
reconocible
si
lo
situaba
en
unas
termas
en
un
pueblo
de
la
Argentina.
La
grandeza
de
Ibsen,
los
temas
que
aborda
y
de
la
manera
que
lo
hace,
más
allá
del
lugar
y
la
época,
me
permitió
acercar
al
público
y
hacer
reconocibles
a
los
personajes.
Por
otro
lado,
también
siempre
trato
de
concentrar
los
conflictos
o
lo
que
considero
que
es
el
tema
principal.
Eso
me
lleva
muchas
veces
a
achicar
la
cantidad
de
personajes.
En
mi
versión
de
Of
Mice
and
Men
de
Steinbeck
(Hombres
y
ratones)
tomé
la
decisión
de
sacar
muchos
personajes.
La
historia
original
sucedía
en
el
campo
de
California
en
1930
en
plena
depresión
estadounidense,
tenía
montones
de
“cowboys”,
esclavos
negros
y
personajes
secundarios.
La
historia
la
llevé
al
campo
argentino,
en
la
época
de
Onganía,
con
“peones
golondrina”
y
el
tema
fundamental
quedó
intacto.
En
el
caso
de
Qué
hermoso
era
todo
antes
hice
el
intento
de
acercar
la
historia
de
La
gaviota
de
Chejov
a
la
actualidad
argentina.
Lo
hice
partiendo
de
la
aclaración
que
hace
el
mismísimo
Chejov
debajo
del
título:
“Comedia
en
cuatro
actos”.
Es
llamativo
cómo
a
lo
largo
de
los
años,
es
representada
como
un
drama,
pese
a
que
el
mismo
autor
lo
aclara.
Por
eso,
además
de
tener
en
cuenta
todo
lo
que
nombré
anteriormente,
me
ocupé
de
que
el
concepto
de
“comedia”
esté
presente
a
lo
largo
de
toda
la
obra.
Claro
que
la
melancolía
de
Chejov
está
y
es
inevitable.
Pero
leyendo
y
releyendo
la
obra
creo
que
la
base
de
ese
humor
es
esta
insatisfacción
instalada
en
los
personajes
que
no
pueden
revertir
su
realidad.
Otro
clásico
que
adapté
fue
La
Fiaca
de
Ricardo
Talesnik.
En
este
caso
no
hice
referencia
a
la
fiaca
que
tiene
el
personaje
y
que
hace
que
no
vaya
a
trabajar,
sino
en
el
acto
de
rebeldía
que
eso
representa.
Estamos
hablando
de
una
obra
estrenada
en
1967,
dónde
el
acto
de
no
ir
a
trabajar
por
tener
fiaca
representaba
una
rebelión
del
proletariado
al
sistema
establecido.
En
mi
versión,
La
gran
renuncia,
transformé
ese
acto
de
rebeldía
en
el
hecho
de
no
atender
más
el
teléfono,
ni
aceptar
esta
actualidad
que
hace
que
estemos
conectados
24hs
a
un
trabajo
mediante
una
computadora
o
un
teléfono.
Le
sumé
también
este
movimiento
sociocultural
post
pandemia
de
dónde
saqué
el
título.
Creo
que
en
todos
estos
casos
pude,
de
alguna
manera,
respetar
el
germen
original
de
cada
uno
de
estos
clásicos.
Me
da
mucha
alegría
que
pueda
verse
una
obra
argentina,
con
sus
costumbres
e
idiosincrasia
actual,
pero
que
a
la
vez
conserve
lo
que
el
autor
quiso
contar
en
el
momento
que
escribió.
Confío
que,
si
eso
fue
logrado,
respeto
al
autor
más
que
si
hubiese
hecho
el
texto
original.
Por
suerte
el
público
lo
agradece
en
cada
una
de
estas
puestas,
que
también
dirijo.
Y
ese
es
el
motivo
de
mis
adaptaciones,
es
mas
una
dificultad
propia,
no
podría
dirigir
una
obra
en
la
que
no
me
sienta
plenamente
identificado,
en
tiempo
y
lugar.

*Autor
y
director
de
Qué
hermoso
era
todo
antes,
versión
libre
de
La
gaviota,
que
se
presenta
los
domingos
a
las
17
en
Moscú
Teatro
(Juan
Ramírez
de
Velazco
535).

Esto
no
les
gusta
a
los
autoritarios

El
ejercicio
del
periodismo
profesional
y
crítico
es
un
pilar
fundamental
de
la
democracia.
Por
eso
molesta
a
quienes
creen
ser
los
dueños
de
la
verdad.