Soy un argentino marrón

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Cuando
a
los
7
años
el
jefe
de
mi
viejo
me
dijo:
–“No
le
pongas
tanta
azúcar
al
té,
porque
nunca
vas
a
ser
blanco”,
supe
que
algo
andaba
mal.
Cuando
chateaba
a
los
16
y
me
preguntaban
cómo
era
y
no
quería
decir
que
era
morocho,
porque
pensaba
“no
soy
tan
oscuro”,
y
entonces
respondía:
“Soy
trigueño”,
algo
definitivamente
estaba
mal.
Cuando
a
los
19
iba
en
bicicleta
a
la
facultad
y
me
gritaban
“boliguayo”
me
hacía
el
sordo,
era
un
problema
al
que
no
podía
enfrentarme.
Por
entonces,
mis
viejos
se
estaban
divorciando
y
yo
tenía
que
estudiar
microbiología.
Argentina
es
un
país
aspiracionalmente
blanco.
Comentarios
como
“boliviano
planero”
son
habituales,
a
pesar
de
que
mis
abuelos,
mis
padres
y
yo,
nacimos
en
Argentina.

—¿Cómo
llevar
todo
esto
a
escena?

—Comencé
a
escribir
los
textos
de
la
obra
cuando
llegué
a
Ciudad
de
Buenos
Aires,
sin
saber
bien
para
qué
serían.
Al
comprar
tomates
en
una
verdulería
me
pidieron
si
les
podía
dar
dos
kilos
y
le
aclaré
a
la
persona
que
yo
estaba
comprando
como
él;
una
chica
al
verme
un
domingo
por
el
barrio
de
Belgrano
salió
corriendo
luego
de
darse
cuenta
que
yo
caminaba
en
su
misma
dirección;
y
en
uno
de
mis
primeros
castings
escuché
cómo
se
reían
haciendo
chistes
con
que
debían
poner
más
luz
para
que
se
me
pueda
ver.
El
acopio
de
situaciones
de
este
tipo
vaticinaba
una
especie
de
stand
up:
¡hasta
compré
un
libro
que
explicaba
cómo
hacerlo!
Pero
eso
no
prosperó.
Años
más
tarde
conocí
Identidad
Marrón.
El
Colectivo
me
ayudó
a
ver
que
en
Argentina
los
marrones-indígenas
sufrimos
requisas
sin
razón
por
parte
de
la
policía,
y
que
es
esperable
en
la
actuación
que
sólo
me
den
papeles
de
“chorro”
o
de
gendarme,
porque
mi
color
de
piel
está
asociado
a
ciertas
tareas.
Entendí
por
qué
en
la
Universidad
de
cientos
y
cientos
de
estudiantes,
muchas
veces
era
el
único
“cara
de
indio”
en
la
clase.
Volví
a
mirarme
y
entendí
que
no
es
que
la
pobreza
fue
una
elección
en
mi
casa,
sino
que
son
las
estructuras
sociales
y
desigualdades
las
que
muchas
veces
hacen
que,
por
ejemplo,
mi
madre
haya
limpiado
casas
ajenas
toda
su
vida,
precarizada
sin
vacaciones
ni
aguinaldo.

Esto
no
les
gusta
a
los
autoritarios

El
ejercicio
del
periodismo
profesional
y
crítico
es
un
pilar
fundamental
de
la
democracia.
Por
eso
molesta
a
quienes
creen
ser
los
dueños
de
la
verdad.

El
texto
encontró
su
interlocutor
en
el
David
de
Miguel
Ángel,
obra
del
1500
que
es
emblema
de
belleza.
Atravesado
por
la
visión
de
Identidad
Marrón
que
propone
revisar
los
lugares
ocupados
históricamente
por
la
blanquitud,
me
di
cuenta
que
mi
madre
me
puso
el
mismo
nombre
de
la
escultura
más
conocida
del
mundo.
Mi
texto
necesitaba
un
interlocutor,
un
ser
al
cual
despotricar
todos
mis
pesares,
un
amigo
inanimado
al
cual
contarle
mis
penas
de
amor
y
no
omita
opinión
que
contradiga
el
despecho
y
sobre
todo,
alguien
con
quien
disputar
el
lugar
de
belleza.
Así
nació
mi
David,
pero
en
pedazos,
esculpido
por
el
escenógrafo
Norberto
Laino
junto
a
Maite
Corona
y
Walter
Lamas.

Son
días
que
los
medios
dedican
tiempo
a
hablar
sobre
el
racismo,
luego
de
que
algunos
jugadores
de
la
Selección
argentina
cantaran
una
canción
habitual
de
cancha,
pero,
¿pueden
hablar
los
medios
sobre
racismo
si
en
sus
mesas
siguen
siendo
todos
blancos?
¿Es
necesario
incluir
a
personas
marrones-indígenas?
Debemos
ocuparnos
en
ver
las
formas
que
el
racismo
toma
en
nuestros
contextos
¿De
qué
color
es
la
pobreza?,
¿cuántos
jueces
con
apellido
Mamani
conocés?,
¿cuántos
actores
marrones-indígenas
conocés?

En
mi
sueño
de
ser
actor
y
pagar
el
alquiler
haciendo
lo
que
amo,
junto
a
Laura
Fernández
en
dirección
y
Gabino
Torlaschi
en
asistencia,
todos
los
viernes
a
las
22hs
en
Dumont
4040
nos
emprendemos
a
hacer
El
David
marrón.
Es
una
obra,
en
principio,
de
amor
interracial
y
humor,
porque
es
desde
ese
lugar
que
elijo
proponer
una
nueva
mirada.
Soy
un
argentino
marrón.
Aunque
quizás
moleste
mi
cara
marrón
e
indígena:
existe
y
es
argentina.

*Autor
y
actor
de
“El
David
Marrón”.
(En
septiembre
sábado
21
a
las
20.30,
jueves
26
a
las
21.30
y
sábado
28
a
las
23)