Alberto Fernández De Rosa: “Ha sido una celebración para mí subirme de nuevo al escenario”

0
3

En
el
presente,
a
sus
80
años,
está
a
cargo
como
director
de
un
instituto
educativo
en
Ingeniero
Maschwitz,
y
también
están
las
funciones
que
realiza,
de
la
obra
Mamá.
Pero
Alberto
“Paco”
Fernández
de
Rosa
es
un
compendio
de
mucha
experiencia,
mucha
historia:
en
la
larga
trayectoria
del
actor,
aparecen
nombres
y
proyectos
que
son
hitos
de
la
TV
argentina
y
también
del
cine
y
del
teatro.
Sus
recuerdos
hacen
brotar
una
galería
de
nombres,
son
íconos
de
la
cultura
de
nuestro
país.
Su
actualidad
lo
trae
a
Capital
Federal,
de
miércoles
a
domingos
al
Multiteatro
(Corrientes
1283),
para
hacer
la
comedia
de
Andrew
Bergman,
dentro
del
elenco
integrado
por
Betiana
Blum,
Marcelo
De
Bellis,
Romina
Gaetani,
Magela
Zanotta
y
Nacho
Toselli,
bajo
la
dirección
de
Carlos
Olivieri.

—¿Cómo
se
arma
la
rutina
con
tus
dos
actividades
actuales?

—La
producción
me
puso
un
auto
que
me
viene
a
buscar;
tengo
una
hora
de
ida
y
una
de
vuelta,
desde
Maschwitz.
Y
están
las
dos
horas
de
la
obra.
Es
una
inversión
importante,
sobre
todo
en
la
vida
de
una
persona
grande.
Después
de
las
vacaciones,
retomo
la
escuela,
que
es
de
cursos
de
perfeccionamiento
profesional.
Tengo
gente
de
la
calle
y
alumnos
que
terminaron
técnicas
agrarias
y
vienen
a
especializarse.
Además
uno
tiene
una
agenda
de
médicos
inevitable.
Tener
el
teatro
a
la
noche
complica.
Pero
ha
sido
una
celebración
para

subirme
de
nuevo
al
escenario.
El
elenco
es
de
primer
nivel.
A
Betiana
la
conocía
de
un
capítulo
en
canal
Once,
de
Televisión
por
la
identidad,
donde
hacíamos
un
matrimonio
que
estaba
buscando
a
su
nieto.
Y
el
director
de
Mamá
es
un
especialista
en
este
género
de
comedia,
de
conflictos,
de
entradas
y
salidas,
de
mucho
humor.

Esto
no
les
gusta
a
los
autoritarios

El
ejercicio
del
periodismo
profesional
y
crítico
es
un
pilar
fundamental
de
la
democracia.
Por
eso
molesta
a
quienes
creen
ser
los
dueños
de
la
verdad.

—¿Cómo
es
tu
personaje?

—Es
un
artista
plástico,
muy
conocido
en
Estados
Unidos
y
Francia.
Es
un
hombre
con
mucha
experiencia,
grande,
viudo,
afectuoso,
con
bonhomía
en
su
carácter.
Y
busca
tener
una
compañera,
armar
una
familia.
Como
personaje,
no
tiene
muchos
vericuetos
psicológicos.
Cuando
descubre
a
esta
señora,
el
personaje
de
Betiana,
se
le
arma
un
programa
de
tener
nueva
compañera.
Intenté
darle
al
personaje
la
mayor
ternura.

—Participaste
de
muchos
programas
de
TV,
que
encuadran
dentro
del
género
de
la
telenovela.
¿Qué
creés
que
ha
pasado
con
esos
productos
en
la
actualidad?

—Se
trata
de
un
género
muy
popular.
Estaba
la
cosa
romántica
de
amor
entre
el
protagonista
y
la
protagonista.
El
género
penetraba
mucho
en
la
sociedad.
La
gente
se
identificaba
fácilmente
con
actores
argentinos,
con
historias
que
sucedían
en
Buenos
Aires
o
en
alguna
provincia.
Escritores
argentinos
y
público
argentino
estaban
en
comunión.
Pero
hubo
tal
diversificación
de
pantallas,
que
la
telenovela
se
hace
poco
importante
a
nivel
rating.
Antes
tenía
muchos
avisadores.
La
televisión
cumplía
su
función
comercial.
Hoy
la
competencia
es
enorme:
la
crisis
del
teleteatro
tiene
que
ver
con
una
imposibilidad
comercial.
Vivimos
en
una
crisis
permanente
decayendo,
cada
vez
más
endeudados.
Producir
la
propia
televisión
se
hace
difícil.
¡Pero
cómo
resiste
el
teatro!
¡La
cantidad
de
obras
que
se
hacen!
El
público
va,
porque
quiere
ver
a
sus
artistas,
porque
se
identifica
con
ellos,
con
su
idioma,
su
lenguaje
corporal,
su
historia.

—¿Qué
recuerdos
tenés
específicamente
del
fenómeno
de
“La
familia
Falcón”?

—Fue
la
primera
familia
de
la
televisión.
Salió
al
aire
junto
con
el
Canal
13,
en
los
60.
Como
no
existía
al
principio
el
videotape,
se
usaba
el
videofilm,
un
invento
argentino
con
el
que
se
empalmaban
cuadros
y
se
pasaba
el
programa.
Cuando
empezó
a
grabarse
en
videotape,
se
filmaba
de
corte
a
corte:
¡si
te
equivocabas
en
la
mitad,
era
un
desastre!
Cuando
yo
ya
había
terminado
de
grabar
el
programa
y
tenía
permiso
de
salir
a
la
calle,
iba
caminando,
y
de
todas
las
ventanas,
de
todos
los
balcones
salía
el
sonido
de
La
familia
Falcón.
Fue
una
idea
de
Hugo
Moser,
que
le
mostró
a
la
agencia
de
publicidad
de
la
Ford
y
se
convirtió
en
el
avisador
del
programa.
Moser
tuvo
la
astucia
de
llamar
Falcón
a
esta
familia.
En
realidad.
el
producto
que
promocionábamos
era
el
Ford
Falcon
y
los
camiones
Falcon
y
los
camiones
de
Ford.
Moser
lo
argentinizó
y
a
la
familia
la
llamó
Falcón.

—También
has
participado
de
muchos
programas
y
películas,
por
ejemplo,
con
Emilio
Disi,
Gino
Renni,
Guillermo
Francella,
que
manejan
un
humor,
que,
en
cuestiones
de
género,
ya
no
funcionan.
¿Qué
pensás
de
estos
cambios?

—No
es
el
humor
actual.
Ha
habido
un
avance
de
la
conquista
de
derechos
por
parte
de
la
mujer,
que
ha
transformado
también
la
comunicación.
Cuando
ocurren
cambios
tan
trascendentales,
la
cultura
los
refleja:
la
literatura,
el
cine,
los
productos
artísticos,
la
educación,
el
trato,
la
comunicación
social
entre
las
personas.
Eso
hace
justicia.
Las
cosas
cambian
en
la
medida
en
que
la
conciencia
de
las
personas
va
cambiando.

—¿Qué
lugar
ocupa
en
tu
trayectoria
“Mesa
de
noticias”?

—Yo
estuve
prohibido
siete
años.
Me
fui
a
España,
sin
la
categoría
de
refugiado,
porque
conseguí
trabajo
haciendo
la
obra
Orquesta
de
señoritas.
De
regreso,
Mesa
de
noticias
significó
para

muchísimo,
porque
fue
la
primera
cosa
con
continuidad.
Fue
como
volver
a
entrar
a
mi
casa,
porque
la
televisión
fue
siempre
como
mi
casa.
Había
empezado
a
los
11
años,
en
blanco
y
negro.
Mesa
de
noticias
reinventó
el
humor
de
la
televisión
argentina.
Juan
Carlos
Mesa
metió
el
disparate
y
eso
fue
una
experiencia
renovadora,
y
con
Gianni
Lunadei
en
el
elenco.
Aprendí
mucho.

—¿Y
“Chiquititas”?

—Chiquititas
me
metió
en
el
universo
de
los
niños,
que
yo
amaba.
Yo
había
inaugurado
la
Sala
Casacuberta,
cuando
estrenamos
Canciones
para
mirar,
con
Leda
Valladares
y
María
Elena
Walsh.
Y
otra
vez,
que
los
chicos
me
quisieran
abrazar
y
que
las
madres
me
mandaran
cartas,
todo
eso
de
estar
en
el
mundo
infantil,
como
una
figura
de
televisión,
fue
sumamente
grato.

—Te
has
declarado
un
militante
de
la
cultura,
tuviste
diversos
roles
en
la
gestión
estatal.
¿Por
qué
te
volcaste
a
esto?

—Un
amigo
(que
no
voy
a
nombrar),
buen
actor,
cuidaba
mucho
su
trabajo
y
dedicaba
toda
su
vida
a
su
trabajo
porque,
decía,
el
arte
cambia
la
realidad.
Yo
le
decía
que,
para
eso,
hacía
falta
algo
más:
la
política,
el
poder
sobre
la
organización
social.
Por
eso
me
dediqué
a
la
actuación
y
a
la
política.
Pero
hoy
estoy
muy
descreído
de
la
política.
En
general,
el
poder
trabaja
para

mismo
y
no,
para
la
función
social,
sino
solo
para
su
propio
beneficio
y
perpetuación
de
sus
estratos
sociales.
No
hay
lealtad
ni
hay
compromiso.
No
hablo
de
ningún
partido
sino
que
hablo
en
general.
Sistemas
desde
la
izquierda
han
fracasado
también.
Tengo
muy
pocas
esperanzas.
Pero
a
la
política
cultural
se
la
tiene
que
defender,
porque
siempre
fue
atacada;
tiene
los
peores
presupuestos
y
el
poder
político
la
quiere
usar
para
su
publicidad.
El
arte
es
lo
que
sostiene
al
ser
humano.

—A
pesar
de
la
pérdida
de
tu
hija
Valentina
en
2022,
se
nota
tu
buen
ánimo.
¿Qué
lo
sostiene?

—La
respuesta
no
es
complicada.
Mi
hija
era
un
ser
muy
luminoso.
De
alguna
manera,
continuó
la
línea
de
su
padre
y
su
madre
[Cristina
Banegas],
de
compromiso
con
la
realidad,
compromisos
sociales
y
estéticos.
Ella
era
dirigente
de
la
Asociación
Argentina
del
Teatro
Independiente
(Artei).
Tenía
un
espíritu
tan
extraordinario
que,
en
su
lecho
de
muerte,
me
agarró
la
mano
y
me
dijo:
“Papá,
me
voy
bien,
tuve
una
vida
muy
feliz,
me
voy
tranquila,
no
tengo
deudas
con
nadie
y
nadie
me
debe
nada;
cumplí
muchos
de
mis
sueños”.
Con
ese
mensaje
en
mi
corazón,
he
decidido
tomar
la
vida
con
alegría.