“Hay un vínculo fundante entre las personas y el arte”

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Margarita
Molfino
es
una
actriz
que
vive
el
arte
como
pocas
personas.
Cada
una
de
sus
palabras
destila
una
pasión
que
si
bien

define
a
sus
medios
(teatro,
ballet
y
el
cine),
es
un
cierto
candor,
pero
también
cierta
tenacidad
que
marca
sus
palabras.
Ha
trabajado
creando,
dirigiendo
y
asesorando
con
nombres
como
William
Prociuk,
Carlos
Casella,
Leticia
Mazur,
Agustina
Muñoz,
Romina
Paula
y
Mariana
Chaud.
En
el
cine,
su
papel
en
el
segmento
“La
novia”
de
Relatos
salvajes
la
tatuó
en
el
imaginario
popular,
como
antagonista
de
Erica
Rivas.
Pero
también
fue
parte
de
maravillas
como
“Los
delincuentes”
y
“La
flor”.
Ahora
es
coprotagonista
de
“Nuestra
parte
del
mundo”,
película
de
Juan
Schnitman
donde
trabaja
en
una
sola
locación
junto
a
Juan
Barberini.
Dice
Molfino:
“El
guión
hace
que
seamos
solo
nosotros
dos,
en
una
sola
locación,
tiene
esa
cosa
bastante
teatral
en
un
punto
y
explorar
la
continuidad
de
esa
relación
sin
mucha
interferencia
era
algo
que
me
entusiasmaba
también.
Me
parecía
particular
en
términos
cinematográficos”.
Y
suma:
“En
términos
personales
era
un
re
desafío
porque
yo
nunca
protagonicé
una
película
así.
Era
un
desafío
muy
grande.
Siempre
me
tocaban
cosas
más
chiquitas,
donde
te
quedás
con
las
ganas”.

—¿Qué
implica
contar
para
vos
considerando
tu
carrera?

—Me
parece
muy
hermoso
ese
juego
ficcional
de
intentar
construir
un
personaje
para
volver
a
ser
persona,
para
volverlo
persona.
Parece
una
cosa
artificial,
que
te
imaginás,
con
características,
formas,
del
personaje,
y
el
trabajo
es
que
sea
una
persona.
Eso
me
lo
liga
con
la
condición
humana
más
profunda.
Me
parece
muy
hermoso
ese
juego
de
prestarse
a
ser
otro,
de
empatizar
con
otras
vidas.
Lo
que
más
me
emociona
del
cine
es
esa
máquina
enorme
creada
para
ser
una
gran
mentira.
Una
mentira
preciosa
pero
que
habla
de
la
condición
humana.

Esto
no
les
gusta
a
los
autoritarios

El
ejercicio
del
periodismo
profesional
y
crítico
es
un
pilar
fundamental
de
la
democracia.
Por
eso
molesta
a
quienes
creen
ser
los
dueños
de
la
verdad.

—¿Cómo
aplica
eso
a
Nuestra
parte
del
mundo?

—Yo
conocía
las
películas
de
Juan,
pero
las
revisité
de
cara
al
rodaje.
Sobre
todo
la
última,
“El
incendio”,
que
está
bastante
ligada
con
esta,
ya
que
el
personaje
del
actor
Juan
Barberini
en
un
punto
es
él
mismo.

que
a
él
le
interesa
esa
cosa
de
las
relaciones,
que
es
algo
muy
universal.
Además
la
cosa
de
mapaternar,
porque
está
el
niño
fuera
de
campo,
que
es
como
un
fantasma
que
merodea
toda
la
película.
En
un
punto
para
mí,
hay
algo
de
esa
pareja
que
está
muy
vivo
todavía,
que
lo
que
no
pueden
es
con
ese
niño.
Poner
eso
sobre
la
mesa
habla
de
un
momento,
de
conversaciones
que
se
tienen
a
partir
del
feminismo,
de
cómo
se
materna
o
paterna,
qué
está
bien
y
qué
está
mal.
Ella
no
es
la
madre
más
correcta
supuestamente,
no
sabe
bien
cómo
llevarlo
adelante,
él
se
queda
en
la
casa.
Hay
ahí
algunas
puntas
que
el
guion
tira
que
son
muy
actuales.
Una
vez
que
la
presentamos
en
Bafici
tuve
comentarios
de
muchas
mujeres,
con
ganas
de
hablar
de
eso.
Yo
lo
sabía,
pero
no
pensé
que
emergía
tanto
ese
tema,
y
re.
Me
dijeron
qué
bueno
poder
hablar
de
esto.

—¿Cómo
trabajaron
esto
los
tres
juntos?

—Es
una
película
clásica
en
ese
punto.
Primero,
me
di
cuenta
que
había
algo
muy
orgánico
y
aceitado
entre
ellos
dos,
porque
hicieron
cuatro
películas
juntos.
Yo
estaba
un
poco
más
entrando
a
la
maquinaria
de
ellos.
Intenté
eso:
escuchar
y
estar
atenta
a
ellos.
Ayudó
mucho
que
sea
una
sola
locación,
de
agotamiento
de
la
pareja,
de
encierro.
Además
de
nosotros
tres,
está
todo
el
equipo
técnico
del
otro
lado.
Creo
que
esa
condición
de
una
misma
locación
ayudó
un
montón.
La
película
se
filmó
casi
cronológicamente,
salvo
la
primera
escena,
que
como
era
una
escena
de
intimidad
se
pasó
al
final.
Eso
fue
interesante.
El
niño
durmiendo
hace
que
todo
sea
susurrado,
que
si
había
malas
conversaciones,
o
peleas,
todo
tiene
que
ser
en
voz
baja,
porque
ese
niño
duerme.
Habla
de
una
pareja
rota,
que
discute,
que
ya
decidió
separarse,
y
esa
condición
genera
cierta
ternura,
porque
todo
tiene
que
ser
con
tranquilidad,
con
serenidad
y
en
voz
baja.

—¿Qué
te
gusta
de
contar
a
vos,
ya
sea
desde
la
actuación
y
de
la
danza?

—Yo
bailo
desde
muy
chiquita,
así
que
eso
me
eligió
a
mí.
Desde
que
tengo
cinco
o
seis
años
bailo,
e
hice
una
formación
no
solo
práctica
sino
también
teórica.
Mi
formación
es
clásica
pero
enseguida
me
interesó
la
danza
teatral.
Estudié
Licenciatura
en
Artes
en
Puan,
soy
una
cinéfila
desde
chiquita.
Ni
siquiera
había
pensado
en
actuar,
y
no
paraba
de
mirar
películas.
Entender
un
encuadre
como
una
perspectiva
del
mundo.
Esa
cosa
de
la
teoría
y
la
práctica
entramada
me
fue
enamorando.
El
cine
es
lo
que
más
me
cuesta
hacer,
porque
es
más
difícil
acceder.
Hice
mucha
más
danza
y
teatro
porque
me
salió
así.
No
hay
nada
que
me
entusiasme
más
en
este
mundo
que
hacer
películas.
Incluso
pensando
en
la
situación
triste
y
compleja
que
pasa
hoy
el
cine
argentino,
pienso
que
no
se
va
a
terminar
nunca:
ahí
hay
un
vínculo
fundante
entre
las
personas
y
eso
que
miramos,
que
nos
espeja,
que
nos
cuenta,
o
que
ni
siquiera
nos
cuenta
y
nos
abre
un
mundo
que
podríamos
tener.
Hay
algo
ahí
para

que
es
muy
vital,
del
arte
en
general
y
del
cine
en
particular.

—¿Qué
implica
trabajar
de
la
cultura
hoy
en
Argentina?

—El
nivel
de
precarización
y
autogestión
que
tuvimos
está
exacerbado
al
máximo.
Es
muy
triste.
A

me
da
mucha
pena
porque
lo
que
pasó
ahora
no
pasó
antes.
Es
muy
extremo
que
el
Incaa
no
aprobó
un
proyecto
en
todo
el
año.
Incluso
los
proyectos
que
estaban
aprobados,
no
están
saliendo.
El
grado
de
destrucción
es
muy
grande
y
seguramente
nos
lleve
mucho
tiempo
volver
a
construir
lo
que
están
destruyendo.
Pero
dicho
esto,
de
más
está
decir
que
una
no
ignora
los
problemas
que
había,
y
que
funcionaba
bien
del
todo.
Una
cosa
es
modificarlas,
y
otra
cosa
es
aniquilarlas.
Eso
se
lleva
un
montón
de
trabajadores
puestos,
y
un
capital
simbólico,
ya
que
la
cultura
nos
construye
como
país,
como
identidad.
Somos
las
personas
que
lidiamos
con
las
emociones,
con
lo
más
humano,
eso
vamos
a
poder
seguir
haciendo.
No
va
a
dejar
de
escribir
la
gente,
no
va
a
dejar
de
existir
el
cine.
Nunca
sucedió
ni
va
a
suceder.
La
humanidad
no
podría
sin
eso.
Nosotros
somos
un
poco
los
magos
de
eso.
Desearía
que
estas
personas
que
quieren
destruirlo
todo
intenten
vivir
una
semana
de
sus
vidas
sin
ver
una
película,
escuchar
una
canción,
leer
un
libro,
ver
una
imagen
que
les
guste
y
que
los
conmueva.
No
es
posible
esa
vida,
ni
es
real.
Se
volverá
al
under,
al
off,
a
la
autogestión.
Por
supuesto
que
eso
no
es
gratis,
que
se
lleva
muchos
hogares.
Pero
pienso
las
dos
cosas:
que
es
terrible
y
esto
también
va
a
pasar.