
Empecé
a
estudiar
dramaturgia
casi
por
error.
Tenía
15
años
y
quería
inscribirme
en
un
taller
de
cine
y,
como
no
había
más
lugares,
me
anoté
en
un
taller
de
dramaturgia
que
se
brindaba
en
el
mismo
lugar.
Pensaba
que
ahí
podría
encontrar
algunas
herramientas
para
escribir
lo
que
realmente
importaba:
guiones
de
cine.
Yo,
que
actuaba
desde
muy
chico,
pensaba
–arrogancia
adolescente
mediante–
que
ya
conocía
todo
lo
que
el
teatro
me
podía
ofrecer
y
que
las
cosas
“de
verdad”
sucedían
en
el
cine.
En
aquella
época,
era
un
cinéfilo
voraz
e
inexperto
y
estaba
muy
comprometido
con
la
gran
empresa
de
ser
guionista:
había
hecho
algunos
seminarios
breves
de
guin,
en
los
que
tomaba
nota
atenta
con
mi
cursiva
ilegible:
primer
punto
de
giro,
la
construcción
del
personaje,
objetivos,
super-objetivos,
segundo
punto
de
giro,
flahbacks,
flashfowards,
cliffhanger,
biblia,
premisa,
pitch,
sinopsis:
palabrerío
con
el
que
llenaba
mis
libretas.
Y
con
eso,
intentaba
escribir
unos
cortometrajes
defectuosos
y
solemnes,
con
finales
que
pretendían
ser
sorpresivos.
En
aquel
taller
de
dramaturgia,
en
el
que
apenas
éramos
tres
inscriptos,
descubrí
que
escribir
podía
ser
gozoso
y,
sobre
todo,
misterioso:
así
como
lo
era
actuar.
Entendí
que
podía
escribir
algo
que
no
tenía
por
qué
parecerse
a
algo
que
ya
existía;
entendí
que
las
obras
eran,
desde
su
concepción,
un
objeto
literario;
entendí
que
escribir
también
era
encontrarse
con
autores
diversos
y
fascinarse
con
ellos,
que
leer
y
escribir
eran,
en
un
punto,
una
misma
práctica.
Y,
en
medio,
un
descubrimiento:
de
la
misma
forma
que
había
cosas
que
solo
el
cine
podía
hacer
–por
el
montaje,
el
encuadre,
etc.–,
había
cosas
que
solo
el
teatro
podía
representar:
formas
de
narrar
que
solo
son
posibles
en
sus
convenciones,
en
su
ritual.
Una
obra
de
teatro
podía
ser
inclasificable,
estructuralmente
compleja,
desfachatada
y
a
la
vez
sublime,
permitiendo
variedad
de
lenguajes
y
distintos
registros
de
actuación.
Esto
no
les
gusta
a
los
autoritarios
El
ejercicio
del
periodismo
profesional
y
crítico
es
un
pilar
fundamental
de
la
democracia.
Por
eso
molesta
a
quienes
creen
ser
los
dueños
de
la
verdad.
PLOT
es
una
obra
teatral
que
tal
vez
tiene
origen
en
ese
equívoco;
en
ese
devenir
dramaturgo
accidental,
que
empieza
a
preguntarse
por
las
diferencias
entre
los
modos
de
representación
del
teatro
y
los
del
cine.
En
Hollywood,
las
ideas
y
los
argumentos
se
compran
y
se
venden,
los
plots
son
moneda
de
cambio.
PLOT
–una
obra
que,
valga
la
redundancia,
concentra
el
núcleo
de
sus
procedimientos
en
la
trama–
fue
una
pieza
que
no
hubiera
podido
concebir
jamás
pensando
o
ideando
su
argumento;
su
origen
es
misterioso
y
responde
a
una
serie
de
intuiciones
y
obsesiones
personales:
pistas
que
–creo–
me
fui
dejando
a
mí
mismo
en
aquellas
primeras
páginas
que
escribí
de
adolescente
y
tuve
que
ir
recogiendo
con
el
paso
de
los
años.
Sin
saberlo
en
el
momento
de
su
escritura,
intentaba
imaginar
una
obra
de
teatro
construida
con
los
artilugios
narrativos
del
cine:
tomando
su
verosímil,
su
trabajo
sobre
el
género,
el
uso
abusivo
de
los
plot
twist;
imaginaba
cómo
sería
asistir
al
teatro
a
ver
cómo
se
construye
una
“buena
actuación”
en
el
cine:
por
montaje,
por
corte.
El
cine
es
pura
ilusión:
el
registro
audiovisual
en
sí
es
una
ilusión
de
movimiento
dada
por
una
sucesión
de
veinticuatro
imágenes
en
un
segundo.
Ese
truco,
casi
superficial,
es
el
artefacto
con
el
que
se
construyen
nuestras
ilusiones:
nuestras
fantasías,
nuestras
pesadillas,
nuestros
recuerdos,
son
resultado
de
las
ficciones
que
nos
han
marcado.
El
teatro,
con
la
aparición
estelar
del
cine
como
arte,
entró
en
crisis:
ante
ese
espacio
simbólico
proyectado
sobre
una
pantalla
que
parece
ser
más
real
que
la
vida
misma,
¿puede
el
teatro
construir
una
ilusión?
Esta
incógnita,
más
de
un
siglo
después,
sigue
sin
saldarse.
PLOT
intenta
leer
al
cine
desde
el
teatro,
desplegando
una
trama
para
pensar
sus
similitudes
y
sus
diferencias.
Busca
poner
a
la
luz
del
teatro
los
mecanismos
que
tiene
el
cine
para
construir
la
ilusión,
para
así
deconstruir
aquellas
ilusiones
que
rigen
nuestras
vidas.
*Dramaturgo
y
director
de
PLOT.