
A
lo
largo
de
una
noche
que
promete
ser
tan
rigurosa
como
emotiva,
el
Teatro
Colón
se
convertirá
en
escenario
de
una
travesía
musical
por
el
Barroco
europeo,
guiada
por
la
voz
de
Verónica
Cangemi
y
el
virtuosismo
de
la
Orquesta
Barroca
Argentina.
Con
dirección
del
maestro
italiano
Andrea
Marcon
Giammaria,
el
concierto
del
lunes
18
de
agosto
reunirá
piezas
de
Händel,
Vivaldi
y
Telemann,
figuras
ineludibles
de
un
período
que
transformó
para
siempre
la
historia
de
la
música
occidental.
La
soprano
mendocina,
referente
indiscutida
del
repertorio
lírico
barroco,
vuelve
a
presentarse
en
Buenos
Aires
con
un
programa
que
condensa
arias
emblemáticas,
recitativos
de
poderosa
carga
dramática
y
obras
instrumentales
de
altísima
complejidad
técnica,
en
manos
de
una
orquesta
concebida
para
proyectar
al
mundo
la
excelencia
local.
Es
ella
quien
dice:
“Este
concierto
para
mí
es
un
muy
importante,
primero,
porque
es
el
único
concierto
barroco
que
hace
el
Teatro
Colón
en
el
año”.
Pero
hay
más:
“Segundo,
es
importante
por
lo
que
lo
hacemos
con
la
Orquesta
Barroca
Argentina,
que
es
una
orquesta
que
yo
cree
en
el
año
2011,
en
la
Universidad
de
Congreso
en
Mendoza,
que
es
un
encuentro
de
artistas
argentinos
que
viven
en
el
extranjero.
Hicimos
una
repatriacion
de
los
músicos
en
esa
epoca
y
ahora
nos
volvimos
a
encontrar
y
rearmamos
la
Orquesta.
Va
a
dirigir
uno
de
los
grandes
directores
del
mundo
barroco,
que
se
llama
Andrea
Marcon
Giammaria
que
es
un
especialista
y
el
director
de
la
Venice
Baroque
Orchestra,
con
quien
trabaje
más
de
veinte
años
y
grabé
en
todos
los
rincones
del
mundo.
Así
que
es
súper
importante
para
mí”.
Y
cierra
su
destaque
del
evento:
“Estas
obras
se
hacen
poco
en
la
Argentina
lamentablemente,
fue
siempre
mi
especialidad,
y
hay
algo
que
es
muy
llamativo:
casi
todos
tienen
artistas
argentinos
del
mundo
barroco,
Argentina
es
un
país
que
exporta
una
cantidad
enorme
de
ese
talento
y
eso
es
algo
que
acá
no
lo
sabemos”.
Para
Cangemi
el
Colón
no
es
uno
más.
Cuenta
una
historia
personal
que
marca
la
presencia
en
su
vida:
“Tenía
cinco
años.
Nosotros
vivíamos
en
Mendoza,
y
mis
padres
me
llevaron
a
ver
Shakespeare,
Macbeth.
Una
ópera
que
para
un
niño
era
un
plomazo.
Pero
el
personaje
fue
tan
increible…
En
esa
época
íbamos
al
gallinero,
era
mucho
dinero.
Vi
esa
ópera
y
cuando
vi
a
la
cantante
salir
y
cantar
el
rol
protagónico
dije
‘quiero
ser
esa’.
No
lo
olvidaré
nunca
en
la
vida.
Y
la
primera
vez
que
subí,
creo
que
fue
en
el
año
89,
con
la
Asociación
Wagneriana,
que
gané
el
concurso
Mozart
y
entonces
canté
Mozart
en
el
Colón.
Me
acuerdo
hasta
el
día
de
hoy
cómo
subí
y
miré
a
esa
nena
de
cinco
años,
diciéndole
‘Aquí
estoy’.
Cada
vez
que
canto
pienso
en
la
suerte
que
tengo
en
llevar
esta
vida”.
—¿Cómo
definirías
el
barroco?
Esto
no
les
gusta
a
los
autoritarios
El
ejercicio
del
periodismo
profesional
y
crítico
es
un
pilar
fundamental
de
la
democracia.
Por
eso
molesta
a
quienes
creen
ser
los
dueños
de
la
verdad.
—El
barroco
es
un
período
que
representa
a
un
movimiento
cultural
artístico.
Se
desarrolló
en
Europa
a
finales
del
siglo
XVII
y
principios
del
siglo
XVIII.
Surgió
como
una
reacción
a
los
ideales
del
Renacimiento
y
se
caracterizó
por
su
dramatismo,
por
sus
emociones
intensas.
Es
un
movimiento
cultural
que
nació
en
el
siglo
XVII.
Su
arquitectura,
por
ejemplo,
tiene
muchos
ornamentos:
no
se
trata
de
una
arquitectura
minimalista.
En
la
música
pasa
igual,
exactamente
igual.
Está
lleno
de
pequeñas
notitas
y
de
pequeños
ornamentos,
que
se
diferencia
de
una
melodía
mucho
más
minimalista,
más
tranquila,
más
belcantista
que
le
llaman
(del
canto
bello).
Aquí
todo
muy
ornamentado,
como
una
pirotecnía
de
lo
que
es
en
la
música.
Es
el
rock
del
período
(se
ríe).
—¿Qué
hay
en
esa
pirotecnía
que
te
conmueve
y
llama
tanto?
—Comencé
estudiando
todos
los
repertorios
como
todos
los
cantantes,
pero
la
estrategia
de
mi
carrera
cuando
yo
llegué
a
Europa,
en
ese
momento,
empezaba
a
ponerse
de
moda
el
modo
barroco.
Mis
mánagers,
cuando
yo
era
muy
joven,
me
dijeron
que
podría
estudiar
ese
repertorio
bien,
que
eso
me
abriría
la
puerta
a
muchos
escenarios.
Nació
como
una
estrategia,
¿no?
Empecé
a
descubrir
ese
período
que
era
como
el
período
del
jazz,
de
la
improvisación,
que
vos
hacías
una
melodía
y
que
después
podías
expandirte
por
la
música,
volando
como
un
pájáro,
haciendo
–siempre
dentro
de
las
líneas–
lo
que
quisieras
con
tu
imaginación.
Haciendo
ornamentos,
y
dacapos
que
se
llaman.
Me
empezó
a
fascinar
ese
mundo
y
lo
encontré
muy
vinculado
al
mundo
del
jazz,
porque
los
ritmos
son
muy
interesantes,
y
aparte
porque
empecé
a
conectar
con
el
estudio
de
ello
al
punto
de
hoy
sentir
que
lo
llevo
en
mi
sangre.
—¿Qué
sentís
que
permite
el
barroco,
esa
sensación
de
emoción
que
describís?
—Está
diseñado
para
impactar,
para
sorprender.
Porque
todo
el
mundo,
todo
el
tiempo,
es
provocado,
y
busca
una
respuesta
espectacular,
porque
busca
precisamente
impactar
permanentemente.
La
improvisación
ayuda
a
eso:
vos
tenés
una
melodía
y
en
esa
melodía
vas
improvisando
y
teniendo
ornamente.
Esa
melodía
y
esos
ornamentos
están
cargados
de
drama,
de
colores,
de
éxtasis,
de
desesperación.
No
es
una
melodía
tranquila.
No
busca
representar
la
realidad
como
es.
Busca
que
vueles,
precisamente.
—En
base
a
tu
experiencia
¿hay
algo
descubierto
de
la
música,
que
solo
sentís
que
podrías
haber
sentido
por
tus
años
en
diferentes
escenarios?
—Desde
mi
experiencia,
todo
es
un
descubrir
cada
día.
Uno
estudía
todos
los
días,
por
ende,
hay
hallazgos
todos
los
días.
El
tiempo
en
la
música,
la
vida
en
la
música,
es
realmente
descubrir.
Decir
y
pensar:
“Uy,
¿cómo
pude
descubrir
esto
ahora
en
algo
que
he
cantado
literalmente
cientos
de
veces”.
Y
sucede.
Y
es
maravilloso.
Lo
que
sí
puedo
asegurarte
es
que
en
el
mundo
de
la
música,
a
la
hora
de
la
experiencia,
cuanto
más
sincero
uno
es
con
la
música,
es
más
maravilloso
para
el
público.
Es
una
conexión
que
te
permite
acercarte
a
las
personas
que
te
quieren,
que
te
odian,
que
te
aceptan,
que
te
desprecian.
Es
como
una
comunión.
Descubrí
que
la
música
es
tranformadora,
que
la
música
transforma
a
las
personas,
y
eso
no
lo
tenía
identificado
cuando
era
joven.
Pensaba
que
cantar
era
para
mí,
descubrí
que
era
como
un
medio,
que
podía
tanto
conectarme
como
transformar.
—Esa
idea
de
ser
un
punto
de
pasaje
es
algo
que
sienten
muchos
vinculados
a
la
música
académica,
considerando
los
momentos
en
que
determinadas
piezas
fueron
creadas
hace
siglos
y
que
hoy
las
sigamos
escuchando.
¿Podés
expandir
un
poco
más
esa
idea?
—La
música
está
en
cada
uno,
y
cada
uno
la
representa
como
puede.
Lo
que
es
maravilloso
es
que
es
como
una
meditación.
Es
como
que
te
fuiste,
no
sos
más
una
persona.
Tenemos
la
suerte
los
artistas
de
poder
ser
este
medio,
e
interpretar
para
el
público
lo
que
ya
estaba
escrito
para
que
la
gente
lo
sienta
tal
vez
como
fue
en
aquelo
momento
o,
más
importante,
como
es
ahora.
El
hecho
es
que
uno
está
para
conectar,
y
es
un
idioma
más,
un
idioma
universal.
La
música
te
permite
hablar
con
todos,
es
un
lenguaje
que
todos
entienden
y
es
algo
maravilloso.
—¿Qué
te
conmueve
particularmente
de
la
música
en
este
momento
de
tu
vida?
—Me
hace
sensible.
La
música
me
envuelve,
me
hace
sensible
y
me
hace
pasar
la
vida
con
una
gran
felicidad.
Quiero
seguir
existiendo
porque
está
la
música.
—¿Qué
pensás
que
representa
hoy
el
Teatro
Colón
en
la
cultura
argentina?
—Es
nuestra
carta
de
representación
mayor
a
la
hora
de
la
cultura
argentina
en
el
mundo.
De
hecho,
cuando
se
elige
un
presidente,
va
al
Colón.
Cuando
pasa
algo
importante,
se
busca
al
Colón.
Es
nuestra
carta
de
representación.
Hay
que
cuidarlo
a
la
hora
de
lo
que
hacemos
allí,
y
de
qué
manera
lo
hacemos.
Creo
que
este
tipo
de
conciertos
son
un
poco
distintos,
pero
muy
acogedores,
con
muy
alto
nivel.